Educar para la democracia es sobre todo evidenciar ante la ciudadanía las armas que utilizan los políticos para manipular la opinión pública
En pasadas columnas publicadas en este mismo espacio de opinión analizamos los peligros de la sofística y de la mentira en la política, armas cuyo uso se ha extendido con resultados tan demostrativos como los recientes triunfos del Brexit en el Reino Unido, de Trump en EE.UU y la derrota del Plebiscito por la Paz en Colombia. Ahora quisiera referirme al miedo, como otras de las armas políticas que los grupos dominantes utilizan para llegar y mantenerse en el poder.
Por “miedo político”, según el columnista Antonio Trejos del Periódico La Nación de Buenos Aires, se entiende el temor de las personas a que su bienestar colectivo resulte alterado: miedo al terrorismo, ansiedad sobre la descomposición social, pánico ante el crimen, incluso a la intimidación por parte de un Estado u otros grupos externos o propios de la sociedad. Lo que lo convierte en “político”, más que en “miedo personal”, es que emana de la sociedad o tiene consecuencias para ésta.
El uso político del miedo permite comprender muchos de los fenómenos contemporáneos, pues el miedo, al igual que la esperanza, tiene poder para modificar las actitudes y acciones de la ciudadanía ante los peligros, sean éstos reales o imaginarios. Por lo tanto, el miedo político es un instrumento de control social sumamente poderoso que los grupos de poder han utilizado durante los conflictos sociales para hacerse y mantenerse con el poder.
La pospolítica, símbolo de la era neoliberal en que ha entrado el mundo occidental después de la caída del muro de Berlín en 1989, conlleva la despolitización de la vida económica para que las nuevas generaciones de manera hiperactiva se empeñen sólo en la superación personal y en ser exitosos por si mismos, dejando el manejo de lo público a las castas dominantes. El miedo a no ser competitivos en el complejo mundo laboral a que llegamos obliga a alejase de la política, haciendo que desaparezca el sujeto de la democracia, que reclamaba Carlos Gaviria en su cátedra Educar para la Democracia.
El desempleo, la creciente desigualad y la inseguridad han ayudado a amedrentar a la ciudadanía hasta la parálisis, infundiendo temor y rechazo a los otros y desincentivando la participación ciudadana en las cuestiones públicas. Por miedo, los individuos se rehúsan a ver las injusticas sociales, desconfiando cada vez más de las instituciones. En la práctica, este fenómeno se ve reflejado en los bajos niveles de identificación de la gente con los partidos políticos, la pérdida de valores colectivos frente al culto al individualismo y el abandono de los espacios públicos de esparcimiento e interacción, para dar cabida a los espacios privados de consumo y segregación socioeconómica, como lo son los centros comerciales y los conjuntos residenciales de acceso restringido.
La desafortunada coincidencia del proceso la implementación de los acuerdos de paz con las campañas políticas en Colombia, le ha permitido a la oposición encontrar en el miedo el instrumento para buscar destruir los innegables avances que ha logrado el actual Gobierno Nacional con la desmovilización de la guerrilla más antigua del mundo. El miedo a caer en el castrochavismo, imposible categórico para un país como el nuestro con la solidez institucional y tradición conservadora, es el arma política que enarbola la cerrada oposición de ultraderecha, para impedir que el país pueda entrar a resolver la inequidad en el campo, que hace que el 64% de los hogares campesinos no tengan tierra y que 4,4 millones de propietarios rurales no cuenten con una parcela suficiente para subsistir. Este es el meollo que explica el actual momento político colombiano.
Educar para la democracia es sobre todo evidenciar ante la ciudadanía las armas que utilizan los políticos para manipular la opinión pública. Vale aquí una interpretación que algunos estudiosos hacen al propósito del famoso libro El Príncipe de Maquiavelo, cuando sostienen que antes que una obra supuestamente dirigida al gobernante florentino Lorenzo de Medici II es en esencia un texto retórico, para desenmascarar a los poderosos y que subrepticiamente alecciona al pueblo sobre las armas que utilizan los gobernantes para subyugar a los pueblos. Al déspota no hay nada que enseñarle que ya no sepa para oprimir al pueblo: por el contario es a éste a quien hay que educar para que reconozca como lo manipulan y desvían de la búsqueda de la vida digna en democracia.