“El verdadero camino que lleva a la destrucción de Colombia no es que algunos piensen distinto y se expresen, sino que nos matemos entre nosotros mismos por no respetar nuestras diferencias”.
Uno de los hechos políticos más importantes de este 2017 y, probablemente de estos últimos años en Colombia, es el surgimiento del nuevo partido político de las Farc. Este grupo, antes armado y haciendo de Colombia un campo de la batalla, ahora solo tiene la palabra como herramienta para defender sus posturas y ha decidido entrar a participar en la arena democrática.
Por supuesto, la noticia no alegra a todos… son muchos los resentimientos que se manifiestan, algunos con respeto y dolor por las víctimas de este grupo, pero otros, con llamados irresponsables a la violencia y a que, por ejemplo, surja un nuevo “Carlos Castaño que los mande a todos a la tumba e imponga el orden” (texto tomado de un comentario en Facebook a una publicación de las Farc sobre su evento de lanzamiento).
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Duele que de forma irresponsable algunas personas no recuerden el dramático caso de la Unión Patriótica y llamen a las armas y a la destrucción de quienes cambiaron el fusil por un micrófono. Duele porque Colombia, por momentos, parece destinada a andar en bucle sobre sus propias tragedias. Duele porque este será el gran problema de la implementación de los acuerdos: que aún no estamos en paz.
Aunque por pocos votos, el No ganó en el plebiscito y un importante sector de los colombianos –así hayan estado desinformados y hayan sido expuestos a mensajes emotivos para movilizar su rabia– manifestaron una actitud de rechazo a la guerrilla y a casi cualquier trato con ellos. Esas voces, esa rabia, ese rechazo, siguen estando allí, siguen vivos.
Más allá de la absurda estrategia de las Farc de seguir teniendo las mismas siglas como partido, más allá de que sigan con su discurso recalcitrante y de izquierda marxista leninista, los colombianos no olvidan el repudio y el dolor que ocasionaron. Los colombianos siguen recordando al familiar o ser querido fallecido, recuerdan las extorsiones, los secuestros, el dolor generado por ellos. Y no está mal que los colombianos no olviden. Lo que no puede suceder, por ningún motivo, es que ese repudio se manifieste de forma violenta, con asesinatos y con más sangre... con sed de venganza.
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Los colombianos tenemos la libertad de no votar por este grupo político. Pero nuestro deber como ciudadanos es el de respetar sus posturas políticas y garantizar que no sean agredidos en el marco de nuestro sistema democrático. Podemos estar o no de acuerdo con lo pactado y podemos sentir rabia por el daño ocasionado por la guerrilla de las Farc en su momento, pero lo que no podemos permitir es que se hagan llamados a la violencia y a la persecución política. No repitamos nuestros errores del pasado asociados a la exclusión, el odio y la venganza. No permitamos que la violencia sea el camino para desahogarnos. El verdadero camino que lleva a la destrucción de Colombia no es que algunos piensen distinto y se expresen, sino que nos matemos entre nosotros mismos por no respetar nuestras diferencias.
Nota de cierre: que la visita del Papa Francisco sea el primer paso para la reconciliación nacional. Necesitamos más “perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden…” dichos de corazón, y no tantos “padre nuestros” repetidos sin sentido.