El voto en blanco no es, ni significa lo mismo que abstenerse, el voto en blanco manifiesta una posición.
Hay un hecho objetivo: el voto en blanco existe en casi todos los sistemas electorales del mundo y ha sido concebido como una opción para quien, queriendo ejercer el derecho ciudadano a consignar su voto, no encuentra en ninguna de las alternativas propuestas una que coincida con sus expectativas de país y de gobierno.
El voto en blanco no es, ni significa lo mismo que abstenerse, el voto en blanco manifiesta una posición.
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Ocurre no obstante que, en medio de esta aguda confrontación electoral, se ha querido vender la idea de que el voto en blanco trae implícito una especie de adhesión a una de las propuestas enfrentadas, una cohonestación con sus torvos intereses, un apoyo a todo lo de corrupción, violencia y atraso que anida en su interior y fundamentalmente, una negación a la alternativa de la paz conquistada, puesto que esa opción quiere destruirla.
Debería actuarse con menos egoísmo, nos dicen, y ceder ante la alternativa contraria que no es corrupta, respeta la paz y es una especie de antípoda de todo lo que la otra significa y representa.
Esa lógica transaccional del voto útil tan profundamente asociada al argumento de elegir al “menos peor”, me parece a mí que envilece tanto a la política como al sistema electoral, pero envilece también al elector que asume esa posición.
Quiero explicarlo con todo respeto:
La actividad política existe en tanto tiene forma ideológica. La política expresa una idea sobre el poder, una forma de pensar la nación y sus problemas, de pensar el gobierno, una idea sobre el bien común. No se puede ser nihilista en la política.
Así, si se renuncia a la ideología, la tarea que se emprenda para encontrar el poder puede ser cualquier cosa, menos política.
De la misma manera, escoger una opción cuya idea del gobierno, del poder, de las relaciones, de la ética, no encaje con tu visión y hacerlo solo en la lógica transaccional, esto es, hacerlo para que no gane otro, es un envilecimiento de la política y de la ideología.
Una de las estrategias ya probadas para el envilecimiento del elector es precisamente esa: obligarlo a votar no por lo que piensa, no por la idea con la que coincide, sino a votar por miedo a que gane otro. Así lo hicieron en las elecciones pasadas proponiendo una disyuntiva entre Santos y Uribe que, como lo demuestran los últimos hechos políticos, están férreamente unidos “en lo fundamental”.
Así las cosas, soy incapaz de votar por un candidato que contribuyó con su voto a la elección de un procurador tan nefasto, retardatario, virulento, fanático y corrosivo como Alejandro Ordoñez, que supuestamente estaba en las antípodas de su “ideología”.
Soy incapaz de identificarme con un candidato que hace apenas unos pocos días, frente a la pregunta - desde luego perversa- de un periodista de Caracol Radio acerca de cómo le fue en la alcaldía de Bogotá con Luis Carlos Sarmiento, responde sin sonrojarse: “La pregunta no es si a Petro le fue bien con Luis Carlos Sarmiento, sino que a Luis Carlos Sarmiento le fue bien con Petro”. No, esa afirmación no encaja con la idea que tengo del nefasto contubernio entre ese grupo económico y el aparato de corrupción que desangra al país.
En una entrevista en El Espectador el pasado 12 de junio, expresa que “si alguien debería apoyar mis programas son los capitalistas, porque les estoy abriendo el mercado”.
Claro que el candidato Petro está en su derecho de afirmar eso, o insistir en que Álvaro Gómez, el hijo de Laureano “es un hombre valioso” a quien le atribuye “quilates políticos, intelectuales y sociales”, solo que eso no solo no encaja con su ropaje de “izquierda”, sino que alude a una ideología que, precisamente, marcha en contravía de lo que pensamos todos aquellos que entendemos que defender la soberanía, la producción y el trabajo nacionales, la democracia, la paz y el bienestar de la población corresponden a una visión progresista de la sociedad.
Desde luego tampoco Uribe encaja en esa visión. Su nefasta historia de crímenes, componendas y corrupción es también motivo suficiente para persistir en la lucha.
Tal vez una de las deliberaciones a impulsar, una vez pase esta agitación, va a ser la de responder a un interrogante necesario: ¿fue esta segunda vuelta una real confrontación entre una opción de izquierda y una opción de derecha?
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Así, al votar en blanco estoy expresando con dignidad lo que pienso de los dos candidatos en conflicto: no tengo identificación ideológica con ninguno de ellos. No puedo convertir mi acto de votar en una transacción.