Es el Eln, un grupo en extremo obstinado. Obstinación que nace de la labor redentora que cree adelantar
Amplío lo tratado en la última columna: el foco guerrillero en Cuba coronó su objetivo de conquistar el poder, por uno de esos milagros de la historia o, si somos rigurosos, gracias a la alegre despreocupación de los gringos, de un lado, y del otro, a la fatua, filistea elite cubana, habituada a que estos velaran por ella y por su bienestar. Lo acontecido en la isla repercutió en el subcontinente, y en el Eln particularmente. Pero hubo, como ya lo anotamos, otro factor determinante: la connivencia de la Iglesia con esa guerrilla recién nacida, en los días en que la “Teología de la Liberación” campeaba en el Tercer Mundo a la sombra de Juan 23, el carismático pontífice renovador de entonces. Dicha novísima corriente incidió bastante en el credo y la prédica del Eln. Marcó su estilo y su accionar, imprimiéndole visos de apostolado, bajo la orientación de algunos clérigos españoles iluminados, en el sentido patológico, más que sacramental, de la palabra. Lo cual, lo patológico allí dormido, en rigor no siempre resulta dañino o inocuo a la larga.
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Acaeció, por esos días, la muerte gratuita y estéril de Camilo Torres, víctima de su impericia, de su fervor de iniciado y de la irresponsabilidad de sus comandantes. Sólo Jesucristo, y con él otros mártires poco recordados en el Santoral, fueron tan generosos. Aunque de Jesús pienso que calculó y preparó concienzudamente su inmolación cruel y salvaje, para sembrar su recuerdo y su ejemplo por siglos y milenios en la memoria humana, como lo testifican las multitudes que por doquier, desde distintas iglesias, lo siguen venerando.
La Cuba de comienzos de los años sesenta, no sobra repetirlo, fue uno de esos accidentes históricos que trascienden, y que nadie previó. Sus propios protagonistas mayores, Batista y Fidel, no supieron adivinar, ni el uno ni el otro, a dónde podía conducir un probable gobierno de barbudos. En buena medida pues, todo fue obra del azar, en un contexto en que la Guerra Fría, ya muy enconada, entre Moscú y Washington, podría llevar a la instalación de un satélite soviético en el Caribe, en las puertas del Imperio. Hechos tales son raros mas no imposibles en la historia, que a veces da giros capaces de torcer su curso y alterar así el mapa de la geopolítica. Asentado el castrismo en La Habana, empezó a influir en los nuevos grupos contestatarios de Latinoamérica, algunos de los cuales, arrebatados, empuñaron las armas para replicar en sus países, el romántico experimento de la Sierra Maestra, como si las viejas élites locales y los gringos que las necesitaban y aupaban no aprendieran de sus propios errores, como el cometido al no prever a tiempo lo que podría pasar con Cuba.
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Es pues el Eln, un grupo en extremo obstinado. Obstinación que nace de la labor redentora que cree adelantar y que suele confundir con un apostolado, dado el germen eclesial que hay en sus raíces. Los guerreros transigen y flaquean, pero los apóstoles no, según la leyenda y la tradición. Por mucho que los elenos invoquen a Marx y profesen el racionalismo mínimo subyacente en los laicos, tienen cierta vocación religiosa que no siempre logran ocultar. Acaso convendría entonces, para descongelar y mover unas negociaciones sin cesar repetidas, que el Gobierno le agregara un obispo, o un clérigo de renombre, dúctil y flexible, a su delegación en Quito. En el entendido, por supuesto, de que no pueden reanudarse las tratativas sin un cese efectivo de fuego, con el compromiso y la garantía de que ni habrá, ni se tolerarán, más secuestros y atentados contra la infraestructura y el medio ambiente.
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