No es comparable la sustitución, en aquella época, de los gramáticos por los ingenieros, gerentes y economistas, que proyectaron a Colombia hacia la modernidad y el desarrollo, que el acceso, ahora, de los señores de la coca al poder político
Con más de 200.000 hectáreas de coca, con cultivos de amapola que ya empiezan a notarse, con una producción del orden de 800 a 1.000 toneladas anuales de cocaína, con ese alcaloide convertido quizás en el primer renglón de exportación y señoreando el tráfico mundial de estupefacientes, Colombia es ya, en buena parte, un narcoestado. Nada más doloroso que reconocer ese hecho ominoso. Por tanto, seguimos pensándonos como país postcafetero y postpetrolero, para no reconocer la triste y obvia conclusión de las anteriores premisas.
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En 1945, Luis Eduardo Nieto Arteta, con su clásico libro El Café en la Economía Colombiana, señaló cómo el poder político había pasado de las sucesivas y efímeras élites agrarias, comerciales y mineras, a los cafeteros, capaces de ofrecerle al país un flujo seguro y creciente de divisas. Desde luego, vale la pena señalar la diferencia entre el café, con su portentoso aporte al desarrollo nacional, y la cocaína, que después de destruir la fisonomía moral del país, ahora va a apuntalar de manera inmoral y vergonzosa la balanza de pagos. En las condiciones actuales, el relevo en los grupos rectores es bien diferente en lo que dice al personal. No es comparable la sustitución, en aquella época, de los gramáticos por los ingenieros, gerentes y economistas, que proyectaron a Colombia hacia la modernidad y el desarrollo, que el acceso, ahora, de los señores de la coca al poder político.
Ahora bien, si todavía no somos plenamente un narcoestado, como lo han sido Birmania y Afganistán, por ejemplo, vamos en camino de convertirnos en algo parecido o hasta peor. La caída de un país moderno, en desarrollo y bastante próspero hasta ahora, en narcoestado trae trágicas consecuencias para todos.
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Así como temerariamente escribía contra el poder político-mafioso de los Pablo y similares, también repudio el de sus sucesores en la dirección de esa agroindustria execrable y de su creciente influencia en el gobierno a través del eje Timo –Santos.
A raíz de mi artículo Guerras del Opio y Guerras de la Coca (septiembre 24/ 2017), he recibido valiosos comentarios, unos coincidentes y otros complementarios. Varios de mis corresponsales plantean interrogantes que merecen atenta consideración. He aquí algunos:
10. A medida que aumenta la influencia de las Farc en el gobierno, ¿podrá el sistema bancario rehusar las operaciones de clientes “legales”, como Ecomun, y resistir la tentación de lucrarse de los movimientos financieros conexos con el narcotráfico?
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Para justificar las inmensas gabelas otorgadas a las Farc, Rodrigo Botero (uno de los peores ministros de Hacienda) las compara con las “injustificadas” otorgadas a los diferentes sectores económicos, olvidando la mayor, inconveniente como ninguna, que él determinó al privilegiar al sector financiero — que calificó como “jalonador” del desarrollo—, para lo cual liberó tasas, redujo los controles, encareció el dinero y desestimuló la industrialización.