El nuevo presidente norteamericano parece ya entender que la política internacional es un juego complejo
En la noche del 6 de abril último el presidente Trump ordenó un ataque masivo desde las naves norteamericanas que cursan el Mediterráneo contra la base aérea siria Dardaghan-Shuayrat. Consistió de sesenta misiles de alto poder destructivo que en rigor causaron más daños psicológicos que reales puesto que Moscú fue debidamente informada antes de esta operación y procedió en consecuencia a retirar oportunamente sus aviones de esta base.
Sin embargo, esta acción, que se opone a las actitudes que Barack Obama había asumido en esta región durante su mandato, contiene claros mensajes estratégicos: primero, vedar absolutamente el uso de armamento de destrucción masiva como el empleado por el gobierno sirio contra la ciudad Jan Sheijun en el norte del país que causó numerosas víctimas civiles, incluso niños; segundo, advertir a países como Corea del Norte que sus amenazas de lanzar un ataque nuclear contra Estados Unidos serán oportunamente neutralizados; tercero, asegurar a los países miembros de la Otan que Washington no dejará de apoyarlos; y , en fin, un intento más de Trump dirigido a demostrar su independencia respecto de Moscú y por este medio desmentir presuntas coincidencias entre él y el presidente Putin que se vocearon en el periodo pre-electoral.
Claramente, esta acción militar no implica que Washington se incline en este momento a desmantelar el gobierno de al-Assad. Su prioridad es más bien destruir el Estado Islámico al tiempo que consolida la presencia kurda en Irak y en el norte sirio, asumiendo el riesgo de irritar a Turquía. Trump entiende con lucidez que ningún nuevo gobierno puede ser instituido en Siria sin un acuerdo previo con Moscú.
Por otra parte, el masivo ataque norteamericano ordenado por Trump sin consultar al Congreso obliga a Israel a consolidar su estrategia respecto de Siria: de un lado, impedir el uso de armas químicas y bloquear cualquier entendimiento entre Assad y el Hezbollah en El Líbano, y, por otro, evitar que fuerzas leales a Irán se aproximen a sus fronteras en los Altos del Golán.
En suma: el nuevo presidente norteamericano parece ya entender que la política internacional es un juego complejo; que sus proclamas y eslóganes tienen repercusiones limitadas; y que, en fin, los criterios comerciales que durante décadas presidieron su actividad personal deben reajustarse a realidades de alta complejidad.