¿La verdadera protesta estudiantil no debía estar encaminada a pedir una mayor calidad académica como único argumento para enfrentar las nuevas formas de ignorancia, la postración tercermundista renunciando a la violencia?
Hace ya veinticinco años que me jubilé como profesor universitario y ningún día pasa sin que yo haya dejado de defender la misión de la Universidad luchando contra la desidia oficial puesta de presente en su eterna desfinanciación económica, pero luchando también contra las fuerzas de la barbarie que no han dejado de atentar contra la libertad de pensamiento, destruyendo , en su momento, bibliotecas, laboratorios, persiguiendo a quienes se oponían a sus desacreditadas consignas contra una “cultura burguesa” que supuestamente debía ser reemplazada por la nueva cultura de obreros y campesinos. Lo que quiero señalar es que lo que durante las últimas tres décadas llegamos a vivir y padecer en la universidad ha sido el reflejo por un lado de la crisis de nuestros valores sociales, pero por otro el descrédito del dogmatismo totalitario que nunca ha querido asumirse. El balance de lo que supuso Mayo del 68 como paradigma de revuelta estudiantil contra la sociedad burguesa es inobjetable: aquello no pasó a mayores porque sencillamente fuera de dos o tres graciosos grafitis, nada quedó como un objetivo a cumplir en lo único que lleva a una sociedad al cambio: el conocimiento. Los pensadores que acompañaron las distintas revueltas estudiantiles, Sartre, Marcuse, entre otros, pudieron constatar que sus propuestas para una nueva universidad no se cumplieron pues prontamente los rebeldes de ocasión regresaron mansamente al redil. ¿Qué quedó de la asonada sentimentaloide de los Hippies? Diferente fue el movimiento estudiantil en Polonia, Checoeslovaquia, Hungría, donde la sangre de los jóvenes mártires –al igual que hoy en Venezuela y Nicaragua- abrió las puertas para que la Universidad frente al tirano fuese el espacio de la pluralidad. Lo que Emanuel Kant llamo el entusiasmo fue ante todo la tarea de emancipación frente lo que suponen la ignorancia y el oscurantismo y la necesidad de una razón crítica fiscalizadora. ¿Por qué, entonces, preferir seguir en la ignorancia frente a los nuevos saberes si bajo éstas seguiremos sometidos a nuevas servidumbres, ya que la precariedad de nuestro conocimiento es cada día más escandalosa? ¿La verdadera protesta estudiantil no debía estar encaminada a pedir una mayor calidad académica como único argumento para enfrentar las nuevas formas de ignorancia, la postración tercermundista renunciando a la violencia? Ojalá esta reflexión crítica hubiera sido tenida en cuenta por los fanáticos que hace dos décadas lograron sustituir la tarea emprendida hacia una verdadera emancipación intelectual, por los desdichados slogans utilizados para seguir imponiendo la ignorancia y las nuevas formas de servidumbre. ¿Qué significa la desaparición de las humanidades en las carreras técnicas? ¿Cuál es el nivel académico de nuestros universitarios en la globalización? ¿Qué significado puede tener una universidad incapaz de hacer frente a los nuevos retos de la ciencia?
Zygmunt Bauman el gran pensador, murió en plena lucidez a los noventa y un años, a él debemos un concepto fundamental para entender nuestra actual situación: la sociedad líquida, es decir, la sociedad en donde ya no rigen los valores éticos. La universidad liquida es el preámbulo de lo que llama un capitalismo sin democracia (China, Rusia), el conocimiento bajo las leyes del mercado y su renuncia a buscar la autonomía que exige el conocimiento liberado, para hundirse en la mediocridad permaneciendo en la trifulca y eludiendo las altas exigencias y responsabilidades del conocimiento. Toda violencia es fascista por lo tanto.
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