Glosas y comentarios

Autor: Sergio de la Torre Gómez
4 junio de 2017 - 12:04 AM

El arreglo no se consolida y, cojeando, será fuente de resquemores y desavenencias que a la larga podrían abortarlo.

El cúmulo de encuestas que por estos días, faltando un año para la elección presidencial, se cruzan entre sí, es un hecho sin par y sin precedentes en lo que va corrido del siglo. En los últimos cuatrienios tal elección se centró en el tema de la guerra o la paz. Cómo resolver, mediante un acuerdo equilibrado, la larga conflagración con la guerrilla fariana, que es la que prevalece en el variado mundo de la insurgencia. La oferta que hagan los candidatos, su actitud frente a un posible arreglo, decide sin falta quién gana o pierde el Solio. Recordemos a Pastrana, irremisiblemente perdido en la campaña, y a quien, en vísperas de los comicios, le cambió la suerte gracias a su encuentro con Tirofijo, no previsto por Serpa ni por nadie más distinto a Pastrana y su equipo. Y recordemos cómo a Uribe, dos veces él y otra vez por la interpuesta persona de su candidato señalado (quien luego evadiría a su tutor), lo hizo ganador su conocida revulsión hacia el citado grupo armado. Y finalmente cómo a Santos, en su segundo, actual período, las tratativas entabladas en La Habana con el auspicio del mundo entero, le conservaron la silla.

La proliferación de sondeos de opinión, con tanta antelación a la primera vuelta, denota el creciente interés de la gente por lo que ocurre ahora y podría ocurrir en el futuro. Su nivel de conciencia, el examen crítico que se hace del entorno, la percepción más clara de los hechos que marcan o podrían marcar su destino y su afán por manifestarse frente a ellos, han crecido sobremanera en estos años procelosos. Hoy la gente se preocupa y comprende mejor las vicisitudes del momento y los cambios, buenos o malos, que podrían darse luego. Mucho la enervan la carestía, el desempleo, los faltantes en salud y en seguridad ciudadana que padece a diario, cada vez peor. Pero lo que la carcome particularmente son dos circunstancias: la paz ya pactada, su implementación y avatares, de un lado. Y del otro Venezuela: el curso y desenlace de la catástrofe que vive. Con el agravante de que ambas situaciones están asociadas: la una repercute sobre la otra, en cuanto toca con las Farc, y también, óigase bien, con el Eln, pues a ambas facciones las protege y ampara Caracas desde 1998.


Vea además: Clave de las elecciones

Respecto a la paz, a los colombianos los invade la incertidumbre, como si no se estuviera seguro de que las cláusulas pactadas o por pactarse los hubieran beneficiado tanto como a las Farc. No nos engañemos: en lo negociado obra la misma lógica y las mismas prevenciones de un negocio cualquiera en la vida corriente. Por eso inquieta tanto que una de las partes (la sociedad entera para el caso) no parezca convencida de lo que ganó en la transacción, o, dicho de otro modo, de haberle resultado el intercambio tan provechoso como a la otra. Si quedan dudas, si persistiere la sensación de haber sido engañado, con ventaja para el otro, quedará un germen maligno, potencialmente peligroso para la tranquilidad mínima que debe rodear, y seguir, ¡vaya Dios!, a toda transacción ya cerrada.


Lea también: La postelección

Para que la paz perdure ambos lados deben levantarse satisfechos, diría Perogrullo. De lo contrario el arreglo no se consolida y, cojeando, será fuente de resquemores y desavenencias que a la larga podrían abortarlo, o dejarlo simplemente en el papel y en el recuerdo de los festejos, los premios y las ceremonias. El mismo mecanismo sicológico que opera entre los hombres, como base de la confianza mínima necesaria y posible, actúa entre los grupos cuando dirimen viejas diferencias y acuerdan un nuevo modus vivendi. El tratado de Versalles, en una dimensión mundial por supuesto, sigue siendo el ejemplo más didáctico y claro. Firmado en 1920, puso fin a la Gran Guerra Europea con una paz frágil, minada por el reconcomio y la amargura. Siendo como lo fue tan ofensivo ese armisticio con la Alemania vencida, dejó sembrada la semilla del odio, que Hitler supo cultivar hasta provocar la previsible y feroz reacción contra quienes otrora, en vano alarde de soberbia, la humillaron inoficiosamente. La hecatombe de la guerra subsiguiente arrasó con los unos, pero también con los otros. Dejemos lo que sigue para el domingo venidero. 

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