Con este vecino no cabe hacerse ilusiones, pues él , a paso lento pero firme, se encamina hacia el modelo soviético de Stalin
Varios años han corrido desde que se predice la caída de Maduro. Y nada que cae, pese a su abrumador desprestigio, de él y del régimen (probado en el hecho de no haber ganado, legítimamente y de verdad, ninguno de los comicios o referendos cumplidos bajo su mandato ), desprestigio sumado a una crisis económica que por su alucinante gravedad no tiene par en el mundo contemporáneo.
Suena macondiano, o mejor, raya en el absurdo, desafía la fantasía del más truculento cultor o creador de género literario así llamado, aquello de que la inflación venezolana alcanza el millón por ciento anual. No cabe en la cabeza de nadie, pues no parece obra de humanos corrientes sino de un taumaturgo cualquiera, o del mismísimo demonio, si de veras existiere. Ni la ciencia económica, ni la propia estadística concibe un fenómeno semejante, calamidad tan escabrosa que ni siquiera se dio (como erradamente creen algunos) en la dantesca Alemania de los años veinte, tras su derrota en la primera guerra y su debacle consiguiente, que vino a provocar, por reacción, a modo de revancha, la irrupción de un Hitler y de todo lo que representaba, que vengara tanta humillación, despojo e indemnizaciones a favor de los insaciables vencedores.
Cabe el parangón arriba esbozado, pues la devastación y el hambre sufridas hoy por Venezuela reviven en la memoria la Alemania de entonces. Nación rica y expansiva que pasó a ser el mendigo del viejo continente, con una inflación y una escasez igual de inmanejables, y la cual nación apenas sobrevivía con los mendrugos que le arrojaban sus arrogantes vecinos. Sólo que el gobierno venezolano, de su parte, se niega hoy a recibir la ayuda en especie que el mundo le ofrece para paliar algo la falta de comida y medicinas que la agobian, con un saldo de muertes cada vez mayor entre los niños y ancianos. Y ello mientras a manos llenas se le sigue regalando el petróleo a Cuba, al nicaragüense Ortega y en Bolivia al pasmarote de Evo , quien avergüenza los reductos indígenas de todo el subcontinente con su estulticia inocultable.
Ahora bien, con este vecino no cabe hacerse ilusiones, pues él , a paso lento pero firme, se encamina hacia el modelo soviético de Stalin, el mismo que Norcorea y Cuba copiaron hace alrededor de siete décadas. Soportado en el partido único omnipresente, que no desaparece ni siquiera cuando la economía deja de ser centralizada y emprende el regreso al capitalismo. Como en la China actual, donde cobra fuerza la economía de mercado pero el partido Comunista sigue al mando, ejerciendo su hegemonía absoluta, sin darle un respiro a la democracia y la libertad. O en Cuba, que ahora intenta una reforma constitucional que le abra paso a la libre empresa, en escala menor para empezar, pero sin tocar el dominio exclusivo del partido, al que, por comodidad y elemental higiene, no se le cambia siquiera el nombre en el nuevo texto proyectado.
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Venezuela entonces se encamina hacia el estalinismo clásico, en manos de su intransigente camarilla. Basado en la represión , la mordaza y el miedo, y cuya vigencia no es ni será corta en el país donde logra implantarse. Y después del estalinismo ahora en ciernes, transcurridos no pocos años, acaso décadas, según lo dice la experiencia histórica, vendrá una tímida o audaz apertura económica, para ir regresando al mercado libre. Cómo opera dicho tránsito en lo político, a través del habitual, socorrido mecanismo que hemos denominado “el monolito”, intentaremos describirlo más adelante.