El verdadero desarrollo sólo se logra optimizando el aprovechamiento de los recursos mediante la innovación y la tecnología.
Extractivismo es el término con el que se denomina una forma de organizar la economía de un país, con base en una alta dependencia de la extracción intensiva (en grandes volúmenes) de recursos naturales (RN), con muy bajo procesamiento industrial (valor agregado) y destinados a la exportación. Esto da lugar a que varios países del tercer mundo, en particular Colombia, se clasifiquen como países minero-dependientes.
El extractivismo se caracteriza por: 1. Alta dependencia de las economías nacionales de la extracción en grandes volúmenes de RN. 2. Exportación de los RN en bruto o con muy bajo grado de procesamiento. En términos generales se pueden distinguir dos formas de extractivismo: la que se basa en extracción de recursos no renovables (hidrocarburos y minerales) y la que se basa en la extracción de recursos forestales para la exportación en bruto de la madera y posterior ocupación del suelo por ganadería extensiva y/o por rastrojos, en nuestro caso colombiano por cultivos ilícitos.
El extractivismo es un patrón de desarrollo económico, denominado primario exportador, pues consiste en que la economía se concentra en la producción de materias primas para su exportación en bruto. Se puede decir que el extractivismo es la mácula impuesta por la colonización española en el territorio americano, primero con el saqueo de los tesoros indígenas y después con la minería de oro y plata. A partir del Siglo XX el extractivismo se ha convertido en una forma de división internacional del trabajo entre los países ricos y los países pobres, donde los países del norte son quienes demandan materias primas y los países del sur son quienes proveen esas materias primas. Esta división ensancha la brecha entre países desarrollados y subdesarrollados, estos últimos, sin eufemismos, mejor definidos como países no desarrollados. Esta estructuración del sistema capitalista mundial, conlleva las siguientes consecuencias, todas ellas perversas para nuestros países:
Incremento de la desigualdad en el intercambio comercial (vendemos barato nuestras materias primas y compramos caro esos mismos productos, ya transformados). Rentismo y corrupción del Estado que recibe ingresos por impuestos y regalías, no siempre bien manejados y muchas veces despilfarrados en obras suntuosas. Desincentivación de otras áreas económicas, ya que las actividades extractivas, como el petróleo y la minería, atraen y concentran las inversiones y la mano de obra, en desmedro de otros sectores. Generación de grandes daños a los ecosistemas, cuya reparación resulta costosa. Distorsiones económicas e inflación por el ingreso de divisas de las exportaciones (enfermedad holandesa).
En Colombia ya conocemos las consecuencias de la destorcida de las exportaciones por la caída de los precios del petróleo a principios de la presente década, crisis de la cual todavía no salimos. Pero lo más grave es que pareciera que no hemos asimilado la experiencia, tal como lo ejemplifica el impulso que se le quiere dar al fracking, como única alternativa para con el aumento de las exportaciones de petróleo tratar de equilibrar la balanza de pagos. Esto sin considerar los potenciales riesgos a nuestros ecosistemas, en especial las afectaciones a los recursos hídricos, cuya protección es vital para la vida.
Como anotábamos en una columna, publicada durante el pasado boom minero-energético, el único beneficio de la gran minería para el país fue la entrada masiva de dólares que permitió aliviar deuda externa, así como el pago de algunas contribuciones económicas de las compañías extranjeras, que en gran parte se compensaron con las exenciones tributarias, que nuestra legislación concede a esta clase de inversionistas. Otros grandes beneficiados fueron los importadores de toda suerte de mercancías para el consumo suntuario, mas no para el necesario equipamiento industrial.
Los países ricos no son los mineros ni los petroleros sino los industrializados, en especial aquellos que transforman las materias primas en manufactura y productos con alto valor agregado, aunque los servicios y la agricultura son otra posibilidad de riqueza para las naciones. Para nuestro caso, por ejemplo, es necesario industrializar el carbón para la producción de gas para consumo en la industria local y la carboquímica para obtener los mismos derivados que en la petroquímica, así como su licuefacción para la producción de Acpm y gasolina; el oro tiene un valor mucho mayor como joya que cuando se utiliza como activo para la especulación.
Como anotamos en nuestra pasada columna, no puede ser que se siga creyendo que la riqueza nacional sólo se genera maximizando la renta vía mayor cantidad de recursos explotados, en su mayoría no renovables, olvidando que el verdadero desarrollo sólo se logra optimizando el aprovechamiento de los recursos mediante la innovación y la tecnología. Esperemos que el Plan de Desarrollo Nacional (PDN) del presidente Duque redefina las prioridades del país con políticas que incentiven la industrialización interna de los recursos naturales, incluyendo la agroindustria, única forma de superar el subdesarrollo y salir de la dependencia de nuestra economía de los vaivenes de los precios internacionales de las materias primas o commodities. El PDN debe también precisar los contenidos y alcances de la tan promocionada Economía Naranja.