Siete intelectuales y artistas reflexionan sobre su relación y el legado de sus padres, a una semana de la celebración oficial a ellos. Mirada plural que celebra a los padres.
Luis Fernando Cuartas
Poeta y escritor
No se tiene un Padre, como no se retine una herencia en un país de infortunios. Mi abuelo paterno fue invisible, cuando yo nací ya había muerto. Cultivaba poesía como un jardín negro en medio del opio y la melancolía. Hacía poemas entre el licor y una extraña aristocracia de gestos amorosos, entre princesas sin abolengo y amigos de los libros y la música. Fue contertulio de los Panidas, escribía en El Bateo, periódico de poesía de Medellín de ese entonces. Su biografía se esfumó a los cuarenta y cinco años. Mi padre queda huérfano a los diez y ocho años, de Manizales a Medellín, de Medellín a Pácora, del infierno de perderlo todo hasta quedar, para buscar un cielo artificial, trabajando en mil oficios. Mi padre perdió la heredad, esa cosa infame que llaman el dinero, luego llegó a la Bedout y después a Fabricato.
La estética que llevo siempre entre su pobreza elegante era no perder la finura. Vestía impecable y conservaba un aire de señor como si no lo moliera la necesidad. Ganaba amigos en cada lugar donde llegaba, una cara bonachona y una capacidad de diálogo sin límites, hacía quebrantar todo tipo de incertidumbre o desconfianza. Una frase certera de mi abuela materna refleja algo de mi accionar ahora: Luz de la calle, Oscuridad de la casa. Mi abuela nos crio entre leyendas e historias que parecían ficciones de pesadilla. Ella quiso mucho a mi padre, pero siempre decía que era el candil de todo el mundo y la veladora no alcanzaba mucho para iluminar el patio.
No escribió poesía como mi abuelo. Una vez intentó un poema, sobre una noticia que salió en la prensa. En una manifestación en Bogotá, un caballo cae y muere asfixiado por los gases y la refriega del momento. Lamenta en su poema tal hecho, pero más lamenta que un estudiante muerto tenga menos prensa que un caballo. Poema sencillo, casi doméstico, poema de rabia y de dolor. Más nunca se manifestó de banderas, ni de color alguno, bueno, en algunas creencias era muy conservador, más no era enfilado con ningún carné, que yo hubiera conocido en ese entonces.
Josué Carantón (1965-)
Pintor y profesor
A estas alturas si aún se sobrevive dignamente lo que se debió hacer fue “ASESINAR AL PADRE” para lograr ese mísero estado. Esa escena filosófica es la tarea a abordar en el transcurso de la vida.
Huellas, marcas y sellos quedan de por vida signados en un Electra que solo se erradica con la muerte. Odios, miedos y temores engendran los padres. Creo que nunca tuvo tiempo para mí o para nosotros, ni para nuestras grandes dudas y preguntas. Creo que ese tiempo era distinto y las respuestas las debimos aprender a la topa tolondra, cosa que no me parece malo ante tanto inútil y marica contemporáneo. El sentido de la vida cada uno es quien lo define, si espera que el padre le enseñe el camino será un segundón toda la vida.
Reivindico al amigo en ese papel de padre, de escucha y portador de respuestas y de buenas nuevas, mi generación tiene amigos de TODA la vida, amigos fraternos y amigos solidarios. Rol que los padres nuestros nunca alcanzaron a asumir o por lo menos el mío. Cuando empezábamos a ser amigos, lo mataron.
Decir que uno se hace por los libros o las bibliotecas que existen en casa es una perversa y mentirosa justificación, que solo busca darle un poco de estatus a una condición social, ¡en mi casa sí se leía!, es una afirmación que da risa y lo que demuestra es un querer, a través del intelecto tapar las miserias de una vida, casi siempre llena de ausencias.
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Juan Diego Tamayo (1968-)
Filólogo y poeta
Fragmento de El monodiálogo de papá
Dicen que son mis días últimos. Los comienzos. Todos aseveran una cosa distinta. Pero lo dicen. Total así siempre estamos. En el yugo de las inclemencias. En la terminal de nuestros días. No lo sabemos nunca. No sabemos de nuestro momento. Pero es así. Me dicen que ya. Todo está dicho. Todo terminará pronto. No me resisto a creerlo. Como tampoco a negarme. Cada frase mía es la última. Cada movimiento mío es el último. Me veo acostado mirando el techo de la desolación. Mirando las baldosas flojas de mi vida. Toco las paredes de mi encierro y sé que voy más allá –que iré más allá- se quiera o no. Sé que otro hablará por mí. El hijo de mis revelaciones y de mis cuidados hablará por mi boca. Desde el manantial de mis caprichos, de mis dudas y aspiraciones, hablará por mí. Era lo único que me quedaba. Mi compañía y mi certeza. Mi anticuario y mis premoniciones. Mis cuidados y mi agonía. Sólo él me acompañó certeramente. Sólo él me miró y apretó mi mano. Y encendió un cigarrillo. Y buscó un tango para arroparme en mis recuerdos. Y me cantó SUR en el último viaje. Lo miro. Me miras. Estamos en esa concordancia de la sangre y el recuerdo. En esa instancia de la memoria y el olvido. En este punto límite de la noche y el regazo.(…) Te veo a todo momento. Sé de tus dudas y temores. De tus aciertos y certezas. Es la vida. Esto es la vida. Así yo. Por las mismas pasé. Ahora, acá, en la cama, escuchando el último tango me veo repasando mi vida y la vida. Poniéndome a paz y salvo con el destino y sus incertidumbres. Con el destino y sus certezas. Lo acepto. Tampoco nunca me negué. Era la vida. La misma que llevé en registros fotográficos. La vida misma en su muerte que también fotografié. Así me la pasé: entre la vida que todo lo proyecta y la muerte que todo nos lo recuerda (…) Gano en silencios. Que fue el sustrato y la razón de lo que soy. He hablado poco. Lo he mostrado todo. Aún no me sueltes. Abro los ojos por última vez. Te veo. Los cierro. Mis ojos pegados al recuerdo de mi vida compartida. Estás conmigo. Será suficiente. Ya lo dije. No olvides mi último tango. No me sueltes. No me sueltes…
Julián Vásquez (1988-)
Psicólogo Clínico y Consultor. Profesor Universitario
Sobre todo, el verbo. Ha sido el padre en mi vida el encargado de sembrar el amor por la palabra, y la comprensión sobre su fuerza y su legado. Ha sido también el padre la llama de ese fuego que en mi vida constituye la palabra, y que todo lo devora. En síntesis, el padre es quien me ha elegido en virtud de la palabra, y yo lo conservo y lo celebro. He sido también su maldición.
