Máximo Flórez padre y Máximo Flórez hijo exhiben por estos días en la Galería Plecto Arte Contemporáneo de Conquistadores. La muestra se titula Jardín interior y presenta, además de una historia de cocreación familiar, dominio de la técnica, diversidad de formatos y un ejercicio conceptual serio.
En la camisa de Máximo Flórez López (el hijo) se ven las únicas flores del jardín pictórico recreado en la Galería Plecto Arte Contemporáneo de Conquistadores, en Medellín. Ni él ni su padre, el maestro Máximo Flórez Ramírez, cocreador de la muestra, asumen el tema del jardín como un accesorio de la comodidad clásica, o por lo menos de esa mirada de belleza que, en épocas como el Romanticismo, dio vida en lo figurativo a flores, árboles, vegetación y tierra como maneras de embellecer y no de cuestionar o contar historias desde un concepto.
Los dos santandereanos, el padre nacido en San Joaquín en 1951 y el hijo en Bucaramanga en 1979, proponen una conversación, un diálogo del quehacer artístico (o la tradición pictórica) con lo conceptual, en la muestra titulada Jardín interior, en la cual desnudan sus conexiones, sus necesidades de reflexión, que van más allá de religión o práctica alguna.
Si quiere encontrar en el pasado una respuesta a esta unión, Flórez López recuerda su hogar, porque creció en una casa-taller: “Nací en una casa-taller. Tanto mi padre como mi mamá son artistas visuales, entonces creo que el arte y la vida estaban ligados en ese contexto. Me alimenté de eso. Fue muy orgánico y natural, no había escapatoria para dedicarme a esa búsqueda. Llegó el momento de partir de casa, decidí estudiar Arquitectura, teniendo la suerte de que los profesores de la Universidad Nacional, que es parte de la Facultad de Artes, tuve clase con profesores de Bellas Artes, de Diseño, comenzando así mi proceso personal”.
Para el padre, todo comenzó como un chiste: “En el contexto escolar, ante los profesores, padres de familia y compañeros de mis hijos, siempre me preguntaban ‘¿sus hijos van a ser artistas?’, y yo les respondía –‘por fortuna no’-. Y, cuando lo hacía, era con un tinte de humor negro. Realmente no me preocupaba si iban a ser artistas, nunca me interesó pensar que fueran artistas, no porque me diera susto que tuvieran que llevar una aventura como la tuve yo, porque no me he quejado del oficio. Siempre otra pregunta es ‘¿se puede vivir del arte?’, y mi respuesta –‘yo no sé, pero esto vivo’- nunca he tenido temor a esto”.
Y así fue, en el 2015 una galería bogotana invitó a exponer al hijo, quien se encontró con la oportunidad de homenajear su padre.
La idea fue del hijo, quien también se volvió padre, al nacer su mijo Martín: “Con la llegada de mi hijo de despiertan instintos, sentimientos, me sentí viviendo dos momentos de la vida, mi papá y mi hijo. En esas imágenes en la cabeza me surgió tener otra comunicación con mi papá, a manera de homenaje, porque ha sido para mí fuente de inspiración, no sólo como ser humano, sino como artista. No es un ejercicio académico ni intelectual, es un ejercicio más bien vital”.
Arte contemporáneo que no deja la tradición, el oficio
Aunque dice ser un “apasionado del arte posmoderno”, el maestro Flórez Ramírez aprecia el •arte más contemporáneo y hasta conceptual”, lo que lo ha llevado “a estudiarlo, más nunca a ejercitarlo”.
“He tenido muy clara mi decisión de ser pintor, de la escultura. En esos procesos de ser pintor, hoy le preguntas a un artista hoy y te dice que es ‘artista visual’, ya nadie quiere ser pintor, las técnicas tradicionales no les interesan. No van a decir ser pintores, porque eso requiere mostrar su pintura, ellos plantean sus conceptos. Tienen que estar fundamentados en un discurso. Soy amante de unas propuestas conceptuales que son encantadoras, pero hay otras que son discursos”.
Por eso, ambos se pudieron de acuerdo en los roles: “Yo hacía la parte pictórica y mi hijo hacía la funcional”, narró el maestro.
Su hijo estuvo de acuerdo: “Mi padre y yo creamos unas reglas de juego, unos formatos, tiempos, materiales, también roles. Él hizo la pintura, yo lo tridimensional de las piezas. La imagen de la conversación por cartas, que en este caso en vez de cartas son pinturas, ensambles, tiene mucho sentido: recibes el mensaje, no tardas en transformar lo que recibes. Me llegaba una ‘carta pictórica de mi papá’ y entonces comenzaba a darme cuenta de cosas, de cambios. Fue un diálogo”.
Cuando estaba muy joven no comprendía que no vale la pena imitar o tratar de copiar la naturaleza. Me costó un recorrido un poco largo llegar a la abstracción, llegué a la abstracción total a través del diseño precolombino. Vengo también del dibujo, la línea como algo vital.
Me encontré con que la arquitectura tiene un proceso de diseño a través de la geometría, con los planos, las líneas blancas, y eso me activó algo. Me gradué de arquitecto por la generosidad de mis profesores, quienes veían que lo que yo hacía podía justificarse como diseño. Sigo trabajando con maquetas, con la línea, la geometría.
El concepto de jardín
Aunque la diversidad de “especies”, de formatos, de planos, de colores, de materiales, de materiales y tipos de construcción hace pensar que por ello la muestra se titula Jardín interior, no es así.
“Hay un elemento composicional dentro de la creación que me ha unido con hijo: para nosotros el arte es muy espiritual, deberíamos tener como referente a Kandinsky, pensando en por qué proponía que la pintura no puede ser solamente pintura, igual que la música es música, sin tener que hacer una referencia épica o anecdótica a algo. En mi familia, la violencia ha sido tan desastrosa que lo que hacemos es nisiquiera tocarla como tema”, relató el padre.
Podrían llamárseles ensambles a las obras que los Flórez exhiben en Plecto, en cuanto debajo, como base o fondo del cuatro está una pintura del padre, después intervenida por una serie de hilos que dan idea de geometría y profundidad. Sin embargo, los límites y las no definiciones exactas son lo que más les interesa.
Por ese principio “espiritual, no religioso, podríamos decir más místico”, dice él que se da una unión de sus dos mundos, separados apenas por los 20 minutos en automóvil de distancia que hay entre el taller del hijo y la casa-taller de sus papás. Tienen un interés por “saltarse todas las normas, que una cosa que pueda ser dibujo termine siendo instalación, esa riqueza es un jardín”, dijo Flórez Ramírez.
Y es que, cuando llegó la idea de “jardín interior”, “estuvo el concepto de los Flórez, del juego con el apellido, pero después vimos que era más que eso, que la metáfora tenía que ver con el oficio, con cómo cada uno con sus espacios, con sus oficios, tiene una relación cotidiana con el quehacer. La forma como huella, el proceso. Un jardín es un cuidado diario, algo que está vivo, que si descuidas se cae, que tiene flores y tiene espinas, que si no lo cultivas se muere. Al final se ven varios especímenes de ese jardín, pero es un día a día, un proceso de construcción”, agregó el hijo.
Lo cierto es que la familia fue creciendo “en una casa de campo, en medio de un jardín, siempre viendo cultivos, bajar aguacates, naranjas, también hay una cosa y es que nos une el amor por la naturaleza”, concluyó el padre.