Juan Manuel Santos optó, no con mucho éxito, por transmutar su oficio actual de presidente y su profesión de economista, por el de novel médico siquiatra.
En madrugadora celebración del Día de Inocentes, Juan Manuel Santos optó, no con mucho éxito, por transmutar su oficio actual de presidente y su profesión de economista, por el de novel médico siquiatra. En tanto tal, diagnosticó una enfermedad mental generalizada entre los colombianos que critican su acuerdo con las Farc. Indicó, pues, algo parecido a una epidemia.
Para su debut, Santos uso una caja de herramientas compuesta con una entrevista publicada en el diario El Tiempo, que ofreció conceptos generales de condiciones emocionales; una conversación que aseveró haber sostenido con un experto de la universidad de Harvard, y los prejuicios que se ha formado sobre los colombianos, en especial de quienes hemos disentido de sus enfoques y procedimientos para negociar acuerdos “de paz” con las Farc y el Eln.
No somos, ni posamos, de expertos o de aprendices en ciencias tan complejas como la siquiatría o la sicología. A pesar de nuestras falencias, entendemos que las construcciones conceptuales que definen enfermedades mentales, problemas sicológicos o dificultades emocionales, sirven como guía para los profesionales, pero que diagnóstico y tratamiento sólo pueden ser hechos y formulados para cada caso particular.
Tal vez el inductor del doctor Santos en el intrincado universo de la sicología no tuvo tiempo, o interlocutor, suficiente para explicar que las consecuencias emocionales, algunas con rasgos siquiátricos, de una situación particularmente dolorosa y disruptiva de la vida se llama estrés postraumático, que es una condición individual, temporal, no contagiosa y tratable poniendo cuidado al individuo que la sufre y evitándole sentir la amenaza de repetición de la situación traumática. Las fallas en la explicación, o en la compresión, le sirvieron al aficionado para “siquiatrizar” a quienes disienten, y antes insultaba. Las ha usado, reincidiendo en su extraña perspectiva, para culpar a la sociedad víctima por haber sido vulnerada y no aceptar la imposición de ofrecer perdón a quienes ni siquiera se imponen pedirlo.
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Tampoco tuvieron éxito el entrevistado que inspiró al aficionado y su interlocutor privado en explicar que la mínima condición del diagnóstico en salud es el examen médico del paciente que produce interpretaciones para el individuo, no generalizables ni siquiera en situaciones en que existen coincidencias. Diagnosticar una epidemia de una enfermedad emocional no ha sido un atrevimiento, es un salto al vacío de quien sigue buscando excusas a sus errores en el pensamiento y comportamiento de los afectados por unos acuerdos que sacrificaron al país y a las víctimas, negándoles sus derechos, para cumplir el propósito de enaltecer a los victimarios, rodeándolos de inexplicables prebendas.
La afición por encontrar enfermedades mentales en los demás ataca lo mismo a alumnos primíparos de las ciencias de la mente que a los necesitados de terapia para resolver sus problemas emocionales o siquiátricos. Ya el doctor Santos escogerá en qué grupo se encuentra.
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