El papa no ha dejado de ser un referente de humanidad que enseña con el ejemplo.
El humor irreverente llama la atención y no pocas veces traduce nuestra incapacidad de cambiar realidades que quisiéramos distintas. Quien mejor que los artistas para plasmar ese sentimiento como lo hace el mural aparecido en la Vía del Espíritu Santo, cerca de El Vaticano, mostrando el beso entre el Papa Francisco, con su halo y Donald Trump portando dos cuernos. Las imágenes llevan también el deseo del artista anónimo para que al encontrarse estos dos personajes, con miradas del mundo diametralmente opuestas, se produzca un poco probable milagro.
Dentro de una semana Francisco y Donald Trump se saludarán en el Palacio Apostólico de El Vaticano. Difícil predecir cómo será la reunión. El Papa lo recibirá, cuatro años después de haber llegado a Roma, con la riqueza de sus ideas y la fuerza de un apostolado ejercido generosa e inteligentemente apenas fue designado, cuando desde el balcón papal pidió que rezaran por él, imprimiendo de inmediato a sus actos la sencillez de una opción por “una Iglesia pobre para los pobres”. Renunció a la pompa, prefirió aposentos sencillos en la casa Santa Martha y de allí en adelante, con una popularidad sin fronteras, no ha dejado de ser un referente de humanidad que enseña con el ejemplo.
Este Papa ha dedicado parte de sus energías al diálogo con otras religiones dando muestras de que las respeta a todas. Aboga con evidencia y argumentos por el "cambio en las reglas de juego del sistema económico-social" para transformar una "economía que mata" por "una que hace vivir” y, en el camino de ir logrando poner orden en las finanzas vaticanas, poco a poco va reduciendo el déficit que las afecta.
Le duele profundamente la situación de los refugiados, inmigrantes y marginados. Cuando llegó a la isla de Lampedusa, al sur de Italia, para recibir a una embarcación cargada de desesperadas familias africanas buscando acogida, gritó: ¡Vergüenza! porque, según él, la globalización de la indiferencia “ha hecho que el hombre no se sienta responsable por las muertes de los inmigrantes”.
Su opción por la paz, plasmada de muchas maneras, es también el sello de su apostolado y sus preocupaciones por la amenaza nuclear están expresadas en una comunicación a la ONU donde advierte sobre “las catastróficas consecuencias humanitarias y ambientales que se producen con el empleo de cualquier tipo de arma nuclear”.
En la encíclica Laudato Si, escrita enteramente por él antes de los Acuerdos de París, reclama acción conjunta para combatir la degradación ambiental, el cambio climático y el “actual sistema económico que explota los recursos naturales sin consideraciones éticas o morales”.
La larga lista de casos de pedofilia lo ha conmocionado desde el principio y tiene ahora una Comisión dedicada a la protección de la infancia ante los abusos. En más de una ocasión ha escuchado el dolido testimonio de víctimas de abusos sexuales cometidos por sacerdotes.
Donald Trump, por su parte, visitará el Vaticano 4 meses y 4 días después de su llegada a la Casa Blanca cuando dio un discurso preñado de nacionalismo afirmando que “A partir de este día, solo Estados Unidos será la prioridad. Estados Unidos primero”; de defensa de la seguridad y la economía de su país y denostando lo que denomina “el pantano de Washington”, supuestamente causante de buena parte de los males del país.
Las sombras sobre sus descalificadoras referencias con respecto a la mujer no se han despejado y llegará a Roma con la menor popularidad que cualquier inquilino de la Casa Blanca a estas alturas de su mandato, peleado con la gran prensa de su país a la que acusa de enemiga de los estadounidenses.
Poco después de su elección amenazó con expulsar o encarcelar hasta 3’000.000 de indocumentados y su primera orden ejecutiva fue prohibir el ingreso a Estados Unidos de viajeros procedentes de 9 países de población eminentemente musulmana. El temple de los jueces norteamericanos impidió que el propósito se consumara.
Sigue adelante su intención de acabar con la reforma del sistema de salud impulsada por Barack Obama, (cuya popularidad, en cambio, sólo crece), faltando ahora que tal empeño pase por el Senado y, si se aprueba, 24 millones de estadounidenses queden sin cobertura en los próximos 10 años. Ahora se alista a bajar los impuestos a los más ricos de Estados Unidos.
El presupuesto enviado por la Casa Blanca al Congreso de los Estados Unidos aumenta en 54 mil millones de dólares el poderío militar norteamericano para 2018, hiriendo de manera severa los anhelos de paz en el mundo y colocando de nuevo el uso de las armas nucleares como posibilidad bélica.
Trump eliminará el plan de acción climática, el reglamento sobre las aguas de Estados Unidos e insiste en abandonar los acuerdos de Paris sobre cambio climático. La Agencia de Protección Ambiental quedará en muy mal pie y ya recibió la orden del Gobierno de eliminar la página sobre cambio climático de la web.
El papa Francisco y Donald Trump tienen algo en común; usan activamente el Twitter aunque la diferencia de contenido no necesita explicación.
Poco se arreglará en el próximo encuentro entre Jorge Mario Bergoglio y Donald Trump, pese a los vaticinios del mural vaticano, aunque permitirá poner sobre el tapete dos éticas, dos formas de ver el mundo, dos maneras antagónicas de concebir la paz y la solución de los grandes dramas que agobian a la humanidad como el terrorismo, el cambio climático, la economía injusta y las migraciones por literal desesperación.