En el infierno sirio han muerto 511.000 personas, incluidos 19.811 niños; de él han huido cinco millones de personas y quienes han tenido que permanecer, perdieron toda esperanza.
“Vosotros que entráis aquí, perded toda esperanza” es la sentencia de saludo a los condenados al infierno, en la Divina Comedia de Dante o en campos nazis, como el de Mauthausen, Austria. Hoy, recobra su sentido en Siria, país que ayer conmemoró los siete años de guerra civil declarada por su tirano, Bashar Al Assad, contra los grupos de tendencias democráticas que promovían una versión nacional de la Primavera Árabe, muchos de los cuales acabaron armándose y protagonizando, según expertos sirios en derechos humanos, el 7% de las muertes y heridas a su pueblo.
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Inicia, pues, el inicio del octavo año de la confrontación en la que se involucraron Rusia e Irán, como aliados del tirano; Estados Unidos, como protector de los rebeldes por la democracia, e Isis, o Dáesh por su nombre en árabe, como pescador en río revuelto. En esta etapa, y tras la cruenta arremetida contra reductos rebeldes en la pequeña ciudad de Guta oriental, que fue asolada como Alepo, Al Assad proclama su victoria; las gentes, ya desesperanzadas, huyen, y en el país arden aún rescoldos listos a ser avivados.
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La historia de siete años de guerra en Siria es la de todas las manifestaciones del horror. Este período ha dejado, según el Observatorio Sirio de Derechos Humanos, 511.000 muertos; de ellos, 19.811 han sido niños; 106.390, civiles; 157.000 no se han podido identificar, y 12.513 han sido mujeres. Por la gravedad del daño que han sufrido 8,5 millones de infantes sirios, la AFP habla de la “niñez perdida de Siria”, recordando que 35% de los niños no conocen lo que es vivir sin guerra, que el reclutamiento de menores de 15 años ha crecido en 300% desde 2015, hecho que ahora involucra también a niños afganos; que el 40% de los niños han sido víctimas de minas antipersona, y que el 19% de los menores huyen solos a la UE buscando refugio, o sea el renacer de su esperanza que han buscado 5 millones de ciudadanos sirios.
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Al Assad dice que ha triunfado, pero nadie le cree pues todos saben que los guerreros aún acechan sobre el país que los analistas internacionales califican como el escenario de la nueva guerra fría entre Estados Unidos y Rusia. El tirano sirio e incluso algunos extremadamente optimistas en Occidente, han proclamado la victoria sobre Isis. Pero observadores en terreno alertan porque sus aspiraciones de retoma de territorios ha renacido porque la persecución de Turquía a los kurdos exige que los grupos rebeldes de esa etnia retomen posiciones de protección de sus territorios, más que contra Dáesh. Entre tanto, observadores como Michèle Flournoy, exmiembro del Pentágono entrevistada por Jerusalem Post, temen porque tras las exigencias de Donald Trump a Europa y los ayatolás, para que corrijan debilidades que no le aseguran al mundo la desnuclearización del país árabe, Irán determine contraatacar a los aliados norteamericanos en Siria, o a Israel. Ante las fuertes amenazas creíbles, nadie reconoce la supuesta victoria y cese de confrontación interna que Al Assad proclama, contrariando toda evidencia.
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