El adalid de la decencia y rectitud de la que presumen el vicepresidente Pence y sus más radicales simpatizantes no aplica para Trump.
Los escándalos en la Casa Blanca no son algo nuevo. Bueno es recordar a Bill Clinton culpable de sus andanzas con Monica Lewinski que casi terminan en impeachment y el rechazo de los defensores de la moral y las buenas costumbres. Esos eran otros tiempos pues ahora que se conocen las múltiples relaciones extramatrimoniales de Trump, los evangélicos solo atinan a decir “todos somos pecadores” y perdón concedido.
No son muchos los que pueden salir en pantalla en el programa 60 Minutos. Pues bien, Stormy Daniels cuyo verdadero nombre es Stephanie Clifford narra su affaire con Trump en un hotel de Las Vegas, donde según cuenta la historia, Stormy le da una nalgada con una revista que tiene como caratula al personaje. Como Dios los trajo al mundo, lo que siguió es parte de la imaginación morbosa de sus enemigos. Lo insólito es que 12 años después, la “señora” Daniels terminó guardando en sus pantis un cheque de 130.000 dólares gracias a la generosidad del diligente abogado del presidente. El premio al silencio de los inocentes.
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Pero la vergüenza no termina aquí. Esta vez es una dama portada de la revista Playboy quien resolvió unirse al coro de las despreciadas, contando su relación de varios meses con Trump, tiempo durante el cual Melania estaba embarazada. Sólo que en esta oportunidad, la afamada modelo no recibió ninguna compensación por su silencio. Toda una vida haciendo alarde de sus conquistas sexuales sin que haya asomo de una sanción social.
Cualquiera pensaría que todavía existe la dignidad y el decoro. En la más reciente encuesta realizada por la revista Politico, ‘’para un 91 por ciento de los entrevistados la honestidad es muy importante. Un 75 por ciento afirma lo mismo de la moralidad y frente a la pregunta de la infidelidad, un 80 por ciento la considera moralmente equivocada’’. A pesar de ello, cuando se le indaga a la gente por el affaire con la Daniels, la mitad dice no cambiar de opinión sobre el presidente.
El adalid de la decencia y rectitud de la que presumen el vicepresidente Pence y sus más radicales simpatizantes no aplica para Trump. Hasta hace muy poco mostraron con orgullo ser conservadores y de un momento a otro tienen una visión bastante discutible de la moralidad. Aceptar las actuaciones de un individuo que presume de sus andanzas non-sanctas, que valora a las mujeres como objetos del deseo y que reiteradamente le pone cuernos a su pareja, ameritan una evaluación del carácter e integridad del hombre al mando de un país como los Estados Unidos.
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Vivimos en un mundo extraño donde una actriz porno tiene mayor credibilidad que el hombre que dice representar los intereses de un país. Nadie había causado tanto daño a la figura presidencial como Trump para quien los escándalos pasados no pasan la prueba de la grandeza y mesura. Todo indica que a muchos norteamericanos poco les importa lo que ocurre con tal que no les afecte el bolsillo. La moral calvinista redimensionada.