En cuanto a edades, baja y baja hacia los más pequeños por insana comodidad de los adultos que han encontrado en él un cómplice
Suscita discusiones intensas y en no pocos casos origina conflictos de todos los colores y sabores. Está casi en todas partes y su avance decidido hasta rincones insospechados es sólo cuestión de tiempo.
Nos circunda y acompaña a lo largo del día a la caza de cualquier rendija para meterse por allí. No distingue géneros, nacionalidades ni husos horarios. En cuanto a edades, baja y baja hacia los más pequeños por insana comodidad de los adultos que han encontrado en él un cómplice más que sólo un recurso útil.
Los niños ya no duermen al son de canciones de cuna y sí arrullados por sonidos que provienen de algún dispositivo nacido gracias a esta tecnología. Es el bendito y omnipresente internet, ese objeto virtual de dos caras que sirve, ayuda y resuelve, pero también obstaculiza, daña y atonta. La web sirve para formar parejas felices o formar terroristas capaces de armar una mortífera bomba.
En la candidez de la vida familiar de hace unos años, los adultos recurrían a los fantasmas propios de cada lugar para poner a los niños en orden. La amenaza de la llegada del coco colombiano o el chullanchaki del sur peruano, era suficiente para disuadirlos de cualquier travesura.
Los tiempos han cambiado y esos personajes salidos de la fantasía adulta e incrustados en el temor infantil, hacen parte del anecdotario de otras épocas. Si hubiera un equivalente actual seguramente sería con cara de juego electrónico japonés. Pero, así como ese anecdotario se torna cada vez más débil, se va perdiendo también la interacción y la convivencia de calidad en las familias, fragilizadas por la fuerza arrolladora de los seductores dispositivos electrónicos.
Después de un periodo de ceguera y fascinación con la tecnología, pareciera estar llegando una etapa de reconocimiento de los riesgos que encierra. Se han multiplicado los mensajes críticos en las redes sociales y aumentan las voces de alerta frente a la caída incondicional de nuestras sociedades en los brazos de la informática con el teléfono inteligente a la cabeza.
Sólo nos queda hacer lo posible para sacarle al internet lo favorable que nos puede dar y espantar lo nocivo que contiene y se multiplica cada vez con más fuerza. El Instituto Colombiano de Bienestar Familiar dice haber procesado, entre 2012 y 2017, 32.461 denuncias involucrando niños, de las cuales casi 20.000 estaban referidas a pornografía infantil y similares. Sin duda una fracción de lo que ocurre en la realidad.
La primera y más elemental recomendación es romper con la tendencia creciente de poner en manos de niños, celulares o equivalentes. Ser padre en estas épocas incluye informarse sobre los riesgos de esta práctica y sustituirla por convivencia de calidad con los hijos.
Hace un par de años 250 niños y jóvenes de 8 países reunidos en Buenos Aires, por iniciativa de un grupo de organizaciones no gubernamentales, se pusieron de acuerdo en un manifiesto sobre los derechos y deberes de los actores sociales para la ciudadanía digital.
Ese documento es un acierto en dos sentidos: expresa el punto de vista de los chicos y da en el clavo respecto a la identificación de responsabilidades de las instituciones, las familias y los adultos. Después de demandar del Estado el acceso universal al internet, apuntan cuán importante es el papel de las instituciones educativas y los padres de familia. A las empresas en general y las proveedoras del servicio en particular, les exigen el buen uso de las TIC y la garantía de seguridad y privacidad. También se incluyeron a sí mismos asumiendo el compromiso de acceder al internet de manera responsable “para crear y aprender” y no para promover odio ni violencia y quieren también opinar cuando se discutan políticas que los afecten.
Tomando en cuenta lo fugaz de los gobiernos, motivados no pocas veces por situaciones momentáneas durante sus pocos años de gestión, lo importante es que el Estado internalice primero, que la sofisticación y complejidad de la tecnología informática se hará cada vez mayor y segundo, que este es un proceso constante que hoy nos coloca unos retos y mañana otros distintos.
Alienta saber de estas voces de niños y adolescentes porque tienen mucho que contribuir. Lo importante es que se sostengan en el tiempo no sólo porque los actuales se harán adultos y estarán mejor preparados, sino porque se necesita que esos espacios sigan alimentando positivamente un debate que promete ser parte del panorama social, quién sabe por cuánto tiempo más.