Si hay un programa que realmente ha generado integración en la Unión Europea (UE) es el Erasmus.
Si hay un programa que realmente ha generado integración en la Unión Europea (UE) es el Erasmus. Parafraseo esta idea de la conversación que sostuve con un amigo español, el cual conocí durante mi viaje de estudios a España gracias a una beca de la Fundación Carolina. En dicho diálogo hablábamos sobre el proyecto común europeo y lo comparábamos con los esfuerzos, aún incipientes, de integración latinoamericana.
Erasmus, que por sus siglas (en inglés) viene a significar algo como “Plan de Acción de la Comunidad Europea para la Movilidad de Estudiantes Universitarios”, es un programa que acaba de cumplir 30 años y que, según datos de las Agencia EFE, ya ha posibilitado que más de tres millones de alumnos de diversas instituciones de educación superior de Europa se trasladen por periodos que van desde tres meses hasta un año para vivir una experiencia estudiantil y cultural en otro país de la región.
Ninguno de los participantes en el Erasmus, al menos los que conozco, niega que el programa se puede convertir en una excusa para la diversión y la juerga. No es gratuito que uno de los destinos predilectos sea España, por ejemplo. Pero, más allá de eso, se reconoce como una valiosa oportunidad para el encuentro de culturas, para romper estereotipos y para reconocerse como miembros de un mismo proyecto que se enriquece a partir de las diferencias de sus integrantes… un proyecto en crisis, como está la Unión Europea actualmente, y que necesita de generaciones que hayan vivido uno de sus éxitos más claros, a saber la movilidad estudiantil, para encontrar su sentido y la esencia de su propósito.
En momentos como este, en los que en nuestro mundo occidental ganan terreno los discursos extremistas y nacionalistas que tienden a encontrar enemigos muy fácilmente en el extranjero, es vital que las generaciones de jóvenes despierten un sentido crítico frente a esas premisas patrioteras y vayan mucho más allá de los prejuicios utilizados como armas políticas, para construir sus propias visiones del mundo que los rodea a partir de su deseo natural por conocer otras culturas y viajar.
Los jóvenes latinoamericanos estamos llamados a exigir a nuestros gobiernos mayores oportunidades para la integración de nuestra región a partir de apuestas decididas que contribuyan al intercambio cultural y académico, que trasciendan los meros esfuerzos particulares de las oficinas de relaciones internacionales de ciertas universidades. La apuesta es grande, decidida, pero también decisiva.
En Europa, muchos de los estudiantes erasmus hablan de este programa como la vacuna perfecta ante el euroescepticismo –que este año podría llegar a gobernar en Francia o Alemania, nada más y nada menos.
En América Latina estamos en mora de vencer tantos estereotipos y recelos que tenemos entre los habitantes de los países de la región, por medio de oportunidades educativas que incrementen el interés en el conocimiento y el reconocimiento de los otros… esos otros que –como dicen– somos nosotros mismos. Becas como las ofertadas por la Alianza Pacífico son primeros pasos
que necesitan de mayor determinación para lograr impactos que pasen de lo particular a lo colectivo.
Nota de cierre: en el ámbito iberoamericano, la Fundación Carolina acaba de abrir su convocatoria para el periodo 2017 – 2018, con una oferta de más de 500 becas en posgrados, doctorados y cursos de verano en España. Como beneficiario de este tipo de programas puedo decir que si hay algo que derribe fronteras, geográficas o mentales, es vivir una experiencia de este tipo.