Vivir es esforzarse, decía Porfirio. Y en ese sentido ha sido mi padre el horizonte del esfuerzo por llegar a ser yo mismo, lejos de su influjo, pero sin renunciar a él. Mi padre ha marcado mi vida en cuanto a gratitud por lo que soy, pero en esfuerzo por ser alguien, por ser otro, quizá el único que puedo ser. Y así, me rescató de la nada para brindarme vida, y en ese esfuerzo me he convertido en padre de mí mismo.
Diego Despreciado
Poeta
Mi padre me dejó, desde mi muy temprana edad, una ausencia tanto física como emocional. Esa ausencia se transmutó, paradójicamente, en oscuridad; al no estar presente mi padre veía todo más oscuro, se me hacía más difícil entender el mundo. Alcancé, sin embargo, a conocer la ternura y la protección con la presencia de mi madre. La parte rocosa y agria de la vida la conocí por medio de mi piel y no por medio de un consejo de mi padre. Es por eso que en cierta ocasión afirmé, aunque fuera por medio de una red social, que las cicatrices son las cartografías trazadas por nuestros pasos, o por lo menos en mí casi es tal cual. En síntesis, la ausencia de mi padre me llevó a lanzarme en clavado al mundo, lo que filosóficamente me llevó al empirismo, como una forma de conocer y luego de crear.
Carlos Alberto Alvarez Muñetón
Profesor y escritor
Mi padre ha dejado lo más importante en mi vida, en todos los aspectos. Desde mi rostro hasta mi rastro los siento enmarcados en lo que él dijo e hizo en cada momento de su vida. Mi estética, mi ética y cada una de mis palabras y de mis actos se han visto cercadas por él y cercanas a él. A veces tengo la sensación de que nos faltó tiempo para una mejor comprensión y compenetración, a pesar de que a veces incluso tengo el sentimiento de ser él o tal vez de tener demasiadas cosas de él.
Sergio Dávila Llinás
Dramaturgo y actor
La Huella del padre instaura la Ley. Abbá en arameo para Jesús. JHWH para los hijos culpables y castigados. Pater noster, qui es in caelis, sanctificetur nomen tuum canta Stravinsky. Daddy con Sylvia Plath. Ulises y Telémaco. Bloom y Dedalus. Papito para nombrar al abuelito y al hombre gustador. Papasito suena complejo con Electra. Papa para diluirse en el ajiaco y Papa para sostener la iglesia de los católicos apostólicos romanos. El Rastro de mi padre es tan claro que no me deja desaparecer como Christopher Johnson McCandless que murió dos veces, una en Alaska y otra en una película de Sean Penn. El Rostro de mi padre como coordenada es un retrato que llevo 35 años pintando. ¿Empezaría con Ovidio Nasón mas narizado o la nariznariz de Cyrano o la nariz de Jean-Baptiste Grenouille enamorado? Tiene la boca de Orfeo que anima la flauta de Pan en un concierto de Jethro Tull con Bach de telonero. Una oreja por el holandés que cenaba amarillo, la otra se la jala un cura o una monja para reprenderlo en un sainete agustiniano. Y para terminar su archimbóldico perfil: la heterocromía de mi padre, su heterochromia iridum, ya que tiene un ojo verde que mira azulado y otro azul rey camiseta de Millonarios que se enfrenta al Verde en el Atanasio. Incide en el Laberinto como Hilo dorado y Minotauro de sombra, símbolo para perderse y sentido para encontrarse.
Además: Habitada palabra: Claudia Trujillo
Las preguntas
- ¿Qué ha marcado o no, huella, rastro, o rostro de su Padre, en su vida, en su formación, en su estética, en su reflexión sobre lo indeseable o deseable, sobre lo claro y lo oscuro?
- ¿Cómo incidió o incide su Padre en su sentido y símbolo de la vida?