¿Qué significa ser maestro de Colombia en el siglo XXI?
Por: Catalina Ángel*
Todos hemos tenido un maestro o una maestra que ha impulsado nuestras vidas. Sus palabras, llenas de confianza y convicción, ayudaron a poner rumbo al sendero que hoy recorremos. Caminamos con sus frases en la mente, sus enseñanzas conducen nuestros pasos, sus preguntas titilan en nuestra memoria.
Desde allí afirmamos que los maestros y maestras tienen la capacidad de incidir en el curso de la historia. A lo largo de los siglos, su labor ha sido considerada como apostólica, heroica, titánica, vocacional, sacrificada, meritoria e, incluso, peligrosa.
En el siglo XIX ser maestro se convirtió en un oficio dirigido por las nacientes repúblicas que emitieron exigencias para determinar su conducta pública y privada. Rigurosas medidas debían ser acatadas por quienes asumían tan loable misión para el engrandecimiento de la patria. Así señalaba el diario El Boyacense el 21 de diciembre de 1886: “(…) El Maestro de Escuela será pudoroso y leal en sus relaciones, benévolo y afable en su trato, cumplido en sus maneras; pero deberá mostrar en todas sus acciones, firmeza de carácter para hacerse obedecer y respetar… las faltas graves contra la moral, así en su vida pública, como en su vida privada, serán castigadas con la destitución del empleo (…) Le está severamente prohibido el roce con personas reputadas como de mala conducta y la entrada a tabernas y casas de juego”.
La buena conducta no era suficiente. Entonces, la formación de maestros empezó a hacer carrera en el mundo educativo. Los primeros maestros y maestras de Colombia tuvieron que demostrar suficiencia en lectura, gramática, escritura, aritmética, historia patria, geografía universal y particular de Colombia, canto, dibujo, derechos y deberes del ciudadano, francés, el arte de hablar, pedagogía, física y química. Las Escuelas Normales Superiores, dirigidas en su mayoría por comunidades eclesiásticas -que custodiaban el cumplimiento de las reglas morales y éticas de su labor- fueron las primeras encargadas de su formación.
Este trazo de historia quiere poner en evidencia la complejidad de lo que se conoce como profesión docente. Una profesión de servicio sujeta, desde siempre, a múltiples intervenciones (del Estado y de todo tipo de organizaciones) que buscan orientarla, fortalecerla o controlarla.
Según el Observatorio Laboral para la Educación, entre 2001 y 2014 se graduaron cerca de 2. 261.294 personas de carreras afines a la educación. Este dato coincide con el Boletín 41 del Proyecto Principal de Educación para América Latina y el Caribe que indicó un aumento significativo de profesores desde los años ochenta a la fecha.
Hoy, el país tiene cerca de 300.000 maestros y maestras en su planta pública y, cada año, miles de jóvenes llegan a las facultades de educación, con el sueño -algunos con más convicción que otros- de ser maestros y maestras.
Vale la pena, a propósito, dejar algunas preguntas abiertas: ¿Qué significa ser maestro de Colombia en el siglo XXI? ¿Cuáles son los retos frente a su formación inicial y en ejercicio? ¿Cuáles frente al mejoramiento de sus condiciones de trabajo? Sin duda, las acciones conjuntas entre organizaciones de la sociedad civil, colectivos de maestros, universidades, comunidad y gobierno, brindarán elementos para construir nuevos los escenarios de formación docente que exige la educación colombiana.
Desde esta reflexión, presentamos nuestra reverencia a quienes decidieron dedicar su vida a tan admirable misión. Sea el momento para recordar a Teresa de Calcuta: Enseñarás a volar, pero no volarán tu vuelo. Enseñarás a soñar, pero no soñarán tu sueño. (…) Pero sabrás que, cada vez que ellos vuelen, piensen, sueñen, canten, vivan, estará la semilla del camino enseñado y aprendido.
*Coordinadora de la Estrategia de Gestión de Conocimiento en la Fundación Empresarios por la Educación, una organización de la sociedad civil que conecta sueños, proyectos, actores y recursos para contribuir al mejoramiento de la calidad educativa.