El proceso de retorno, reconstrucción del tejido social y reconciliación, ha tenido el protagonismo de varias mujeres que fueron anónimas durante el conflicto y ahora tienen un liderazgo protagónico en el relato de la memoria histórica y las narraciones que llenan de esperanza a este municipio del Oriente antioqueño.
Cualquier reconstrucción histórica que se cuente sobre el municipio de San Carlos, usualmente es relatada por una mujer. Y es que en uno de los municipios más afectados por el conflicto armado en el país, ellas han sido pioneras en la reconstrucción de la vida cotidiana en el territorio, el regreso de la confianza entre la población, la reconciliación y el trabajo conjunto entre grupos armados que antes se enfrentaban.
San Carlos fue uno de los corredores estratégicos de la guerra entre las guerrillas, los paramilitares y el Ejército, que buscaba imponer la presencia estatal en un territorio que vivió el abandono de la autoridad por el dominio de los grupos ilegales.
En Santa Rita, una de las veredas de este municipio antioqueño y que ahora se encuentra en una etapa de construcción y fortalecimiento, aún se ven los estragos de la guerra; los cuales intentan ser solventados por iniciativas públicas y privadas como la de Vamos Colombia, a cargo de la Andi, que desarrolló labores de infraestructura física y actividades para sanar y mejorar la confianza de los habitantes de dicho territorio frente a las autoridades y la recuperación de sus espacios.
María Fernanda León, quien asisitió a la iniciativa en representación de la Fundación Chevrolet, afirmó que “es una oportunidad de conocer, ser parte de esta realidad y realmente vivirla. Aprendí que somos solo un país, me llevé muchas historias y las grandes lecciones de vida que nos están dejando las personas que viven aquí para nuestra vida diaria. También reconocer el valor de estas personas en labores como la agricultura, trabajo que tiene muchas dificultades y que nos trae beneficios a nuestra vida diaria y que a veces no reconocemos”.
En esta zona, en la cual había 90 familias y después de 2000 muchas fueron desplazadas hasta que sólo quedaron 27, habita Nancy Giraldo, mujer que a pesar de nacer en otro lugar, vivió este conflicto como propio. Desplazada a Cali, perdió a su padre debido a que sólo podían vivir en las zonas vulnerables donde el conflicto ceñía su influencia.
“Retornar es muy difícil. Algunas personas vuelven con las simples ganas y no se encuentra nada. Las ayudas a veces llegan a personas que no las necesitan y en ocasiones para varias familias no hay colaboraciones”, afirmó esta mujer líder de su comunidad y del proceso de reparación de Santa Rita.
“Es como hacer un punto y aparte. Lo único que queremos es disfrutar de nuestras fincas, de la naturaleza, del aire puro, de nuestros recuerdos. Muchas veces no hablamos de estas cosas porque no se le ve sentido a recordar lo malo que sucedió, sino de hablar del futuro mejor que estamos construyendo”, agregó.
María Patricia Giraldo estuvo presente durante este etapa del retorno como personera del municipio y posteriormente fue alcaldesa. Sobre esta historia contextualizó que se recrudeció entre 1997 y 2005.
“Durante este periodo hubo 33 masacres, más de 600 homicidios, 150 desaparecidos; 170 personas, entre civiles y militares, víctimas de minas; más de 20.000 desplazados. Esto representó una tragedia humanitaria, los corregimientos empezaron a quedar despoblados”, puntualizó.
Ángela Escudero, víctima de la vereda Dos Quebradas, revivió ese momento y lo comparó con el actual y manifestó que “anteriormente, nosotros veíamos personas distintas a la comunidad y nos escondíamos porque pensábamos que eran violentos. Amanecía y nos encontrábamos carpas de la guerrilla, del Ejército o de los paramilitares y nos moríamos de terror. Ahora estamos muy alegres porque vemos cambuches y gente de paz, que nos brindan la oportunidad de renacer, de crecer, de una oportunidad y un desarrollo. Todas las veredas vivimos como una sola, somos iguales, vivimos el conflicto; somos una familia”.
