Su principal objetivo es justificar su presencia y acción armada en la zona y así pelear por el territorio. Ambas acciones son el reflejo de la decadencia política y moral en el mundo
MIGUEL ANDRÉS RUBIO GARCÍA
La historia de la humanidad se encuentra escrita, en su mayoría, con sangre. Desde la antigüedad, los pueblos se han matado entre sí por obtener el poder; tal es el caso del imperio romano, la época de la “conquista” en América, los procesos de independencia, dos
guerras mundiales y, así, la historia de la humanidad ratifica lo barbaros que somos como especie.
Pero, en una guerra que nos ha desangrado ya bastante, alardeamos de ser civilizados porque hemos avanzado en arte, ciencia, tecnología y, fundamente, en política. Mediante esta última se ha dado lugar a tratados de paz y organismos nacionales e internacionales que procuran el respeto del derecho a la vida y promulgan que todo conflicto que atente contra ëste debe tener una solución por la vía política.
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Hoy, siglo XXI, reafirmamos que somos tanto o más bárbaros que en el pasado; solo basta con mirar el panorama mundial y detenernos en el oriente medio, una zona asediada por la guerra desde hace más de una década, lo que se debe, en gran parte, a que allí se encuentran las más grandes reservas de petróleo en el mundo y quien logre apoderarse de ellas, dominaría la economía global. A ello se suma la corrupción y los intereses personales de los dirigentes, lo cual deriva una represión hacia la sociedad y, a su
vez, la conformación de grupos terroristas que, en nombre de una religión, se alzan en armas y justifican sus acciones para defender su nación de enemigos internos y externos.
Siria es hoy el foco de discusión política, moral y religiosa en el campo internacional; las grandes potencias mundiales se disputan su territorio y, algunas de ellas, se encuentran instaladas en la región y cuentan con el apoyo del gobierno; otras, utilizan como Caballo de Troya la “intervención humanitaria” en pro del orden social; pero su principal objetivo es justificar su presencia y acción armada en la zona y así pelear por el territorio. Ambas acciones son el reflejo de la decadencia política y moral en el mundo.
Frente a sucesos tan desgarradores el planeta se fracciona entre quienes apoyan a una potencia u otra y quienes, en silencio, hacen parte de todo aquello que ocurre; en últimas, porque no encontramos la vía para lograr acuerdos que procuren la vida de la población civil que respete ideologías políticas y religiosas.
Es menester, entonces, cuestionar los avances que hemos tenido como especie, ya que nuevamente nuestro desarrollo, en materia política y moral, fracasa frente a los intereses que representan a un puñado de naciones que no tienen fines más nobles que el de ensanchar sus arcas. Así, en palabras de Karl Jaspers, en el tratamiento que hace de la culpa y la responsabilidad política de Alemania: “Es tan culpable aquel que se pronuncia ante los hechos como el que no hace nada ya que sobre cada individuo recaen las acciones
del género humano.”