Saber escribir es un permanente aprendizaje, una ejercitación durante toda la vida; no, una culminación.
Escribir es un largo ejercicio que se emprende desde la niñez, y a medida que él va desarrollando competencias o habilidades de comunicación, al mismo tiempo, la escritura va imponiendo condiciones, porque cada vez se vuelve más indispensable y exigente en contenidos y en estilo.
Es posible que al tener en cuenta las siguientes etapas, el escribir sea menos penoso y más fructífero:
1. Preescribir.
Exige: ser un buen lector; manejar correctamente la expresión oral (quien sabe hablar, sabe escribir); tener riqueza de vocabulario, un léxico propio, para no acudir a expresiones ajenas; pensar y jerarquizar las ideas, porque hay que usar conjuntamente el paradigma pensante y el paradigma lingüístico. Por la ausencia de estos factores hay defectos en la redacción, tales como: entender mal el tema y no poder expresarlo con claridad; desenfocar el tema al desarrollarlo, o tratarlo solo en parte, lo que da por resultado: textos inconclusos y, peor aún, confusos; no hay que dar importancia a lo secundario, ni expresar banalidades (palabras vacías y párrafos de relleno).
2. Escribir.
Este ejercicio se hace más funcional si se ponen por escrito las ideas, todas de una vez.
Exigencias: expresar las ideas con lógica (raciocinio); orden (las ideas, las palabras y frases en su sitio correspondiente, porque la sintaxis es necesaria); claridad (transparencia en el texto para poder entenderlo); sencillez (sin artificios, sin ostentación, que son los que hacen que el estilo sea ampuloso, retórico, y esto no enaltece al autor; al contrario, da una mala imagen de rebuscamiento. Otra cosa muy distinta es la “prosa artística”, y en esta, son muy pocos los maestros); naturalidad (la forma de expresión debe estar de acuerdo con el contenido del texto); precisión (exactitud; se necesita riqueza de vocabulario, para no cometer el error estilístico de emplear adjetivos en abundancia, sinónimos sin un buen razonamiento,+ palabras impropias que oscurecen el contenido); propiedad (esta nace de la precisión: usar los vocablos con los significados exactos para evitar ambigüedades); corrección (se alcanza teniendo en cuenta todas las exigencias anotadas).
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3. Reescribir.
Es el paso de la composición escrita que más atención, tiempo y responsabilidad exige: es el momento de pulir el texto. Para ello hay que saber y cuidar la ortografía, la gramática, la sintaxis, la semántica, la etimología; utilizar con prudencia y acierto los sinónimos y los antónimos, los elementos de enlace. Todo ello, para evitar errores como: falta de concordancia; el “dequeísmo”; el “queísmo”; el “que galicado”; el “anivelismo” (está de moda decir “a nivel de”, sin importar cuándo es forma correcta y cuándo no); lo mismo que el “seraqueísmo” (muchas personas necesitan esta muletilla: “será que” nos vamos ya; “será que” te cuento; “será que” puedes venir mañana…); evitar, también, la cacografía; el incorrecto uso de verbos y gerundios, etc.
Y, por sobre todo, evitar los adornos expresivos, las frases deslumbrantes, los adjetivos rebuscados, los diminutivos. Todo eso vuelve melindroso el idioma. Evitar hacer uso de las expresiones y conceptos ajenos sin la consabida exigencia de las comillas (es mejor que nos tilden de “especialistas en citas” y no de usurpadores de creaciones ajenas); dejar de lado las frases caracoleantes que vuelven ridícula y monótona nuestra expresión, al dar vueltas y más vueltas a la misma idea, querer explicarla de varias maneras, lo que da lugar a las tautologías.
Algunos autores nos recomiendan hacernos estas preguntas, y en torno a ellas, corregir, aclarar, completar nuestros escritos:
1. ¿Qué dije?
2. ¿Cómo lo dije?
3. ¿Sí dije todo cuanto quería y tenía que decir?
4. ¿Sí entenderán, en su totalidad, quienes me lean, todas mis ideas, mis intenciones, mis propósitos?
Si las respuestas son negativas, es mejor estructurar de nuevo el texto, y utilizar con seriedad el paradigma pensante: hay que pensar, ordenar, jerarquizar las ideas,
No olvidemos que hablamos y escribimos para los otros, no para nuestra narcisista complacencia.
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4. Tres grandes fases
La composición escrita (y a veces, la oral) es – solamente – el arte de desarrollar un tema. Dicho arte es la reunión y desarrollo de varias facetas que se producen en nuestro cerebro casi simultáneamente.
Dicho de otra manera, la escritura tiene tres grandes fases:
La invención: búsqueda de las ideas por desarrollar. Según los retóricos griegos la invención comprendía: las pruebas, que instruían y convencían; las costumbres, que complacían; las pasiones, que conmovían.
La disposición: procedimiento por el cual ordenamos y jerarquizamos tales ideas.
La elocución: es el estilo, la forma, el modo de expresar nuestros pensamientos por escrito.
Saber escribir es un permanente aprendizaje, una ejercitación durante toda la vida; no, una culminación.