El papel de la política en una vida humana

Autor: Eufrasio Guzmán Mesa
19 enero de 2017 - 12:00 AM

Mucho se ha discurrido sobre este tema y las posiciones pueden llegar a ser irreconciliables. 

Mucho se ha discurrido sobre este tema y las posiciones pueden llegar a ser irreconciliables. Lo definitivo es el modo como asumimos la política en nuestra propia existencia. Existe las posiciones extremas, Nietzsche ha dicho categóricamente que el sentido de la vida no lo podemos hacer depender de lo político pero seguramente que él, como estudioso de la antigüedad clásica, sabía que la palabra “idiota” era la que se aplicaba a quien no se interesaba por los asuntos públicos. 
Se puede vivir la vida sin ocuparse de la política pero siempre quedará una pregunta por mi supervivencia. Si vivimos en democracia es inaceptable no participar en la vida pública y si vivimos bajo una tiranía o un régimen injusto es moralmente inaceptable no ocuparse de los asuntos públicos pues mi vida y la vida de mis seres queridos estarán siempre en riesgo.
Marx en sus tesis sobre Feuerbach da un paso muy firme al señalar que no solo se trata de interpretar el mundo sino que también tenemos la obligación de transformarlo. Se pueden contraponer las opiniones de Nietzsche y la Marx. La perspectiva del primero es que el arte es lo único que justifica la existencia y buscar el sentido en otro lado es un error. Pero ya sabemos que una existencia hermosa también es una dedicada al conocimiento y a las actividades del espíritu cultivando las disciplinas humanísticas y hay una bella dignidad en las personas sencillas que dedican su vida a asuntos aparentemente banales como ser una buena persona o vivir en sencillez extrema. Estoy pensando en seres como Robert Walser; y no me quiero imaginar lo que el joven Marx hubiera dicho de su existencia dedicada a las cosas mínimas, elogiar un botón o trenzar cuerdas para atar paquetes de correo. Walser muere apaciblemente en un sanatorio y deja una inquietante obra literaria. unos aforismos sabios y profundos, Marx consideraba, como un buen romántico, que no hay cosa mayor que morir al fragor de la lucha, al calor de una existencia turbulenta en combate contra los poderosos que perturban el logro del bien común con su egoísmo estrambótico.
Cualquier persona que abra sus ojos y se informe sobre el mundo contemporáneo sabe que nuestras vidas están siendo determinadas en gran medida por la existencia de un grupo no muy grande de familias o consorcios financieros que no solo poseen casi toda la riqueza de la tierra sino que están lanzando a la humanidad en una carrera sin retorno al hacer del petróleo o el oro su fuente de ganancias. Usando el petróleo como combustible estamos destruyendo la atmósfera y por extraer el oro se están exfoliando las selvas del planeta de una forma irreversible.
Como siempre en la historia de Occidente la cuestión es entonces ¿qué hacer? Padecer la historia con pesimismo y dejar hacer sin intervenir pareciera una actitud que deja de ser escéptica para acercarse a una comodidad francamente cínica. Prefiero ver el camino en una actitud vital que, sin desconocer los delicados hilos de la búsqueda del sentido y el significado de la vida, no olvide que estamos juntos en un planeta que ya sabemos no tiene una vida ilimitada sino que esta vida maravillosa está fuertemente asediada por un egoísmo feroz que amenaza destruir los mismo cimientos del planeta para convertirlo ante nuestros propios ojos en un desierto descomunal en el cual no habría ningún motivo para albergar esperanzas.

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