La ciudadanía ecuatoriana derrotó el voto obligatorio y el intento de fraude con que el correísmo pretendía perpetuarse en el poder.
La jornada electoral que cierra la década de Rafael Correa en la Presidencia es tan claroscura como el balance entre progreso material y deterioro institucional con que los analistas caracterizan su gestión.
La cara oscura se mostró en la abstención del 18% de los potenciales sufragantes, a pesar de que en ese país se imponen fuertes multas a quienes violen la obligatoriedad del voto. Y se confirmó en la sospecha de una conspiración del Consejo Electoral y el Gobierno, a fin de manipular el resultado hasta entregar a Lenin Moreno, candidato del Gobierno, el 40% de votos y el 10% de diferencia con el segundo, que le darían la victoria sin tener que ir a la segunda vuelta, que se anuncia inevitable.
La faceta esperanzadora fue puesta por la institucionalidad democrática y la vigorosa ciudadanía, que a la primera sospecha de fraude para favorecer a Lenin Moreno, se unieron para exigir respeto por la ?voluntad del mandante?, como la describieron los miembros del Consejo de Generales, y transparencia en las decisiones y comunicaciones sobre los resultados. El pronunciamiento de ayer, previendo esa segunda vuelta, da la razón a los valientes ciudadanos que anunciaron su rechazo a un fraude.
El claroscuro deja luces al Gobierno de Colombia, ansioso de imponer el autoritario voto obligatorio como antídoto para la indiferencia ciudadana y la corrupción de la clase política. También ilumina a ciudadanos que oscilan entre valientes manifestaciones de independencia y apáticas resignaciones.
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