El valor de la universidad en todo el mundo está bien demostrado con su larga existencia por más de nueve siglos en los cuales la institución ha forjado recurso humano de gran incidencia y ha albergado parte significativa de la investigación.
La vitalidad de una institución como la universidad se la puede medir de muy diversas maneras. Los universitarios y la propia universidad aceptan siempre el reto de ser objeto de examen riguroso. Este tema de la evaluación cumple muy diversos objetivos, todos queremos saber si realizamos de manera completa y satisfactoria nuestra labor y la sociedad necesita evidencia de si el apoyo que le brinda a las universidades toma un camino saludable. Parte de esa vitalidad se deriva de la propia capacidad de responder a exigencias externas y al desarrollo interno que la rediseña.
El valor de la universidad en todo el mundo está bien demostrado con su larga existencia por más de nueve siglos en los cuales la institución ha forjado recurso humano de gran incidencia y ha albergado parte significativa de la investigación. Varias formas ha asumido la universidad pero su relación con la excelencia es permanente. No en vano la fundación de la universidad está asociada al reconocimiento del poder del conocimiento en sus diferentes formas y a la necesidad de su incremento y preservación. No se crea una universidad como sacar un as de la manga pues se requieren décadas e incluso siglos para fundar tradiciones sapienciales, esfuerzos ingentes para consolidar valores y labor continuada para lograr resultados duraderos.
Lea también: Las universidades y la paz
Un elemento fundamental de la universidad es que ella consagra un principio crucial y es la posibilidad de la crítica, del disenso, de la refutación y la reelaboración. Las historias de las universidades con tradiciones sólidas casi siempre son un capítulo fascinante de la búsqueda humana de lo mejor y los seres humanos hemos conquistado las grandes metas de la humanidad en un camino aleccionador de ensayo y error hasta lograr triunfos y metas. Una prueba inobjetable de su valor es que el paso de los seres humanos por ella los transforma para siempre y los convierte igualmente en transformadores de la vida de otros.
Por estos dos elementos de vitalidad e incidencia histórica es que se me ha presentado el libro del Dr. Pablo Patiño[1] como un buen examen a la universidad. Hace allí un recorrido por su historia previa en el mundo para venir a examinar el presente y proponer una visión del futuro de nuestra universidad colombiana. Hay en él calidad en la visión histórica y capacidad de mirar en el espejo el futuro. Nunca la institución, creada hace más de un milenio, se ha resistido a las transformaciones por mucho tiempo y son de resaltar las que emanan de su interior, mucho más que los cambios que imponen los gobiernos o los intereses particulares que han llegado a ser de una clase o sector social.
Además: Panorama desolador para la investigación en Colombia
El Alma Mater se enriquece cuando se reconoce en su dirección integral y se sabe parte fundamental de la sociedad; en el libro de Patiño se identifica eso con propiedad y se reclama un proceso de repercusiones benéficas cuando le plantea retos en el desarrollo de conocimiento, la superación del conflicto mediante el desarrollo de una cultura política para la convivencia y el incremento de la democracia tan lastimada por la corrupción y la violencia.
Difícil resumir un libro rico en conocimientos de historia de la universidad, preciso en el diagnóstico de la misma y conciso en la formulación de las metas que están como retos para ella y para el país. Estamos en el amanecer de un comienzo auspicioso si somos capaces de tramitar y resolver en cultura y democracia los grandes conflictos de nuestra historia y preservamos y acrecentamos el poder de la universidad.