Una nueva era amaneció porque este hombre de Dios llegando al papado tuvo el coraje de enfrentar a una burocracia entrenada en siglos de ejercicio del poder para su propio beneficio
Nuestro papa argentino, como nuestro Francisco el hombre, está librando una batalla titánica contra las poderosas fuerzas preconcilia/res/ntes dentro de la burocracia eclesiástica, de la cual esperamos salga, igualmente con la ayuda de Dios, tan airoso como salió de la suya el juglar vallenato. Sus fallas, si bien contraproducentes en materia de relaciones públicas no pueden ocultar la tarea monumental que está adelantando, reconocimiento éste que impone cualificar la crítica sobre su identificación con el poder tribal eclesiástico publicada acá y son en todo caso mucho menos dañinas que varias disposiciones que debemos a Juan Pablo II. A continuación me referiré a esta tarea destacando como entender la monumental batalla que (como Francisco el hombre) enfrenta Francisco (a quien llamamos afectuosamente el hombre por su solidaridad con nuestros problemas) supone entender que significó el concilio Vaticano II (CVII), cuyo espíritu él está intentando recuperar en una lucha con la burocracia eclesiástica (una estructura de poder afianzada en 18 siglos que hace aparecer como principiantes a la del partido comunista chino, que Mao enfrentara con la revolución cultural) fortalecida en sus tendencias preconcilia/res/ntes por los nombramientos realizados por Juan Pablo y por Benedicto. Y entender el gigantesco significado de CVII supone destacar la inmensa contribución de su inspirador Juan el grande (sigo en algunos apartes “Dos modelos alternativos para Francisco: Juan XXIII y Juan Pablo II, santos”. Revista Javeriana).
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Lo que hayamos ganado en acercar la iglesia al ideal de servicio desempoderado de su fundador de regreso de 17 siglos de constantinismo al espíritu de la iglesia primitiva, se lo debemos a Juan XXIII como generador de CVII. Pocas veces en la historia se puede atribuir con igual certeza un evento de tal importancia para el cristianismo global, no solo para el catolicismo, al genio de un visionario que tuvo la audacia de intentar revertir la tradición de confrontación con el mundo de los papas Píos. En efecto, la visión de relación Iglesia-Mundo que desarrolló Gaudium et Spes (GS: la constitución conciliar sobre la iglesia en el mundo moderno) fue de tal importancia, que K Rahner habla de que la desaparición de las categorías sagrado-profano implicada por CVII es el cuarto cambio más importante en la historia del cristianismo, siendo que los tres primeros sucedieron en los primeros 150 años de la historia de la Iglesia (uno se pregunta si se refiere al llamamiento universal a los gentiles por parte de Pablo y a los dogmas trinitarios y cristológicos). Fue esa iluminación de Juan, leyendo los signos y las necesidades de los tiempos, lo que desencadenó la renovación conciliar después de Pio XII, quien en contraste con la apertura en el servicio humilde a la cual viró JXXIII (en parte como resultado de su historia personal: origen humilde, actividad diplomática que lo puso en contacto tanto con poderes políticos como con otras religiones), continuó la tradición de los Píos del enclave defensivo frente a la modernidad, de integrismo anti comunista en lo político y de ejercicio/afirmación de la autoridad papal más absoluta como cúspide de una estructura jerárquica que marginaba no solo al laicado, sino a los mismos obispos. Así, lo que fue Humanae Vitae en 1968 ahogando una apertura a la ciencia y a la problemática de la mujer y de la familia, fue Humani Generis en 1950 ahogando la nouvelle theologie con su inmutabilidad del dogma, importancia del magisterio pontificio e inerrancia de la Escritura incluidos los primeros capítulos del Génesis (De Lubac habla de que Humani Generis cayó sobre el proyecto teológico que compartía con Congar y Chenu como un rayo que lo eliminó).
