Hernán Darío Giraldo, el hacedor de su camino

Autor: Juan Felipe Zuleta Valencia
23 abril de 2017 - 02:20 PM

De Yarumal salió el hombre que estaba destinado a hacer grande el baloncesto antioqueño. Después de tres décadas de gloria siguiendo esa estrella que la vida le puso en el horizonte, Hernán Darío Giraldo echa un  vistazo a su legado, al que aún le falta algo antes de regresar a su origen.

 

Medellín

A unos 20 metros del Iván de Bedout, donde forjó gran parte de su éxito, Hernán Darío aguarda sentado un par de horas antes de comenzar su entrenamiento con los chicos de la Liga. 
A sus 55 años conserva una figura imponente y un rostro con una extraña mezcla entre severo y afable. Eso sí, su temperamento no puede esconder una mirada apacible, sobre todo cuando su memoria viaja lejos de donde su cuerpo reposa sentado y trae consigo recuerdos y aires de un lugar lejano, pero que en algún tiempo será de nuevo su lugar en el mundo. “Yarumal es ese rinconcito; está ahí en el corazón y es donde quiero terminar cuando me retire. Allá nacieron mis abuelos, mis papás y mis hermanos. Me gusta el clima frío y quiero terminar allá, porque creo que el premio y el propósito de los seres humanos es tener una vejez tranquila”, confiesa Hernán.


En ese “rinconcito” descubrió el baloncesto cuando andaba dándole patadas a un balón. “Como todo niño jugaba fútbol pero era malito, porque era muy alto. Un día el profesor Ricaurte Pérez, del Liceo San Luis, me dijo: flaco, ¿te gusta el basket? Es que tenés talla. Al otro día acepté su invitación y…no sé. Cuando Dios te tiene destinado a algo…Desde ese día me quedé en el basket”, cuenta Giraldo, quien llegó después a Medellín con su familia cuando aún era un muchacho  y terminó el bachillerato en el Ferrini. Pronto integró la selección Antioquia, y un día, Octavio Betancur, el mejor entrenador de basket en Colombia en ese entonces, le terminó de mostrar el camino. “Vos sos inteligente y tenés liderazgo, ¿querés ser entrenador? Me dijo. Y ahí entré a estudiar al Jaime Isaza”, recuerda Hernán. Ese sería el primer lugar de preparación de una interminable lista de estudios y países.

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Luego, el mismo Betancur lo tiraría al agua: “Estaba en cuarto semestre. Octavio me llamó y me dijo que me iba a dar la selección Antioquia infantil, que yo era capaz. Acepté”, narra Hernán Darío, a quien es difícil imaginarlo en un momento vulnerable al frente de sus dirigidos. Él, el exitoso entrenador con pulso y carácter de acero. “El primer día me tembló la mano, la pierna y muchas otras cosas. El debut fue en un Nacional infantil ante Norte de Santander. Eran niñas de 15 años. Y en la charla me paré con el pie derecho adelante y el izquierdo atrás y me empezó a temblar la pierna derecha. Me tuve que parar firme para que ellas no se dieran cuenta de que yo tenía más miedo que ellas”, cuenta Hernán mientras ríe. Es un hombre de risas medidas pero generosas. 


Pero el temblor de la inexperiencia no contuvo su estrella, su talento. En ese primer torneo en Santa Marta salió campeón invicto y al año siguiente, ya con las dos selecciones infantiles (masculina y femenina) bajo su cargo, volvió a barrer con los títulos. En esa época podía contarlos. Hoy confiesa con sinceridad que no sabe cuántos títulos ha ganado en su carrera. De haber sabido que serían tantos a lo mejor hubiera llevado una juiciosa cuenta. Lo único que sabe es que es el entrenador antioqueño con más títulos en la historia del baloncesto y el único colombiano en salir campeón con un equipo masculino en un torneo internacional.


Hernán Darío se fue curtiendo como líder no sólo dentro de la cancha sino a través de otras experiencias. Absurdas cuando menos. Pero claro, hay que recordar que en Colombia para persistir en el deporte hay que pasar por las más descabelladas pruebas. “En ese primer torneo en Santa Marta hicimos un viaje de más de 20 horas en bus y dormimos en los salones de un colegio en cuyo patio se jugaba un Nacional.  Pero hubo peores: otra vez para ir a Bucaramanga tuvimos que ir por Puerto Berrío en lanchón, eso no parecía un viaje con la selección Antioquia sino una Expedición Robinson”, cuenta. 


Pero claro, los años y los triunfos trajeron épocas mejores, para él y para el basket nacional. La profesionalización del baloncesto masculino mejoró las condiciones; se viaja en avión y se duerme en buenos hoteles. Ser un hombre atípicamente ganador en un país como Colombia le ha dado un estatus más que merecido, aunque también le ha hecho acreedor de malquerencias. “Gané mucho y también perdí títulos que no debí haber perdido. Conseguí enemigos porque cuando se es ganador muchos quieren tu lugar. Es una condición natural. Yo siempre he evitado esos sentimientos y soy un agradecido con Dios. Me atacaron muchas veces. Que no me preparaba decían. Pero nunca respondí con agresiones. Respondí con trabajo y títulos. Y todos los días que me levanto lo primero que pienso es que tengo que trabajar para hacer el baloncesto antioqueño más grande. Y pienso  en ese oro en Juegos Nacionales en 2019 y pienso en la defensa del título con Academia”, afirma con gestos vehementes.


