Presos de las confesiones, sin comprobación, de Marcelo Odebrecht, los medios de comunicación hicimos eco de la insólita confusión que creó al confundir el pago de secuestros y extorsiones con la entrega de sobornos a criminales.
Marcelo Odebrecht es, en esencia, un criminal de cuello blanco que en diez años de Presidencia (2005-2015) destruyó el prestigio y solidez de la multinacional de la ingeniería que fundó su abuelo y creció su padre, llevándose por delante también a funcionarios públicos y dirigentes políticos de la mayor parte de países latinoamericanos donde consiguió importantes concesiones y contratos gracias a que sobornó a los directos responsables de contratación.
Las tretas y trampas del señor Odebrecht fueron develadas en la Operación Lava Jato, que condujo a su detención en junio de 2015 y a la condena a 19 años y cuatro meses de prisión, además del pago de 35 millones de dólares. En intervenciones entre noviembre de 2016 y el pasado marzo, él y el equipo de ejecutivos que participaron en tales prácticas ofrecieron entregar información sobre las acciones corruptas en ocho países, incluido Brasil. El proceso ha sido calificado por la prensa continental como de “delación premiada”.
Los relatos y pruebas, que pueden ser parciales y amañadas, que Odebrecht entrega a la justicia y que los medios de comunicación amplificamos y usamos para enjuiciar inculpados, han sido allegados por un sujeto que hizo del crimen una práctica cotidiana.
Entender el interés del acusador permite tomar distancia de sus acusaciones generalizadas, no para dictar absoluciones tempraneras sino para exigir celeridad y rigor a la justicia de cada país en el que instituciones y personalidades públicas hasta ahora admiradas y respetadas han sido cubiertas por el hollín despiadado del acusador Odebrecht.
Y comprender la personalidad del sujeto que arrasa el honor de sus antepasados, y abusa de la verdad tergiversando hechos y datos facilita también dimensionar la falsificación de acontecimientos, para usarlos a su favor, acaecida cuando presenta como hechos de corrupción el haberse tenido que allanar al pago de secuestros, para conseguir el rescate y cuidar las vidas de sus colaboradores, o el pago de extorsiones, para cuidar a sus colaboradores y sus bienes.
Lo más grave en esta grotesca manipulación de conceptos no es, sin embargo, que un personaje condenado la haga para lavar sus culpas. Lo realmente serio es que los medios de comunicación de países víctimas de los delitos de plagio y cobro de vacunas aceptemos la tesis de que pagar por ellos es siempre equvalente a actos dolosos de corrupción.