El mandato Trump no escapa a la controversia, el caos dentro del círculo íntimo y la ausencia de procedimientos definidos.
La capacidad de asombro no se agota en la era Trump. El despido del director del FBI es un hecho insólito en la historia política de los Estados Unidos que sólo había ocurrido cuando Richard Nixon, agobiado por el escándalo Watergate, decidió hacer lo mismo para después tener que renunciar a su cargo. La agencia de inteligencia ha sido ajena a los vaivenes políticos de Washington pues quien resulta nombrado ejerce sus funciones por 10 años.
James Comey era hasta hace unos días el responsable de una investigación que podría desencadenar en graves repercusiones políticas para Trump por los vínculos cada vez más evidentes entre funcionarios de la campaña con el gobierno de Rusia. Asimismo, Hillary Clinton acusó al director del FBI de ser responsable de su derrota por las declaraciones a 11 días de la elección de que reabría la indagación por el manejo irregular de los correos electrónicos siendo Secretaria de Estado.
En un mar de contradicciones desde el vicepresidente Pence, pasando por la polémica asesora Conway hasta la portavoz de la Casa Blanca, la salida de Comey se ha convertido en una novela sin fin. De acuerdo con estos funcionarios, el director había perdido el apoyo y confianza de la mayoría de empleados de la agencia, lo que entra en oposición con las afirmaciones del encargado McCabe según las cuales Comey gozaba de la simpatía y respaldo unánime. Trump a su vez argumenta que la falta de resultados y el protagonismo calificándolo de ‘’fanfarrón’ lo había llevado a la decisión de despedirlo.
Comey se entera de su dimisión mientras está reunido en San Francisco con un grupo de empleados. Sorprende que sin seguir el procedimiento administrativo regular, el presidente primero avise a la prensa y luego envíe por medio de un guardaespaldas un sobre con la comunicación que es dejada en la sede del FBI. Lo único que se puede decir es que el mandato Trump no escapa a la controversia, el caos dentro del círculo íntimo y la ausencia de procedimientos definidos.
Trump como empresario privado tenía como costumbre manejar su emporio económico sin consultar a nadie y sus decisiones no admitían cuestionamiento, aparte de los no pocos líos jurídicos, demandas civiles y laborales. Cosa bien distinta es ser el líder del país más poderoso del planeta donde existe una clara separación de poderes que es indispensable respetar, acatando las leyes existentes. Además, la llegada al centro de poder de su yerno e hija hace aún más difícil apartarse de los negocios familiares por lo que se hacen inevitables los conflictos de interés.
Aún no está claro si Trump dice la verdad sobre las conversaciones sostenidas con el director del FBI y la carta de despido donde afirma que ‘’en tres distintas ocasiones usted me informó que yo no estaba bajo investigación’’. Otras fuentes afirman que el presidente durante una cena privada, le exigió a Comey ‘’lealtad’’ incondicional, a lo cual este le manifestó siempre serle honesto y no una pieza del mundo político convencional.
Finalmente, si bien Jeff Sessions el recientemente posesionado Fiscal General y jefe inmediato del director del FBI, un oscuro personaje con una larga trayectoria antiemigrante y racista, optó por recusarse de la investigación, sus actuaciones a todas luces llevan a concluir que tuvo participación directa en la salida de Comey pues de su oficina salió la recomendación del despido. Una prueba adicional de los desafueros y arbitrariedades de la administración Trump.
Desde ya se comienzan a escuchar voces que piden la destitución (impeachment) de Trump. Mientras tanto los líderes del partido republicano han decidido permanecer mudos y sordos ante la crisis que se avecina. Y los demócratas sin sonrojarse, ahora quieren poner como héroe a Comey después de haberlo descalificado.