Y esas motivaciones son las que han dilatado el retiro. “Los títulos con Academia en la Liga y con la sub-23 en el Nacional, me hicieron repensar ese momento”, afirma Giraldo. Y es que el título con Academia por ejemplo fue un momento inolvidable para él. Ese día, el hombre de equilibradas emociones dejó  que la alegría y un montón de sentimientos acumulados, lo desbordaran y salieran a la superficie en medio de la celebración de un coliseo a reventar. “Siempre les digo a los muchachos que hay que ser moderado en las emociones, porque más allá de la derrota o el triunfo siempre hay un nuevo juego al otro día. Pero el día del título con Academia dejé que esa alegría me consumiera. Me dejé absorber por esos sentimientos encontrados: el coliseo con sobrecupo, la presencia de mi hija Leandra que venía de recuperarse de una difícil enfermedad. Viví ese momento intensamente, con el público”, evoca Hernán Darío, quien guarda un lugar especial también para aquel inolvidable título ante Búcaros de Bucaramanga, una final televisada para todo el país y que ganaron los Paisas con la misma autoridad con que habían dominado el torneo a lo largo de todas sus fases.


Eso sí, 30 años después aún le quedan un par de sueños por cumplir en el baloncesto y se alimenta de estos para seguir adelante un tiempo más. “Me hubiera gustado dirigir en España y es un sueño no cumplido. Pero aunque remota, aún mantengo esa ilusión. Tengo un empresario que ha bregado, es difícil  buscarme una posibilidad, pero si aparece la opción, la tomo sin pensarlo. Si un día se me presenta, bienvenido, si no, seguiré siendo un hombre feliz, en mi trabajo, con mi familia, con Antioquia y con Yarumal esperándome”, declara Giraldo.

Un entrenador de basket al que no lo llena la NBA
“La gente cree que veo mucho baloncesto, y sí. Pero me gusta más el europeo y el argentino que la NBA que es puro show. Me gusta el basket cinco pa´ cinco. La NBA es uno contra uno y ves a Lebron o Curry sacándose de encima a todo el mundo y es aburridor, no me llena. Siempre que hay un juego de NBA veo una película hasta el último cuarto que es cuando el partido se pone bueno al fin”, reconoce el entrenador de Academia. O mejor, el hombre, el que se despoja de su papel de entrenador y disfruta de Def Leppard o Gun N´ Roses. De Radamel Falcao y Roger Federer y de unos “wiskeys aguaditos” como le recomendó su cardiólogo, al lado de sus pocos pero grandes amigos y al son de tangos, boleros o las memorables de Luis Alberto Posada, Leonardo Favio y Darío Gómez.


Antes de fijar su rumbo de regreso a su tierra, Hernán Darío tiene una última parada: la dirigencia deportiva, desde la cual espera volcar su experiencia y amor por su deporte para mejorar las condiciones sobre todo de jugadores y entrenadores. Aportar con conocimiento y su compromiso de siempre. Y mientras tanto, seguir adueñándose del momento donde haga un alto. “El retiro hay que ir madurándolo. Hacerlo gradual, porque lo imprevisible es lo que acaba con uno. Cuando mis papás murieron fue un golpe muy duro; mi papá murió primero y al año se fue mi mamá de pena moral. Por eso trabajo ese momento con mi familia y quiero retirarme feliz”, confiesa Hernán.


La hora para comenzar labores se acerca y debe preparar la jornada de entrenamiento, viejos hábitos metódicos. Entra al Iván de Bedout, echa un vistazo a la cancha que en un par de horas albergará a sus muchachos y su jornada se extenderá incluso hasta la media noche, porque cuando el balón se queda quieto, su tarea como líder sigue. “Muchas veces cansado, luego de un entrenamiento, los muchachos se me acercan y me dicen que necesitan hablar conmigo; tienen un problema personal, o con algo del equipo o conmigo, por no ponerlo a jugar, por ejemplo. Y yo siempre debo escucharlos y tenerles una respuesta. ¡Cómo no! Si el jugador es mi prioridad”, dice Hernán, quien suelta la última pregunta antes de poner manos a la obra. ¿Cuándo sale la entrevista? Y no es por él, sino por Leandra, su hija, quien sagradamente confecciona un libro con los recortes de todo lo que se ha escrito acerca de su padre, el entrenador ganador. Así, cuando lleguen los hijos de Leandra, el afable viejo de gran estatura y mirada noble, tendrá una evidencia para mostrarles a sus nietos que antes de la tranquilidad de esa vida remota y del sosegado hombre de campo en el frío Yarumal, hubo un hombre temperamental que forjó un camino exitoso, siguiendo la estrella que la vida le trazó en el horizonte, para dejar huella en el baloncesto colombiano.

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