A propósito de la próxima conmemoración del Día Internacional de los Museos (18 de mayo), el artista, curador y exdirector del Centro Cultural del BID en Washington, Félix Ángel, reflexiona sobre las apuestas actuales de estas instituciones en Medellín y revisa cuánto sus proyectos se enfocan a la invitación de “decir lo indecible en los museos”.
Desde 1977, el 18 de mayo se ha dedicado como el Dia Internacional de los Museos (IMD) por el Concejo Internacional de Museos (Icom), entidad que coordina la celebración y define el tema específico de reflexión cada año.
El pasado 2016, la celebración involucró cerca de treinta y cinco mil museos en ciento cuarenta y cinco países.
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El IMD brinda la oportunidad a los profesionales de los museos de conocer al público y alertarlos sobre los desafíos que enfrentan. De hecho, siguiendo la definición suministrada por Icom, un museo es “una institución permanente, sin fines de lucro al servicio de la sociedad y su desarrollo, abierta al público, que adquiere, conserva, investiga, comunica y exhibe el patrimonio tangible e intangible de la humanidad y su medio ambiente para los propósitos de la educación, estudio y disfrute.”
El Día Internacional de los Museos, por lo tanto, sirve como una plataforma para sensibilizar al público sobre el papel que dichas instituciones desempeñan en el desarrollo de la sociedad de hoy en día, en el ámbito internacional, y sensibilizar los museos respecto a los desafíos que enfrentan en el contexto de las comunidades regionales a las que sirven.
En los últimos diez años, los temas designados por el Icom han cubierto un vasto espectro como, por ejemplo, paisajes culturales, museos para una sociedad sostenible, memoria y creatividad, cambio social, armonía, desarrollo, nuevos desafíos, turismo, patrimonio universal. La lista hacia atrás, hasta 1992, es impresionante e incluye pueblos nativos, medio ambiente, juventud, patrimonio intangible, etc., etc., reflejando la preocupación por el papel que deben desempeñar los museos en las comunidades donde están inscritos, sin perder de vista la dinámica que, desde el final del siglo XX, introdujo la globalización.
El tema de este año, “museos e historias controvertidas: decir lo indecible en los museos”, se centra en el papel de los museos que, trabajando para beneficio de la sociedad se convierten en irradiadores de relaciones pacíficas entre las personas. También destaca cómo la aceptación de una historia controvertida es el primer paso para imaginar un futuro compartido bajo la bandera de la reconciliación.
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Yendo de lo general a lo particular, el tema es apropiado para el momento que vive Colombia, y por supuesto específicamente la ciudad de Medellín.
En lo general, “decir lo indecible” enfoca cómo entender aspectos incomprensibles de la problemática historia de la raza humana. También anima a los museos para abordar pacíficamente historias traumáticas a través de mediación y múltiples puntos de vista, con el fin de establecer una relación civilizada con aquellos con los que no compartimos, o no comparten con nosotros, puntos de vista. En cualquier caso debemos aprender juntos a vivir en paz.
En lo particular, anima a los museos a mirar hacia adentro de sus comunidades puesto que, finalmente, su relevancia y vigencia dependen de la relación interactiva entre ambas partes.
Todo lo anterior suena muy bonito. Es necesario ir más allá del ánimo celebratorio que en muchos casos dura solo un día, y hacer un examen, una revisión de la definición del museo como institución para ver si en la ciudad están cumpliendo su misión, de qué forma, cómo.
En Colombia hay muchos museos, o al menos instituciones con ese nombre, pero para el efecto me referiré a los museos de arte de nuestra ciudad, Medellín. En el espíritu de “decir lo indecible”, no es atrevido aseverar que la mayoría de ellos se rajan, sobre todo en la parte que concierne a “adquirir, conservar, investigar y comunicar”.
Miremos con detenimiento el cuadro: colecciones armadas con obras regaladas que no responden a un rigor conceptual de lo que la colección del museo en cada caso debe ser. Falta de presupuesto para adquirir obras seminales de los artistas locales que, como museos específicos de la ciudad, deben reflejar la razón de ser de su existencia; no quiere decir que resulte inapropiado poseer obras de autores internacionales que ayuden a definir periodos y momentos, y definan mejor el contexto.
Como la excusa para adquirir obras de arte es falta de presupuesto, ya que la mayoría de los fondos se gasta en sueldos y servicios, menos riesgo hay de dedicar recursos a la conservación y preservación de aquellas obras que lo ameritan.
Ni hablar de la falta de investigación, porque con el mismo cuento de la falta de recursos (que no es tal pero se malgastan en implantes de personal que ya sabemos con qué recomendaciones llegan), el museo mismo se castra y prefiere “alquilar” exposiciones que viene armadas de otro lado, al servicio de otros intereses distintos a los de la comunidad, pero justificadas con el argumento de que “se unen esfuerzos”, matando dos pájaros de un tiro: mantener una programación (aunque no tenga relevancia), y cumplir con los compromisos de los amigos.
Nuestros museos de arte no investigan. Rara vez producen publicaciones de mínimo valor bibliográfico para el experto, o informativo para el público en general, equiparables al menos a las que debe producir un museo regional que se precie de serlo. Los grandes museos no lo son solamente por sus colecciones o las arriesgadas propuestas que plantean con exposiciones que hablan con voz propia, sino por indagaciones que amplían los parámetros establecidos por previas investigaciones, confiriéndole al campo una vigencia permanente, que permite re-evaluar y re-valorar sus propios hallazgos.
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Y en cuanto a comunicar, preocupa el esfuerzo desmedido para que la prensa local reproduzca los boletines informativos que, sin dar fe de logros específicos, hacen suficiente ruido mediático como para dar la impresión de que todo el dinero que cuesta mantener la incompetencia se está empleando como corresponde.
El resultado es palpable: facultades de arte repletas de estudiantes que no pueden acceder a ejemplos reales de lo que se supone estudian. Artistas inmaduros, abrumados por el provincianismo, quienes se comportan de acuerdo, por carecer de acotaciones para comportarse como profesionales en más de una dimensión, dado que las instituciones no dan la medida, no establecen pautas, no incentivan, no cumplen con la obligación de enriquecer la percepción de la disciplina que sirven.
Un sistema gerencial deficiente, enfermo crónico de irrelevancia y falta de prestigio nacional, invisible internacionalmente, parecido a un club de amigos que condonan cualquier mamarracho y a quienes les resulta indiferente la improvisación, pero se lucran -de una forma u otra- de la amistad, como en el dicho de los borrachos que “se juntan para no caerse”. Desánimo generalizado del gremio artístico que tiene que buscar asideros con el estigma de ser parias en su propia ciudad, ya que en ella no los tienen en cuenta. Desprestigio inmerecido de la creatividad local, maximizada en un país, que como dijo alguien recientemente en la prensa, es “bogocéntrico”. Publico despistado, desorientado, desanimado, maleducado e indiferente a la cultura visual, que con justa razón ve el museo como un centro de disipación social, apático de la función que se supone desempeña. Inexistencia de tradición por la curiosidad y el coleccionismo. Hay más, pero dejémoslo ahí.
En este escenario celebraremos el Dia Internacional de los Museos. El desgano es patético, el primer impulso cerrar los ojos. Hay que tener una fe muy ciega, o ser químicamente bruto para quedarse de brazos cruzados creyendo que las cosas no están tan mal, que no hay que ser tan negativo, que hemos progresado. ¡What a bunch of morons! Sigan comiendo caca que veintidós millones de moscas no pueden estar equivocadas…