Quien monta una bicicleta en su vida diaria conoce su ciudad, a sus vecinos y las dificultades de desarrollo y de bienestar que estos tienen y las posibilidades también.
Conocemos el poder de la bicicleta como un motor para el desarrollo. Fue en dos ruedas como empezaron las grandes ciudades que hoy son potencia. A través de cientos de años hemos visto como pequeños poblados que se movilizan en bicicleta logran potenciar estructuras comunitarias y económicas únicas, basadas en la colaboración, la conciencia y el conocimiento, esta última es la relación que destaco en esta propuesta, pues más que un medio de transporte es sabido que la bicicleta es un medio para los procesos mentales que le brindan a sus usuarios la capacidad de crear y reflexionar sobre su entorno.
Quien monta una bicicleta en su vida diaria conoce su ciudad, a sus vecinos y las dificultades de desarrollo y de bienestar que estos tienen y las posibilidades también, por tal motivo la bicicleta es un motor de conocimiento, de acción, de cambio. Más que intenciones de mejora para el medio ambiente, la bicicleta convierte a su usuario en un potencial actor de cambio de las ciudades. Le permite relacionarse de forma continua con la realidad de las personas y de las calles. Incentivar el uso de la bicicleta en las ciudades latinoamericanas es romper con la pasividad y llevar a todos a “movilizarse” por mejores condiciones de vida para nuestros ciudadanos.
A través de múltiples experiencias obtenidas en más de 40 ciudades de México, Perú, Argentina, Chile, Santo Domingo, Ecuador, Colombia, entre otras, hemos podido observar el poder de la bicicleta como conector de procesos ciudadanos muy potentes en los que también hemos tenido la oportunidad de aportar desde la planeación estratégica, ya que es capaz de unir a muchos en torno a ideales comunes, como lo son la recuperación de los espacios públicos, la mejora del medio ambiente, el aporte a la salud, generando en las ciudades emergentes una especial condición, la resiliencia, como capacidad para volver a empezar y la gobernanza como la transformación desde la base social. Las comunidades han empezado a movilizarse en búsqueda de soluciones creativas para auto-gestionar sus ciudades y esto es porque obviamente la ciudad no cambia si se transforma por sí misma, cambia si se transforma la gente que vive en ella,
Que sean las personas quienes transforman la vida urbana tiene sentido en cuanto a que son ellas las que la habitan y quienes construyen relaciones y significados alrededor de sus propias formas de vida en le territorio y con los otros. Experiencias en algunas ciudades latinoamericanas nos mostraron como desde una simple actividad de restauración de bicicletas en desuso para crear un sistema ciudadano de préstamo público, generaría una activación cívica sin medida. Este es un principio que acoge el urbanismo de concepción abierta que a los ciudadanos les garantiza su participación en la conservación sostenible de la ciudad, y permite que esta responda a sus verdaderas necesidades, lo que lo convierte en la estrategia con la que el gobierno puede mejorar su forma de intervención en la ciudad y la bicicleta se convierte en ese medio activador, es la herramienta precisa para unir a los ciudadanos en el espacio público en pro del desarrollo equitativo comunitario desde la observación de los problemas más importantes para sus habitantes.
Las ciudades pertenecen a los ciudadanos y la bicicleta brinda esa seguridad a las personas para empoderarse de sus territorios y ser capaces de proponer soluciones viables, a los gobiernos que deben adoptar como primera medida una activación interna hacia la construcción del desarrollo sostenible, y después, facilitar las condiciones para lograr ese desarrollo surgido desde la base social.
* En colaboración con Laura Upegui Castro.