El conocimiento y la comprensión que nos proporciona el arte no son los mismos que requerimos para buscar sociedades más justas.
Preguntarnos por el papel del arte en la vida humana es un reto mayor pues es la actividad que reúne unas condiciones de gran exigencia, sus lenguajes son sensibles, le habla a nuestra condición humana en su totalidad, requiere una gran preparación técnica, anímica y material, exige persistencia y dedicación de toda una vida siendo además un esfuerzo que ya entraña la tarea de reconocer la propia historia del arte y la propia historia personal del creador que se juega su vida intentado construir sentidos y significados. Por lo mismo no deja de ser extraño, para decir lo menos, que muchas disciplinas, que antes tuvieron una clara relación con el proyecto científico de la modernidad de buscar explicaciones satisfactorias y ayudar a hacer predicciones confiables, hubieran derivado hacia la literatura de manera superficial.
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En el campo de la antropología, la sociológica, la historia y la psicología muchos se están conformando ya con una simple narración, con relatos amenos, con esfuerzos difíciles de evaluar y clasificar. Es ya un lugar común muy peligroso afirmar que entre nosotros la literatura reemplaza a la filosofía y a la ciencia social. El reto del conocimiento de lo humano nos enfrenta a un reto mayúsculo, son las disciplinas que requieren más inversión, tesón, perseverancia y capacidad y paradójicamente en esos estudios se refugian en ocasiones los cerebros menos dotados para las marchas de largo aliento. La crisis en las ciencias sociales y humanas desde el siglo XIX en todo el planeta no las remedian los métodos fenomenológicos con su valiosa consideración del mundo de la vida o el adoptar una actitud hermenéutica de interpretación del todo se vale. No podemos cejar en el esfuerzo por explicar adecuadamente, con teorías coherentes y serias toda la debacle moral y toda la crisis en los valores, es necesario denunciar, enfrentar y estudiar el desplazamiento, la injusticia y la corrupción descomunal, no podemos dejar de lado la búsqueda de leyes y tendencias de fondo en los asuntos humanos. Ciencia para la cultura implica hacer conciencia social de este panorama complejo, exigente pero insoslayable. No va en contra del reconocimiento y de la inclusión de los saberes populares, no va en contra de las tradiciones que vale la pena defender, se inscribe este planteamiento en la necesaria crítica cultural tan escasa en nuestro medio que todo lo aplaude pero no explora límites y posibilidades.
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Ya en el pasado, Marx, a quien ahora se le recuerda por su impacto en las ciencias sociales y en la vida política del siglo XX, había afirmado que entendió mejor las dinámica del capitalismo leyendo a Balzac que en el historiador Michelet. Pero el conocimiento y la comprensión que nos proporciona el arte no son los mismos que requerimos para buscar sociedades más justas; eso de estarle pidiendo servicios al arte no lleva más que a su degradación, como en el caso del realismo socialista que casi destruye la literatura rusa e impuso un murmullo espeso a la riquísima poesía y literatura cubanas, son solo dos ejemplos. El arte humano es el reino indiscutible de la libertad así su primer gesto sea asimilar el canon y reformarlo o destruirlo. A la ciencia le debemos pedir siempre explicaciones satisfactorias para emprender las acciones que nos lleven a una mejor sociedad, el arte despliega sus posibilidades como ejercicio por excelencia de la libertad.