En Colombia hemos llegado a la indiferencia frente a las dos guerrillas rojas, la que ya comparte el poder y la que pronto se sumará a la primera para copar lo que queda del Estado.
Terrible el espectáculo mundial: la guerra en Siria, los balseros del Mediterráneo, el terrorismo itinerante, el abortismo desenfrenado, la contaminación y la degradación ambiental, tanta miseria económica y social, para no seguir con un largo etcétera, mientras avanza la más aterradora incultura de masas, caracterizada por la práctica desaparición de lectura y escritura.
El avance científico y tecnológico, que permitiría transformar el mundo de manera admirable, por desgracia es mal empleado por una humanidad que después de recorrer los tres estadios de Lewis Morgan, del salvajismo a la barbarie, y de esta a la civilización, parece empeñarse en retroceder a la segunda. El bárbaro tecnológico constituye la mayor pesadilla.
Si el siglo xx, el de Hitler, Stalin y Mao, es aterrador, el xxi no va mejor, con Daesh, Boko Haram, los talibán, el terrorismo islámico y el comunismo latinoamericano.
Me refiero a estos cuatro movimientos que comparten elementos atávicos, regresivos y esquizofrénicos, bien anclados en el estadio bárbaro. El delgado barniz —por desgracia, muy tenue, de la civilización— se muestra incapaz de resistir la ola violenta, pasional y delirante.
En un mundo globalizado y conectado, ¿cómo es posible que centenares de millones sigan pensando y actuando bajo esquemas mentales aberrantes, de siglos atrás, cuando no de milenios?
Con frecuencia me dicen que el comunismo desapareció y que, por tanto, nada va a pasar en Colombia. Falaz ilusión, respondo. Si bien es cierto que en Rusia y China, el marxismo-leninismo no subsiste en la organización económica, en cambio el marxismo cultural amenaza la vida moral en todo el planeta. Pero esa ofensiva, ya presente y alarmante en nuestro continente, no alcanza todavía la intensidad de la penetración política del estalinismo castrista, que ya domina media Hispanoamérica.
Nos horrorizan la actuación y las ideas de los bárbaros remotos, por su crueldad, irracionalidad y rechazo inexorable de todo lo que representa la civilización, empezando por el estado de derecho y la democracia representativa, pero en Colombia hemos llegado a la indiferencia frente a las dos guerrillas rojas, la que ya comparte el poder y la que pronto se sumará a la primera para copar lo que queda del Estado.
El reclutamiento de menores, el asesinato de los diputados del Valle, la voladura de oleoductos, la práctica del secuestro, la explosión del Club El Nogal y la iglesia de Bojayá, la destrucción del entorno para las siembras ilegales y la minería devastadora, son apenas parte de una larguísima seguidilla que los equipara con Daesh, Boko Haram y el Talibán.
Aferrarse a una ideología fracasada definitivamente, para establecer aquí una copia del desastre cubano y del horror venezolano, no difiere del fanatismo aterrador de otros movimientos lunáticos. Pero mientras los gobiernos de tantos países luchan por alejar a esos “iluminados” del poder, aquí se les abre ancha la puerta, se les aprueba una supraconstitución y se les organiza una Checa que no carecerá de su Gulag, mientras llegan la hambruna y la represión.
Digo esto antes de que una comisión de la verdad decrete lo que tenemos que creer, pensar y escribir.