Un millón 293.000 personas asistieron a la misa campal que el papa Francisco presidió ayer en el aeropuerto Olaya Herrera de Medellín. En la homilía, el sumo pontífice ahondó en las necesidades actuales de la vida cristiana y el discipulado. Además expresó: “La renovación no nos debe dar miedo, la Iglesia siempre está en renovación”
Una larga noche de espera y un amanecer pasado por lluvia para llegar a la mañana anhelada por los fieles en Medellín. El momento del encuentro con Francisco, el segundo sucesor de Pedro que ha visitado a la ciudad, después de San Juan Pablo II en 1986.
La jornada de ayer en Medellín traspasó lo común. Los fieles que asistieron al Olaya Herrera para la misa del santo padre estaban ansiosos, al punto que no importó la inclemente lluvia que los bañó por casi cuatro horas.
Y cuando el pontífice llegó, el sol salió en la capital de Antioquia. A las 11:00 a.m. comenzó la eucaristía, una hora después de lo planeado.
Una procesión de religiosos, entre sacerdotes y ministros, llegó al altar tras finalizar el recorrido entre la multitud en papamóvil, y en la mitad, estaba él acompañado de monseñor Ricardo Tobón, arzobispo de Medellín.
Al llegar al altar lo bendijo y con el incensario lo rodeó; luego hizo lo mismo con el cuadro de Nuestra Señora de La Candelaria, patrona de la ciudad.
El altar utilizado tiene aproximadamente 400 años y fue el mismo en el que Juan Pablo II celebró la misa cuando visitó a Medellín.
Al continuar los actos litúrgicos, saludó a los presentes y expresó: “Queridos hermanos, les quiero agradecer las horas que han pasado acá incluso bajo la lluvia. Lamentablemente, hubo un atraso significativo en el viaje y ustedes tuvieron que esperar más. Gracias por su paciencia, perseverancia y coraje”, en ese momento, el público reventó en gritos.
Continuó la ceremonia con el acto penitencial, el Gloria y la oración colecta. Luego, los ministros de la palabra hicieron las Lecturas. La Primera fue Carta del apóstol San Pablo a los Colosenses (1, 21-23); el Salmo 53, 3-4, lo cantó una integrante del Coro Arquidiocesano, llamado Dios es mi auxilio; se continuó con la entonación del Aleluya y al seguir fue leído el Evangelio del día, según San Lucas 6, 1-5.
El sumo pontífice dedicó su homilía a “La vida cristiana como discipulado”. En su mensaje invitó a los creyentes a abrir las puertas de la Iglesia a todos sin distinción.
Entre sus afirmaciones estuvo que ir detrás de Jesús supone tener otras prioridades; además es de suma importancia para la Iglesia que “quienes nos decimos discípulos no nos aferremos a cierto estilo”, al tiempo que recordó que Jesús no se queda en un cumplimento aparentemente “correcto”.
Igualmente, sentenció tres posturas necesarias en la vida religiosa: “ir a lo esencial, renovarse e involucrarse”.
Esa premisa de “lo esencial” lo explicó a partir de la vida de Jesús, quien no vino “a abolir la ley sino a llevarla a su plenitud” y en el mismo sentido invitó a ir siempre a lo profundo, a lo que cuenta y tiene valor para la vida.
Al explicar su indicación de “renovarse”, Francisco utilizó la palabra “zarandearse” y recordó que Jesús hizo lo propio con los doctores de la ley para que salieran de su rigidez, e hizo la analogía en nuestros tiempos para que los cristianos dejen a un lado sus comodidades y apegos.
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El involucrarse lo indicó con las palabras: “No podemos ser cristianos que alcen continuamente el estandarte de ‘prohibido el paso’… La Iglesia no es nuestra, es de Dios”.
Y ahí expresó enérgicamente que todos tienen cabida en la Iglesia y las puertas de ella deben estar abiertas sin distinción.
Además atribuyó cuáles deberían ser los roles de la Iglesia en Colombia, a la que consideró que está “llamada a empeñarse con mayor audacia en la formación de discípulos”.
A los feligreses los motivó a ser “discípulos que sepan ver, juzgar y actuar”, según dijo, así lo propuso el documento latinoamericano sobre las misiones que nació en estas tierras (Medellín, 1968).
Finalmente, al discipulado lo definió como un asunto “no estático”, como un movimiento hacia Cristo; “no es simplemente el apego a la explicación de una doctrina, sino la experiencia de la presencia amigable, viva y operante del Señor”.
Tras estas palabras, prosiguieron los actos: las Ofrendas, la Consagración, el Padre Nuestro, la Comunión, la Bendición y la Despedida.
Una ceremonia muy emotiva, una misa vivencial, que reafirmó a los fieles, que unió a las familias, que permitió a los medellinenses renovar la fe y deleitarse con las palabras del vicario de Cristo.