Jamás tendremos una nueva clase política si no tenemos antes una nueva ciudadanía, que ejerza su derecho a elegir y que cumpla su deber de elegir
En tiempos oscuros es tentador renunciar a la política. Un sector importante de la población siente que las próximas elecciones van a beneficiar a los mismos de siempre, que nada tienen que ver con los ciudadanos de a pie. Sin embargo, pese a la evidencia, tenemos el deber de creer que nuestras instituciones pueden mejorar. Si no creemos en ello, nada va a cambiar y perderemos el derecho a reclamar. El filósofo canadiense Charles Taylor sostiene que los seres humanos podemos vivir en nuestro país como turistas residentes, despreocupados de la política y preocupados únicamente por ir a trabajar y criar a nuestras familias. Colombia no aguanta 45 millones de turistas.
La participación política en nuestro país no es una vocación, es una necesidad. Todo el mundo está de acuerdo con que es necesario cambiar a la clase política. Sin embargo, ésta, además de ser una verdad a medias, es una frase irresponsable. Jamás tendremos una nueva clase política si no tenemos antes una nueva ciudadanía, que ejerza su derecho a elegir y que cumpla su deber de elegir. Este domingo no podemos sentarnos en casa y observar pasivamente la democracia por televisión. No podemos ser turistas o televidentes del “reality” de nuestra democracia. Si lo hacemos nunca será una verdadera democracia. Para que ello sea así es necesario convertirnos en sus protagonistas.
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El país está polarizado, continúan los asesinatos de líderes sociales, el Congreso navega entre los graves escándalos de corrupción y la irrelevancia. Frente a este panorama, nuestra tendencia automática es la cómoda desconexión de la realidad. Sin embargo, en un futuro no muy lejano veremos con claridad que desconectarnos ya no es una opción. Vivimos una época que exige la refundación de nuestra ciudadanía. Por eso hay que votar.
En el 2018 nos enfrentamos al riesgo de que la votación no supere el 43% de participación. Eso convertiría al Congreso en un órgano que no representa ni a la mitad de su población, lo cual arriesgaría la legitimidad de nuestra democracia, significaría el final de la ciudadanía y permitiría que los políticos saquen provecho de la crisis. Las entidades y las contrataciones públicas seguirían siendo de sus amigos cercanos y de sus familiares.
Un número significativo de los aspirantes al Congreso de la República pertenece a feudos políticos manchados por el paramilitarismo, la muerte y la corrupción. ¿Son estos feudos los que les darán el mandato a nuestros nuevos congresistas? Es su decisión. Por eso, el próximo domingo vote. Verifique quién es la familia de su candidato, quién compone su grupo político, cuáles son sus ejecutorias, y tome una decisión. Sólo así podemos evitar que nuestra democracia se derrumbe a nuestros pies.