La economía y la sociedad son las que deberán acomodarse a las leyes de la naturaleza.
El concepto de “desarrollo” de un país sigue relacionándose en muchos escenarios mundiales casi que exclusivamente con el hecho de ver la economía crecer. Esta posición, por suerte, ha sido fuertemente criticada pues se considera que el camino hacia la subvaloración de factores sociales y medioambientales ha sido abierto precisamente por ese enfoque obsesivo en hacer “crecer” la economía de un país (entendida normalmente como su producto interno bruto). Entre las voces críticas de mayor resonancia en la lucha por una mejor sociedad, sobresale un reporte publicado por el Club de Roma hace ya cuarenta y cinco años bajo el nombre de “Los límites del crecimiento”. En él, como en muchas otras publicaciones, se exponían preocupaciones sobre el futuro del planeta planteando no sólo la urgencia de enfrentar la inequidad y la injusticia, sino también el grave hecho de que los sistemas naturales no serán capaces de soportar las tasas de crecimiento poblacional y económico a las que estamos acostumbrados. El reporte cuestionaba cómo el crecimiento económico puede darse de manera ilimitada si sabemos que vivimos en un mundo con recursos naturales limitados (y necesarios para la manufactura de cualquier producto) que se consumen más rápido de lo que se regeneran, un planeta en el que los ecosistemas se ven cada vez más afectados.
Las graves problemáticas ambientales de la actualidad (cambio climático, pérdida acelerada de biodiversidad, contaminación del aire, escasez de agua, etc.) le dan la razón al grupo de científicos de aquel reporte y es en parte por eso que, reconociendo que el modelo de desarrollo tradicional no puede sino continuar destruyendo el planeta -cometiendo de paso graves injusticias-, se busca una nueva forma de desarrollo: un desarrollo sostenible. Pero, ¿qué papel debe jugar la economía en esa nueva forma de desarrollo que ahora nos proponemos?, ¿qué va a pasar con el tan mencionado, buscado y anhelado “crecimiento económico”? y, ¿qué estrategias hay para que se dé el cambio?
El “crecimiento verde” es una estrategia de desarrollo que promete el incremento del crecimiento económico y la competitividad de un país conservando su capital natural. En Colombia se lanzó a principios de este mes una Misión de Crecimiento verde que se enfoca en tres objetivos fundamentales: un uso eficiente de los recursos hacia una economía circular, el posicionamiento de la bioeconomía como sector competitivo -y que diversifique la oferta exportadora del país- y, por último, el aumento en la demanda y la oferta de la fuerza laboral para el crecimiento verde. Incluye además dos ejes transversales: ciencia, tecnología e innovación, por un lado, y la armonización de instrumentos económicos, por el otro.
Es de aplaudir que en Colombia se esté haciendo una apuesta de este tipo en la que se cuidará el agua y se promoverán las energías limpias, entre otros asuntos básicos. Sin embargo, si la economía quiere jugar el papel que realmente le corresponde en la construcción de un desarrollo que traiga bienestar de manera equitativa en el presente y en el futuro, tendrá que sacudirse y mostrarse como lo que es: la ciencia que busca un uso eficiente y responsable de los recursos escasos para satisfacer necesidades y deseos sociales (y que usa el dinero como instrumento útil para lograrlo, no como fin). La economía como estrategia para hacer dinero, sobre todo cuando externaliza costos sociales y ambientales (lo que es pan de cada día), tiene que mandarse a recoger. Paradójicamente, en las estrategias de crecimiento verde lo principal no es crecer: antes de “más” debe estar “mejor”.
Si la Misión de Crecimiento Verde quiere genuinamente forjar un modelo de desarrollo obligatoriamente más justo y armónico tanto desde lo social como desde lo ecológico, tendrá que grabarse las palabras de Gandhi (“la Tierra proporciona lo suficiente para satisfacer las necesidades de cada hombre, pero no su codicia”) para saber también que no todo es eficiencia tecnológica, sino que se deberá educar el consumo. Porque la naturaleza no tiene ninguna necesidad de someterse a las leyes económicas. La economía y la sociedad son las que deberán acomodarse a las leyes de la naturaleza.