George Sand:  un elocuente NO al machismo

Autor: Joseph Hodara
16 abril de 2017 - 12:09 AM

Sus actitudes y escritos inspiran hasta hoy a las voces que elevan protestas contra la marginalidad de la mujer

Nació como Armandine Aurore Lucille Dupin en París, en1804. Ramal de una familia aristocrática empeñaba en sobrevivir más allá de las reformas napoleónicas. Para distanciarla de presuntos y ubicuos demonios, la madre de Aurore dispuso que un convento debía ser el lugar adecuado para educar a una adolescente. Decisión orientada a frustrar la efervescente y temprana sensualidad que percibía en su hija. Fue inútil. Contrajo matrimonio a los 18 años -sin amor como era previsible- con el barón Casimir Dudevont. Resultado: dos hijos y, poco tiempo después, la ruptura irreversible con el tiránico marido. Desafiando las convenciones de su tiempo, Aurora pidió y logró el divorcio sin renunciar a sus criaturas. Será desde entonces madre y abuela sin límites o  recato algunos.  

Desde temprana edad reveló pasión por escritores y libros. Y para probar su celosa autonomía adoptó el nombre de uno de sus múltiples amantes: Sand.  La añadirá George cuando se inclinó a vestir pantalones, fumar cigarros en público y – multiplicando el escándalo – ahondar la intimidad con Marie Dorval, celebrada actriz del teatro parisino y mujer sexualmente frustrada por la mediocridad varonil. Actitudes bizarras que le concedieron estridente celebridad como escritora y amante.

Estas experiencias se volcarán en su primera novela – Indiana – publicada en 1832. Allí describe las penosas frustraciones de una adolescente obligada a ingresar a un carcelario matrimonio, institución que desde temprano consideró una forma moderna de esclavitud. Nunca se alejó de este propósito: escribir veinte páginas todos los días, sin descuidar el cuidado de los hijos y la actividad social. Los mejores escritores del entorno parisino fueron sus amigos: Balzac, Flaubert, Baudelaire, Zola, amén de extranjeros como Heine, Henry James, Dovstoevsky, Turguenev.  Y entre sus amantes se contará– entre otros-  el joven y apasionado Chopin (1810-1849) con quien compartirá un difícil invierno en Mallorca.

Intensa y diversificada actividad que no le impidió cabalgar con pantalones, botas y blusa al aire en las afueras de París, tomar parte en la revolución francesa de 1848, y predicar sin treguas el total desmantelamiento del despotismo machista que esterilizaba a la mujer.

Sus ojos negros y misteriosos, la estridente e indiscriminada sexualidad, y el contenido de los 25 libros que escribió provocaron repetidas caricaturas en los periódicos, algunas lacerantes y otras divertidas. Cultivó la pintura en paralelo a su pertinaz escribir. Su consigna: “debemos cambiar día a día” pues la rutina fatiga y agota. Imperativo que internalizó y difundió sin reserva alguna.

Y en efecto: intensa travesía fue la suya; la explora y describe en Historia de mi vida, que vio la luz en 1855. El hervidero social y político que se verificó más tarde en Paris en 1870 no le fue indiferente; tomó parte activa en la rebelión de las masas contra el despotismo gubernamental que junto con la tiranía machista se le antojaban adversos a los principios de la Ilustración.  Colette la llamará incansable abeja, y sus actitudes y escritos inspiran hasta hoy a las voces que elevan protestas contra la marginalidad de la mujer en los espacios de la sociedad contemporánea.

Murió en su castillo de Nohant, cerca de Paris, en 1876. Flaubert confesará más tarde: “en su entierro lloré como un idiota.”

*Corresponsal de EL MUNDO en Jerusalén    

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