Más de 5.000 niños y niñas cumplieron una cita con la alegría en una nueva edición del Clásico Infantil, un evento que se ratifica año tras año como un espacio para entregar un mensaje para los que harán un país más digno y bonito. Un encuentro necesario con la bicicleta como excusa.
Sol y lluvia se repartieron la jornada del Clásico Infantil generosamente. Total, cuando se es niño se disfrutan los días como caigan, sin reparos. Mucho más cuando es un día que se espera durante todo un año con la esperanza de que dure hasta el cansancio.
Argemiro Zuluaga condujo su chiva por el paisaje madrugador del Oriente antioqueño escuchando a Darío Gómez y con un buen paso. Llegó a Medellín minutos antes de que los claritos de luz anunciaran un domingo de buen sol.
Sin pereza, y de sombrero y poncho, se dispuso a ayudar a bajar las bicicletas del capacete que iban bien cobijadas del frío mañanero.
Una hilera ansiosa de niños aguardaban en la acera a que sus bicicletas descendieran de los buses y chivas y llegaran a sus manos. Una peregrinación de ruedas, colores, formas y tamaños anuncian su llegada con un zumbido, un emjambre de pequeños ciclistas, listos para rodar.
De Puerto Berrío, uno de los 30 municipios que se hicieron presentes en el Clásico, llegó Simón Steven con la camisa puesta debajo un buso de lana. Todavía no era domingo cuando cojió carretera junto a su mamá, papá y dos hermanos. Fue su tercera vez en el Clásico Infantil, y uno de sus días favoritos. Se la pasó casi despierto todo el viaje. Y es que en su casa normalmente los días le parecen que no duran. “Estoy contento porque es un día con muchas horas. Entonces puedo jugar más”, dice.
Claro, es que allá en su barrio la luz se acaba pronto y lo manda a guardarse en la casa rapidito, explica su mamá. Ayer en cambio se la empezó a gozar desde la madrugada y con todo el día y tanto por hacer por delante antes de volver a casa.
Más lejos aún, a unos 700 kilómetros, llegaron 20 niños y 20 papás desde el Bordo, un pueblo del Cauca, cercano a Popayán, que dijo presente en el Aeroparque Juan Pablo II para compartir su pasión que practican dos veces a la semana en una angosta cancha en el pueblo y otros tres días en la vía Panamericana. “Para nosotros fue un regalo muy lindo. Ayer (sábado) conocimos la ciudad, hoy corrimos y apenas terminemos nos devolvemos felices para nuestro pueblo”, contó con una sonrisa tímida Erick Mauricio Muñoz, quien además se dio el lujo de marcharse a casa con el triunfo en la categoría Libertad.
Una avioneta se levanta encima de una curiosa geografía que indica que Puerto Berrío está al lado de Risaralda y Bogotá limita con el municipio de El Bagre. Son las carpas que sirvieron de punto de encuentro para quienes llegaron desde diferentes puntos cardinales.
Ojalá alcanzaran las páginas y el espacio para sumar todos los kilómetros,historias y esfuerzos que conforman las delegaciones que por primera vez o de forma tradicional hacen posible que el Clásico de Ciclismo Infantil de EL MUNDO se haya convertido en un escenario ícono para la niñez del departamento y parte del país. Que en la mención de algunas delegaciones todas y cada una de las familias presentes en esta edición del Clásico sientan la gratitud por intentar llevar conjuntamente un mensaje para esos pequeños en cuyas manos está la tarea de mejores días para este país.
Para la labor del club Ciclosan en San Jerónimo y su incanzable tarea de crear entornos y experiencias de calidad para los niños del municipio. Para la tremenda delegación de Amagá, que demostró que un proyecto deportivo serio da susfrutos desde corta edad, igual que el municipio de Patía en Cauca, incansables y entusiastas en su búsqueda por cambiar realidades sociales en su municipio a través del ciclismo.
También para los infaltables de Granada y su programa de valores a través del deporte y la cultura. Y desde luego, para esas familias que creen todavía en caminos nobles para formar a sus hijos. Para el Team Vásquez, formado por el Abuelo y su legión de nietos, y tantas otras familias.
Gratitud también para quienes desde dentro hacen posible todo esto: esa fuerza callada, que suman esfuerzos como hormigas silenciosas y entre todos construyen un evento monumental.
¡Hasta el próximo año!