De lo que realmente se trata es de irle entregando a esa organización el monopolio de la fuerza en lo que llaman posconflicto
No se le ha dado la suficiente consideración al excelente reportaje de María Isabel Rueda, el pasado 15 de mayo, en El Tiempo, al Sr. Ariel Ávila, subdirector de la Fundación Paz y Reconciliación, autor de un reciente libro, Seguridad y Justicia en tiempos de paz.
El reportaje se titula “Zonas de las Farc las coparon bandas comprando franquicias”.
Mi primera impresión fue que había aparecido una fundación democrática para denunciar la falsa paz que se le está haciendo creer al país. A medida que avanzaba en el reportaje, bien sustentado con estadísticas de horror sobre el auge, incremento y amplitud de la acción criminal en este fementido posconflicto, el interrogado recuerda el “paraorden” que imponían las Farc en sus zonas (sistema de regulación social “déspota, autoritario, pero eficiente”), que, afirma, “añoran” las comunidades.
El señor Ávila afirma inclusive:
[los] “temas de reincorporación salieron mal (…), los funcionarios medios del gobierno creen que posconflicto solo es desmovilizar a la gente sin dimensionar el territorio. En una cosa (sic) acelerada faltó pedagogía, y funcionarios medios sin pedagogía, pues llevan a lo que tenemos, un vacío de poder.
A continuación habla de un “copamiento” de las zonas de las Farc por combos, clanes, disidentes, Eln, etc., porque considera que las Farc “lo que hicieron fue vender franquicias”.
El final del reportaje parece incongruente, porque reconociendo el caos actual con el incremento de la criminalidad y la violencia, el señor Ávila tiene “esperanza fundada” en el general Naranjo, en Sergio Jaramillo y en Rafael Pardo, para que “coordinen y discutan” reformas al sector seguridad, cuando fueron precisamente esos señores, mandos medios confabulados con las Farc, quienes aprobaron y redactaron los detalles de los pactos entre Timo y Santos, que están destruyendo a Colombia.
Ante lo inquietante del reportaje, averigüé por la Fundación Paz y Reconciliación y descubrí que es el nuevo nombre de la fundación de León Valencia, organización especialmente bien fletada por el gobierno (con unos $ 4.000 millones, según ha trascendido), para desorientar y desinformar al país, promoviendo las bellezas del acuerdo y el posconflicto.
La segunda y tercera lecturas de la entrevista revelan su ambigüedad y sesgo, pero queda claro lo de las franquicias. Todos sospechábamos un criminal entendimiento en la cadena narcotraficante, en la cual hay subcontratación, combos, policías y militares corruptos, cartel de soles, etc., hasta llegar al de Sinaloa y a otros en Europa y Asia. Pero faltaba el reconocimiento de esas modalidades “empresariales”, por parte de una fuente insospechable, allegada estrechamente a la subversión y al eje Timo-Santos.
La franquicia consiste en la venta del know how, conjunto de fórmulas exitosas, por parte de un empresario, a otro que apenas se inicia en un negocio “que ha sido probado, y por tanto, el riesgo de fracaso es más bajo que en el caso de una idea propia”; y añade el señor Paillie, de la Cámara Colombiana de Franquicias, que los que “se hacen cargo de una franquicia tienen que remangarse la camisa y trabajar duro para sacarla adelante”. No olvidemos que la participación del franquiciador es onerosa, permanente, apreciable y controlante, como corresponde a quien mejor conoce un negocio y lo quiere ampliar con menor exposición y mayor rentabilidad.
En entrevista posterior para Semana, el señor Ávila se destapó muy claramente, para recomendar el desmantelamiento de las Fuerzas Armadas en beneficio de una enorme policía rural, dirigida por quienes sabemos, para incorporar en ella a los guerrilleros de las Farc, porque de lo que realmente se trata es de irle entregando a esa organización el monopolio de la fuerza en lo que llaman posconflicto, asegurando así el control revolucionario del territorio.
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Muy conveniente la ampliación del abanico de precandidatos del CD, que se fortalece con María del Rosario Guerra, y especialmente con Rafael Nieto Loaiza. Aun pensando que el candidato de la Alianza Republicana no tiene que ser necesariamente uribista, me atrevo a proponer otros nombres: el Coronel (r) John Marulanda y la senadora Paola Holguín constituyen cartas valiosas en los estertores de nuestra democracia.