Juan, en vez de seguir persiguiendo a Danielu, Chenu, Congar y de Lubac, se permeabilizó a sus ideas de manera que ellos, junto con Rahner y Schillebeeckx, se convirtieron en influencias decisivas, sobre todo en las fundamentales Lumen Gentium y Gaudium et Spes. A nivel teológico la nouvelle theologie planteaba la visión anti dualista (naturaleza vs gracia) de H de Lubac; la visión histórica del cristianismo de J DAnielou; y la visión eclesial de colegialidad y ecumenismo de YM Congar (influencia a la que se agregaron otros perseguidos por Ottaviani, como Rahner y Schilebeeckx, a quien incluso intentaron marginar del concilio mismo). Una nueva era amaneció porque este hombre de Dios llegando al papado tuvo el coraje de enfrentar a una burocracia entrenada en siglos de ejercicio del poder para su propio beneficio, afincada en la convicción de que la iglesia no necesitaba que nadie hablara salvo el papa (claro influenciado por ella), anunciando que convocaba un concilio que a diferencia del de Trento no sería para condenar sino para acercar y unificar. Él fue un hombre con un profundo sentido histórico, del carácter histórico del cristianismo, de la necesidad de la presencia activa del cristiano en la historia. Dos hechos ilustran esto: el compromiso con el cual se involucró en salvar niños judíos como diplomático vaticano en Estambul y en Grecia durante la 2ª guerra y su intervención para impedir una guerra nuclear en conversaciones tanto con el católico Kennedy como con el Kremlin antes de emitir su suplica por la paz en nombre de toda la humanidad. Pero es en Populorum Progressio, abandonando tanto la defensa de los intereses católicos como los planteamientos sociales paternalistas de Leon XIII, donde inaugura una nueva era al hablar en términos universales, de derechos humanos. Así, el mundo al cual se dirige JXXIII, incluidas otras iglesias de la Iglesia de Cristo y otras religiones, pasó de estar excomulgado a las tinieblas exteriores a ser tomado en cuenta en el CVII e incluso invitado (observadores del World Council of Churches, etc.). En particular, si bien no se les permitió dirigirse al concilio, dos testigos de los pobres tuvieron la oportunidad de hacer lobby en favor de ellos con los padres conciliares: impresiona que la frase usada por los gigantes Doroty Gray y Helder Camara entonces, fuera la misma que movió a Francisco, pronunciada por el arzobispo de S Paulo C Hummes (franciscano) al abrazarlo para felicitarlo, recuerde a los pobres, a adoptar su nombre.
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En esta dirección y concretando a Latinoamérica, el CVII no generó una dinámica enteramente nueva en LA sino que sancionó y legitimó los esfuerzos de Obispos como H Camara, S Méndez A, G Valencia C y E Pironio. Una medida de la forma como este respaldo se tradujo en una extraordinaria inspiración en la construcción de la Iglesia de y para los pobres que buscaba JXXII, en el subcontinente, fue la conferencia episcopal de Medellín en 1968, tres años después de la finalización del CVII. Uno podría decir que la secuencia CVII como inspiración- Medellín como pivote concretizador-Puebla como conato, resume las condiciones teológico-eclesiales del surgimiento y fortalecimiento de la teología de la liberación. Medellín, con su valerosa denuncia de la violencia institucionalizada y su toma de partido por los pobres fue el elemento definitivo que desencadenó la dinámica generada en el CVII, desarrollada en Puebla, y realizada por los teólogos de la liberación y por la comunidades eclesiales de base, antes de que la inmisericorde campaña de JPII asfixiara tan maravillosa respuesta a los signos de los tiempos. Considerando a Medellín y a los primeros esfuerzos de Gutiérrez y de los Boff, en comunión con los mencionados obispos, como una clara consecuencia del CVII, en tanto que abrió el espacio para estos desarrollos bajo la protección de la frase de JXXIII una Iglesia de todos, especialmente de los pobres, uno puede sostener que el partir el CVII la historia de la Iglesia en dos, aplica a fortiori en Latino América.