Por su parte, Ana Giraldo, de la vereda Puerto Rico, contó que “uno siente esa tristeza de que lo sacaran de su propia tierra, yo vivía cerca de la carretera y cada vez que pasaba una moto, teníamos mucho miedo. Rezábamos por los hijos para que no les pasara nada, que no les lavaran el cerebro en las escuelas y se los llevaran a los grupos armados. Cuando se puso peor todo esto, tocó salir corriendo; las batallas entre militares, paramilitares y guerrillas hicieron esto algo invivible, no sabíamos quién es quién. Cuando nos preguntaban a cuál grupo le tenía más miedo, simplemente respondía que a cualquiera que tuviera armas”.
Momento de retorno
Luego de esta época de crímenes atroces, en los que pagó la población, ya que tuvieron que hacer un éxodo masivo a salvar su vida y buscar un mundo mejor, se generó una época en la que los sancarlitanos decidieron regresar a sus tierras porque tenían un fuerte arraigo hacia la tierra y sus labores. En este momento las mujeres cobraron protagonismo.
“Desde el 2007 hasta el 31 de diciembre del 2015, habían retornado al municipio 14.500 personas, que corresponde a la cantidad que nosotros teníamos caracterizada. En los últimos años, este número no ha variado mucho porque la lógica es que, como el recrudecimiento del conflicto fue de aproximadamente diez años y a partir del 2007 disminuyó, posteriormente iniciaron los procesos de retorno; mi experiencia y conocimiento empírico me indican que los procesos de regreso se darían en los próximos diez años luego de la fecha de desescalamiento, dado que ya las personas pueden tener los proyectos de vida, educación y trabajo que tenían en las grandes ciudades a las que se desplazaron. Por lo cual creo, desde mi percepción personal, que el número de retornos irá disminuyendo cada vez más”, indicó la exmandataria mientras señaló que este año se cumple una década del retorno.
Durante el tránsito de la guerra al de un territorio en el que ya no suceden los bombardeos que relatan sus habitantes, Giraldo resaltó que se dio porque ya hay condiciones como la presencia de la Fuerza Pública, pero también el arraigo a la tierra, a su familia, a su acción comunal, con su finca, con su vereda y las condiciones tan difíciles que vivían en las grandes ciudades o en otros municipios. Ellos ven los cambios y deciden volver porque sienten que podrían tener mejor calidad de vida.
Esto trajo unos retos tanto para la Administración como para las personas que regresaron al territorio.
Por parte de la Alcaldía, esta extitular del gobierno sostuvo que en el 2007 trajo problemas a la Administración Municipal, dado que la cantidad de personas que querían volver a ver sus tierras provocó que “el alcalde de aquella época emitiera un decreto que declaró urgencia manifiesta por retorno de personas, debido a que la institución no tenía la capacidad de respuesta frente a este fenómeno. En el país no había esa primera experiencia ni los protocolos para gestionar el regreso de los ciudadanos. Estaba todo por hacer”.
Para las mujeres que fueron pioneras en este proceso, las dificultades fueron regresar a sus casas que estaban en ruinas y los cultivos que resultaban irreconocibles para ellas. Sin embargo, a pesar de ello, el arraigo, sus ansias de vivir en las tierras y su fortaleza les señalaron vías para mejorar su vida.
Dentro del relato de la política, resaltó también el papel de la mujer, la cual “tradicionalmente ha tenido un liderazgo en el hogar, desde la perspectiva rural. Este valor que tenían en sus entornos domésticos lo han llevado afuera, a los espacios sociales y políticos. También tienen una capacidad de resiliencia y de sobreponerse al dolor, porque ellas fueron las más afectadas por el conflicto. Ya que perdieron a su esposo, a su hermano, tuvo que cuidar a las familias que quedaron sin la jefatura de hogar”.
