Un hombre siente un llamado, algo que aún no sabe adónde lo llevará. Lo busca, y a su regreso a casa, vuelve convertido en campeón de la Vuelta a Colombia.
Tres pastorcitos ven a la Virgen en un pueblito en Portugal un 13 de mayo. También un 13 de mayo en otro pueblito llamado El Socorro, en Santander, nace un niño al que sus papás bautizan Aristóbulo. Todos los días y en cualquier lugar pasan cosas maravillosas.
A veces, Aristóbulo habla en tercera persona, como si contara la historia de alguien de quien conoce todos sus actos y pensamientos. “Aristóbulo Cala desde niño siempre ha sido echado pa´ lante. Desde pequeño trabajó jornaleando en potreros y trapiches. Siempre fue de buenos modales, y siempre supo que algún día tenía que hacer algo importante”, dice Aristóbulo, el hombre que recuerda al niño que fue 20 años atrás, y el que un día se marchó de casa, porque en medio de los jornales y las quietas tardes del Hato, una idea incierta le rondaba por la cabeza. “La vida pasa tan rápido que uno siempre sueña hacer algo que marque diferencia”, piensa y pensaba Aristóbulo en ese entonces.
Así que se gastó unas monedas para alquilar la única bicicleta de la vereda, se cayó, se quebró una mano, se volvió a caer, aprendió a montar, repartió periódico, recogió unos pesos, compró una bicicleta cansada, la montó por la carretera de su pueblo en unas fiestas patronales, llegó segundo, ganó otros pesos, una bicicleta nueva y conoció a un señor Fredy Alberto Ardila. Supo por él que tenía algo especial, como esas personas que desde que nacen sirven para algo y lo hacen mejor que muchos otros. Puso distancia de 35 kilómetros entre él y su familia y se fue a San Gil, le dio forma y utilidad a la madera en una carpintería, entrenó, se sintió solo, se sintió perdido, se sintió en ninguna parte, con nada especial por dentro para resaltar en esta vida que pasa tan rápido.
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Lo siguió intentando; por fin fue encontrando algo y los demás encontraron algo en él. Tenía ya 20 años, (pero qué son 20 años comparados con toda una vida). Félix Cárdenas lo acogió en Boyacá. Corrió aquí, corrió allá. Un día de visita a casa llevó consigo la primera medalla ganada para que sus papás y hermanos la vieran. Los ojos de todos se iluminaron llenos de eso que llaman orgullo. “Especialmente papá, hombre de carácter fuerte, pero noble y amante del ciclismo”, dice.
Llegó al Strongman guiado por Alfonso Cely. Viajó a España y a Italia. “Llevé unos detallitos humildes a la casa, para que mi mamá recordará siempre que un hijo suyo había conocido otros países”, recuerda.
Aristóbulo siguió corriendo. A sus 27 años y tres meses largó entre el lote de la Vuelta a Colombia, la carrera con que su papá mitigaba los rigores del trabajo en las tierras del Hato, un municipio donde la Virgen se aparece todos los días que hay salud para salir a buscar el sustento.
LLegó la etapa del ascenso al Picacho, terreno conocido, y agarrate de donde podás pelotón de favoritos; porque Calita cogió el liderato de la carrera y días después escribió su nombre en tinta eterna en las páginas de historia de la Vuelta a Colombia.
“Quien se aleja de su casa ya ha vuelto”, dijo Borges en un poema. No era que Aristóbulo no fuera feliz en su Hato querido, al lado de mamá, papá y cinco hermanos, es que había algo fuera que aguardaba por él. Él lo supo y salió a buscarlo. Este fin de semana se celebran las fiestas patronales de San Roque en el Hato. Aristóbulo está de regreso a casa; en sus manos lleva el trofeo, un beso para madre, un abrazo para el padre. Un sosiego consigo.
En unos días viajará a Noruega como parte del equipo élite de Colombia para el Mundial de Ruta, volverá seguramente satisfecho a casa. Porque quien sabe lo que busca siempre encuentra el camino de regreso por más lejos que vaya.
“Aristóbulo Cala sueña con correr la Vuelta a España, el Tour de Francia o un Giro. Siempre que está sobre la bicicleta piensa en sus papás y trabaja para que ellos tengan una mejor vida”, dice y luego pasa a la primera persona: “Espero que esas puertas se abran. Espero dejar una huella”.
Ya la dejó.