A partir de los múltiples grafitis que se exhiben en paredes y muros intentan transformar la realidad y ofrecer una voz de aliento a los propios pobladores de San Javier.
Hacia el occidente de la ciudad un grupo de turistas se arrojan sofocados sobre las empinadas callejuelas de un barrio ajeno y pintoresco. Al frente del grupo, un joven les conversa animado mientras apunta para las paredes atestadas de curiosas estampas. Son los grafitis de la conocida Comuna 13 de Medellín, a veces lacerada, a veces seductora y generosa con los visitantes.
En la temporada alta, en diciembre, los muchachos de la Casa Kolacho, los guías por excelencia de este Grafitour desde hace ocho años, pueden realizar hasta quince recorridos diarios por la historia del barrio. El itinerario se dirige hacia seis tramos de escaleras. Entonces, los forasteros se elevan hacia un atractivo mirador que muestra en su esplendor a una comuna que ha renacido.
A Edison Villegas nadie lo reconoce en la Comuna 13 por su nombre de bautizo. Le dicen Mike, simplemente, porque así prefiere llamarse y firmar sus grafitis. Creció en el barrio y toda su vida ha trascurrido entre la gente de allí, razón por la cual decidió unirse hace algunos años a la Casa Kolacho, el centro cultural que ha tratado de borrar con arte la violencia histórica que ha signado por años a los habitantes del lugar.
Este muchacho de solo 20 años la describe como un punto de encuentro que ayuda a construir una mejor sociedad. “Se trata de gestar un proceso de transformación”, apunta. “Queremos generar proyectos sociales, irradiar cultura hacia un territorio que ha sufrido la violencia extrema”.
El nombre de esta institución se debe al joven Héctor Pacheco (Kolacho), asesinado en el año 2009 y quien fuera creador del grupo de rap C 15. Mike explica que fue tomado por el nombre de un avión fabricado por Estados Unidos que nunca se empleó para la guerra, sino para trasportar víveres y medicinas a los afectados por el conflicto bélico de los años cuarenta.
“Él tenía una idea muy bonita de crear una escuela de hip hop para la comuna. Sus amigos quisieron hacer realidad su sueño y, por ello, surge la Casa Kolacho, donde llego hace siete años. Comencé, entonces, un proceso de hacer grafitis en sedes sociales, en salones, en colegios. Claro, no solo hacemos eso, también se trata de entender el hip hop como un movimiento cultural o filosofía de vida”, explica.
Los muchachos alrededor de la Casa Kolacho buscan el cambio, la protesta, a través de códigos que son bien recibidos por los habitantes de la comuna 13 y sus visitantes. Pretenden, por todos los medios, dar un mensaje de esperanza al barrio.
“El grafiti es el comunicador—agrega Mike—. Quiere contar el pasado, el presente y cambiar el futuro, dejar una semilla para la posteridad. Es nuestra herramienta de cambio y se ha entendido así”.
A partir de los múltiples grafitis que se exhiben en paredes y muros intentan transformar la realidad y ofrecer una voz de aliento a través de historias que ilustran la violencia que allí se ha vivido en la última década. Sin embargo, también muestran la metamorfosis que hoy se percibe en la ciudadela colmada de paisanos que venden frutas, jugos, comidas en las calles, y muchachos que han logrado sentirse más seguros y comprometidos con su entorno.
La Casa Kolacho también integra a bailarines, dj's, raperos y realizadores de audiovisuales. Los quince jóvenes que la integran de forma independiente pretenden que este recorrido sea estético, político e histórico, que enseñe las heridas de un lugar que dejó de ser violento para convertirse en una plaza cultural.
“Se trata de eliminar prejuicios”, agrega JH, que, en realidad, se nombra Jason Ríos. “A través del grafitour queremos cambiar el concepto que tienen las personas sobre la comuna. Les contamos una historia de conflictos apoyándonos en arte. La gente no había asumido antes la responsabilidad de su barrio hasta que se inició este proyecto, que se ha convertido en un sitio importante para los extranjeros”.
Con la apertura del turismo en la Comuna 13 se ha creado un mayor sentido de pertenencia entre los pobladores de la zona además de generar múltiples empleos, pues los propios habitantes son los protagonistas del recorrido. “Se respira un ambiente diferente, ya no hay silencio ni miedo. La gente pone música, está en las calles, saludan a los turistas. Les gusta habitar este espacio”, concluye JH.