Donald Trump ha recibido una fuerte lección sobre el funcionamiento de la democracia y las diferencias entre las calidades del negociante y las cualidades del negociador.
Un choque de vagones del tren republicano ha frenado en seco la locomotora Donald Trump, demostrándole que su pretensión de avasallar las instituciones y procedimientos de la democracia limita con la solidez del proceso democrático y los organismos que hacen al Estado superior a las voluntades particulares que lo dirigen temporalmente.
El frenazo detuvo la reforma al Obamacare, en lo que es un pesado golpe a la pretensión personal de Donald Trump por arrasar una reforma que hará imborrable la huella de Barack Obama en Estados Unidos. Lo grave para el presidente es que este no llegó de jueces moderados o demócratas, que ya han controlado sus afanes anti-migratorios. Este provino de las actuaciones de su propio partido Republicano, que demostró una fragmentación tan profunda que acaba con su valor como fuerza mayoritaria en el Congreso de Estados Unidos.
En la Cámara de Representantes el golpe al presidente, y al ala que encabeza el conservador Paul Ryan, fue propinado por el Tea Party, que pretendía una reforma que redujera a mínimos las responsabilidades del Estado con la salud pública, así ella hiciera trizas las posibilidades de millones de personas por tener atención sanitaria. En el Senado, por el contrario, el control fue impuesto por el ala moderada que se abrió a formar mayoría con el partido Demócrata, a fin de evitar que la reforma golpeara el acceso de los ciudadanos a servicios sanitarios esenciales en prevención, atención de urgencias o maternidad. La imposibilidad de conciliar esas aspiraciones reavivó el Obamacare y ofreció al negociante Donald Trump una significativa lección sobre la diferencia entre manejar un emporio y liderar el Imperio hacia el progreso y el bien común.