Su elocuencia seguirá mostrando caminos de esperanza y despertando controversia, demostrando así su papel trascendental en la formación de democracias.
Con nostalgia manifiesta en la aprobación del 60% de los estadounidenses y en un amplio despliegue periodístico, esta generación se prepara para pasar la página del gobierno Obama reconociendo que ha presenciado un período memorable por el protagonista, el primer presidente negro en Estados Unidos; su familia, en especial la inolvidable Michelle, y por la esperanza en las instituciones democráticas como únicos instrumentos ciertos para forjar los cambios necesarios para construir un mundo mejor. La esperanza que representaba Barack Obama llegó a su máxima manifestación en la concesión anticipada del Premio Nobel de Paz, reconocimiento que aceptó pero no determinó su forma de actuar en el contexto internacional, donde sin renunciar a sus obligaciones como líder del Imperio en situaciones extremas, sí buscó más un liderazgo compartido.
Si bien entendimos las razones de este “laissez-faire” para bajarle a Estados Unidos su perfil de “policía del mundo”, también señalamos que dejar un vacío de poder posiblemente sería aprovechado por otros para acrecentar el suyo, como en efecto sucedió con Isis, Corea del Norte y Vladimir Putin especialmente. Sobre el desenmascaramiento y rechazo casi mundial a estos autócratas, Obama le apuntó a retejer las relaciones con Europa en términos de cooperación entre aliados, un camino con logros incipientes, como haber dado de baja a Ossama bin Laden, y, en consecuencia reducido a Al Qaeda; así como el acuerdo nuclear con Irán, régimen que, sin embargo, no ha modificado su visión anti-occidental. El crecimiento agresivo de Isis, los atentados terroristas en Europa, la tragedia de Siria, perviven como amenazas a la estabilidad, la defensa de los derechos humanos y la libertad en el mundo y quedan como interrogante sobre el éxito de la política exterior de Obama y su confianza en la corresponsabilidad que deben asumir los demás líderes del mundo democrático. La firma del Acuerdo de París, en cambio, queda como el más importante testimonio a su favor.
Revisar el gobierno Obama en el campo doméstico, requiere comprender el complejo mundo de la política bipartidista estadounidense y los distintos momentos políticos que le exigieron correr máximos riesgos al usar las posibilidades de la iniciativa ejecutiva, mecanismo de expedición de normas que somete al gobernante a fuerte control de la Corte Suprema y a la obligación de rendir cuentas a la opinión y a la justicia. En su primer período, el presidente logró aprovechar su mayoría en el Legislativo para intervenir la economía jalonando una recuperación que reconstruyó la confianza en el Estado y en las organizaciones privadas, generó más empleos urbanos y abrió nuevos caminos a los acuerdos comerciales internacionales que él aspiró llevar a su máxima expresión en la Alianza Transpacífico, maduración de la Alianza Asia-Pacífico, Apec, que no logró consolidar y que ahora queda amenazada por el conservadurismo anti-libre comercio que caracteriza a mister Trump. También contundente, y seguramente modificable pero no irreversible, es el llamado Obamacare, programa aprobado en el Congreso y que superó el control judicial, que logró incluir a veinte millones de estadounidenses en el sistema de salud. Sus logros en inclusión social se apuntalan también en la iniciativa migratoria, que hubo de expedir por decretos ejecutivos ya aprobados en la Corte Suprema, así como los avances normativos en el reconocimiento y tratamiento igualitario a personas pertenecientes a la comunidad Lgbti. Dicho lo anterior, el presidente Obama parte de la Casa Blanca con la frustración de no haber avanzado en su deseo de replantear la posesión de armas de fuego como una de las libertades que Estados Unidos paga con dolores como la matanza de 28 personas, muchas de ellas niños, en Sandy Hook, escuela primaria en Newtown, Connecticut.
En relación con América Latina, que poco estuvo entre las prioridades de la agenda de Obama, tuvo más desaciertos que aciertos, siendo el primero su entusiasmo por un inoportuno viraje en las relaciones con Cuba que lo llevaron a cesar exigencias a una tiranía violadora de los derechos humanos, e incluso a una simplista descalificación a las decisiones de sus predecesores para contener a los déspotas de La Habana. Ingenuidad semejante le fue demostrada en las relaciones con Venezuela, dictadura que se dio el lujo de burlarlo en el último momento, incumpliendo la promesa de liberar al político Leopoldo López si Obama indultaba al puertorriqueño Óscar López Rivera. En cuanto a Colombia, queda la sensación de que renunció, inspirado por las acciones de nuestra Cancillería, a profundizar la alianza de las naciones.
Pero más allá de los logros y errores de su Gobierno, Obama supo ganarse el respeto y admiración mundial por la coherencia y naturalidad con la que personificó los principios y valores de la Carta Magna estadounidense, acercándolo como a pocos a la dimensión de los reverenciados “Padres Fundadores”. Por ello, Obama da un paso al lado, no hacia atrás, y así lo anunció en su discurso de despedida, así como en su rueda de prensa final. Su elocuencia seguirá mostrando caminos de esperanza y despertando controversia, demostrando así su papel trascendental en la formación de democracias.