Como en una especie de paseo por la casa se sintió la visita de Fernando Botero, el artista más representativo del país, a Medellín, su lugar de origen, específicamente a la Plaza Botero y al Museo de Antioquia, donde revisó, en compañía de su esposa, la también artista Shopia Vari, y del alcalde de Medellín, Federico Gutiérrez Zuluaga, cómo iba el estado de sus obras, además de saludar a las personas que se agolparon alrededor de su camino mientras lo animaban y le agradecían por su aporte a la ciudad.

“Las obras están muy bien tratadas, las pátinas en perfecto estado. Tengo un gran aprecio por estas esculturas y me gusta que la gente las mira con mucho afecto, entonces para mí es una gran emoción”, aseguró el artista.

Botero hizo una propuesta que fue acogida de buena manera por el alcalde de Medellín: trasladar dos de las obras, que en este momento se encuentran en la carrera Carabobo, junto a las otras que están más agolpadas en la Plaza Botero, “ya que sería más bonito que estuvieran junto a las otras y crearan más concentración alrededor”, expresó Botero a los periodistas. 

Ante esto, el alcalde aseguró que más pronto que tarde harán el cambio, ya que respetan mucho la palabra del “Maestro”, y creen que él, el autor de las obras, tiene más criterio para decidir dónde van a estar mejor ubicadas para el público.

 
Un poco antes de entrar al Museo de Antioquia y revisar cómo se encontraban las de este espacio, el maestro Botero pidió otra cosa: que no se moviera por nada del mundo las dos esculturas del pájaro ubicadas en el Parque San Antonio, una de las cuales fue dañada en un atentado el 10 de junio de 1995.

“Deben permanecer ahí por la importancia histórica que tiene esa tragedia. Que sea un recuerdo de la violencia que había en ese momento y que haga reflexionar a la gente”, aseguró el artista, quien agregó que respecto al robo de los bigotes del Gato, una  escultura instalada en el parque biblioteca del corregimiento de San Cristóbal, eso no pasa sólo en Colombia sino en otras partes del mundo, como París, por ejemplo: “No es falta de civilización sino que a la gente le parece divertido hacerlo y no es con maldad, sino una cosa como simpática, para tener un recuerdo. Pero no una maldad, porque no le han hecho ningún daño a la escultura “.