Cuando dejemos de ser simplemente espectadores, todos esos histriones se van a terminar atragantando con sus propios afeites, o desnucando en sus propias maromas.
Recién llegado a la universidad (¡hace siglos!), estando en una de esas reuniones “inteligentes” a las que acostumbraba asistir, escuché de un tal Michel Mourré que, vestido de monje dominico, se infiltró en una misa en la catedral de Notre Dame en París (dicen que era la década del 50 del siglo pasado) y parándose frente al altar leyó a grito herido para que todo el mundo lo oyera, una proclama declarando la muerte de Dios.
Mourré era miembro del denominado situacionismo letrista, variable del movimiento “estética situacionista”, que buscaba alterarlo todo. A no dudarlo - planteaba el que nos trajo la anécdota a la reunión- nuestros nadaístas no eran propiamente un derroche de creatividad.
La ciudadanía y el ciudadano ya no serían nada distinto que “audiencias”, “espectadores”, sujetos pasivos, receptores de mensajes.
“El espectáculo se presenta como una enorme positividad indiscutible e inaccesible. No dice más que: lo que aparece es bueno, lo que es bueno aparece.
La actitud que exige por principio es esta aceptación pasiva que ya ha obtenido, de hecho, por su forma de aparecer sin réplica, por su monopolio de la apariencia”. (Debord Guy La sociedad del espectáculo. Anagrama. 1982).
Más de cuatro décadas después de esa reunión, puede evidenciarse con horror que la hipótesis de Debord es una tesis.
¿No ha notado usted con qué recurrencia se habla hoy de “el cine espectáculo”, “el marketing espectáculo”, “la política espectáculo”, “la justicia espectáculo”, “el alcalde espectáculo”, “el candidato espectáculo”?
Debord lo sintetiza así: “La sociedad que reposa sobre la industria moderna no es fortuita o superficialmente espectacular, sino fundamentalmente espectaculista. En el espectáculo, imagen de la economía reinante, el fin no existe, el desarrollo lo es todo. El espectáculo no quiere llegar a nada más que a sí mismo”. (idem)
Víctimas de esta conspiración, cedemos nuestra condición de ciudadanos para resignarnos a ser simplemente “espectadores”, de manera tal que así nos tratan.
Es patético ver cómo en la lucha por acaparar “audiencias” los personajillos públicos, nuestros “dirigentes”, nuestros “gobernantes”, se transmutan en histriones, comediantes, galanes, artistas, payasos, interpretando siempre un papel porque todos sus actos son una mascarada.
Tengo la impresión de que el fenómeno se ha exacerbado en los últimos meses.: “periodistas” cuyas preguntas giran alrededor de cuántos pares de Crocs tiene un senador, candidatos políticos cuyas “habilidades” como bailarines o músicos marcan más puntos que sus ideas retardatarias, “alcaldes espectáculo” que en un mismo trino relatan con orgullo la manera como superan sus propios récords en una maratón y al mismo tiempo les parece lamentable que un maratonista haya muerto y otro haya sido atropellado.
El espectáculo borra de un tajo toda muestra de pudor.
Creo, honestamente, que cuando dejemos de ser simplemente espectadores, todos esos histriones se van a terminar atragantando con sus propios afeites, o desnucando en sus propias maromas.