“Este liderazgo ha llevado a que participen en los espacios comunales, de construcción de memoria, reconciliación. Ojalá la institucionalidad lograra entender la importancia de la mujer en estos procesos de reconstrucción de tejido social, e invirtieran en ellas, ya que sin formación en empoderamiento y liderazgo hacen todo esto, con inversión podrían hacer su actividad con el doble de efectividad. Hay que formarlas y generarles emprendimiento porque son muy necesarias en la construcción de la paz”, agregó a su reconocimiento hacia estas víctimas resilientes.
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Escudero relató que “cuando estaba en la ciudad, solo podía tener una semillita de cebolla en una botella. Cuando me regresé y vi ese mundo de tierra, fui muy feliz. Sembrar, ver cuando brota, cultivarlo y comer, por ejemplo, frijol, sabe más bueno que cualquier otra cosa”.
Además, confirmó que otro aspecto difícil de regresar era que “estaba acostumbrada a tener mi familia, esposo y cinco niños. Nosotros nos regresamos de Medellín y dos de los hijos se quedaron y perdí a mi esposo. Entonces los menores con los que regresé, se iban a estudiar y yo mantenía sola en la casa. Como me aburría mucho quedándome sin hacer nada, creé un grupo de siete mujeres y nos fuimos a adecuar un rastrojo de un cafetal perdido y empezamos a cultivar juntas maíz, frijol y yuca”.
Según ella, su mayor motivación era trabajar la tierra y obtener alimentos. A sus amigas les contaba que pensaba que era “muy rico tocar la tierra, si fuera comida, yo me alimentaría todo el día de esta”.
Por su parte, Blanca Buitrago, de la vereda Arenosas, reveló que “nosotros regresamos a los diez años de habernos ido. Algunos en Medellín lloraron porque nos íbamos y otros fueron muy felices porque nos visitarían en esta región. Llegamos a un terreno lleno de maleza; comenzar a destaparlo y sembrar y ver el primer capullo germinando, qué felicidad. Uno decía, Dios mío, la tierra responde. Uno los primeros días sentía mucho temor; ladraba un perro, uno pensaba que venía un guerrillero o paramilitar, en cambio ahora si escucha algo, uno piensa bien porque ya estamos en paz”.
Esta tierra, gracias a la fuerza de sus mujeres y el trabajo institucional, logró ser el primer territorio libre de minas de Colombia, también el primer municipio avalado para la restitución de tierras y pionero en hacer un un proceso de retorno de tal magnitud.
Frente a esto, la exalcaldesa admitió que en dichas gestiones de atención a la población “se logró abarcar un buen porcentaje de intervención de personas que retornaron, pero sigue habiendo retos frente a algunas que aún no han sido atendidas. Estos procesos pueden tomar hasta diez años para llegar a todas las familias. Sin embargo, esto podría generar molestias tanto para quienes no han sido atendidos como para las que sí. Esto, por la falta de recursos que existieron en ese entonces en la Administración Municipal”.
Según comentó, continuar reconstruyendo esos lazos de confianza y tejido social con las personas e instituciones, garantizar que las condiciones de seguridad permanezcan y se fortalezcan, al igual que las otras estrategias de atención social, son los aspectos claves para lograr un buen retorno.
Otro de los obstáculos, a juicio de esta política, es que “la tendencia mundial es que las personas que estuvieron en las zonas rurales y luego son desplazadas a las grandes ciudades, a pesar de que tengan condiciones de vida precarias allá, muchas veces están mejor en los cascos urbanos que en algunas veredas de estos municipios, lo cual genera un sentimiento de no querer volver. Además de esto, existe un temor, un recuerdo de pérdida de lugares y personas y de bienes materiales para salir adelante”.
Frente a esto, Juan David Giraldo, un miembro de la nueva generación que regresó a San Carlos, narró que nació en Medellín pero volvió por sus papás, ya que según él, “les hacía mucha falta la tierra, estaban todo el día trabajando muy duro en la ciudad, haciendo lo del tinto, buñuelo, vendiendo empanadas. Ellos decidieron que ante tanta lucha en la ciudad, era mejor venir acá a trabajar las tierras y aprovechar todos las máquinas y lo que tenían aquí”.