Sólo hay una manera de evitar este desastre: elegir a Iván Duque en primera vuelta, para que se salven la democracia, las libertades individuales y la economía de mercado.
Llegó la hora de dejar de hablar y de pasar a votar. Nunca había visto una campaña electoral tan cruzada de falsas afirmaciones, de amenazas abiertas a la democracia y de incitación a la violencia, como la que realizó Petro.
Las redes sociales sirvieron de escenario de falsas informaciones, insultos y calumnias, pero especialmente, de incitación al odio, por parte del ejército de petristas dedicados al uso y abuso de esos medios.
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Y no es una exageración: nunca el trasteo de conmilitones y mercenarios para llenar artificialmente plazas públicas fue tan evidente; y cuando no podían cumplir con el objetivo de dar la sensación de fuerza, los montajes de fotografías cumplían su función.
Jamás las propuestas de despojo y destrucción de la producción fueron tan absurdas: cambiar a corto plazo el petróleo y la minería por la siembra de aguacates, sólo puede ocurrirse a un personaje como ese. Nunca, las promesas de intervención y control estatal de la economía fueron, tan evidentes; ni la aplicación masiva de subsidios que clientelizan las conciencias y compran fidelidades por un plato de lentejas, mientras se descartan las políticas para generar empleo y verdadera inclusión mediante la dignificación que produce el trabajo y la creación de oportunidades que este y la educación permiten.
Nunca habíamos visto un candidato tan megalómano que se cree el Moisés que separará las aguas de la política colombiana para entregarle a nuestros compatriotas la segunda versión del paraíso venezolano y que imposta la voz para imitar a Jorge Eliecer Gaitán, con la ilusión, tal vez, de que hacerlo lo convierte en un tribuno de la talla del gran dirigente liberal.
Nadie había sido tan explícito antes, en anunciar que su proyecto es de por lo menos 20 años, con lo que ello significa, vistas las experiencias de los regímenes marxistas y su versión bananera del castrochavismo: el no abandono del poder por la vía política pacífica; la impunidad total para los criminales de lesa humanidad, mientras se persigue y encarcela a los opositores al régimen. Pero también, la oportunidad sin par de que la dictadura venezolana sobreviva, y con ella se erosione la soberanía nacional en la vía de construir una alianza, que fortalezca la guerrilla colombiana y que consolide el proyecto de un solo estado bolivariano que instrumentalice el narcotráfico para enriquecer sus élites, esclavizar a los dos pueblos y poner en grave peligro la estabilidad de la región.
Sólo hay una manera de evitar este desastre: elegir a Iván Duque en primera vuelta, para que se salven la democracia, las libertades individuales y la economía de mercado con respeto a la legalidad, el impulso decidido a la inclusión y la puesta en marcha del emprendimiento que nos lleve a una economía del conocimiento y del empleo digno; y para que se evite la inminente probabilidad de fraude en la segunda vuelta.
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Votar por Duque y ganar en la primera se vuelve mandatorio. Jamás el populismo fue más amenazante: convocó a sus seguidores a la plaza pública el domingo al finalizar la jornada electoral, para “garantizar su victoria”, notificando a los ciudadanos de que, si no triunfa en las urnas, ganará en la calle con la ira de sus seguidores, que, según Petro, evitarán el fraude, esta vez sí, no como en 1970, que en la mitología del M-19, dio origen a ese grupo que bañó de sangre, secuestro y narcotráfico a nuestro país. Estamos notificados. El triunfo de Duque ha de ser tan contundente, que haga irrealizable cualquier intento de asonada, porque el mensaje que enviará el pueblo es que no hay espacio para la aventura política ni la violencia del populismo de extrema izquierda. Vamos con Duque a salvar la democracia y a superar la amenaza de asonada.