El momento más emocionante de la Cumbre Mundial por la infancia de 1990,
El momento más emocionante de la Cumbre Mundial por la infancia de 1990, la que abrió el camino para los demás encuentros globales dedicados a los principales desafíos sociales de nuestra era, tuvo lugar cuando se proyectó el video 341, ese era el título: 341.
Las imágenes mostraban niños de diferentes zonas del mundo amenazados por los grandes villanos de la época, la deshidratación por diarrea, neumonía, sarampión, tosferina y tétanos, responsables de la mitad de las muertes; los esfuerzos para contrarrestar esos riesgos y tocaba la consciencia de los dignatarios congregados en Nueva York, convocándolos a la acción.
Mientras los cuadros se sucedían, la pantalla mostraba números en aumento acompañando el transcurrir del tiempo y el narrador recordaba: “cada día en nuestro mundo mueren 40 mil niños, un cuarto de millón por semana, un niño cada dos segundos y detrás de cada niño que muere 10 más viven con desnutrición, incapaces de vivir normalmente en cuerpo y mente”. El video terminaba con un 341 en toda la pantalla recordando que ese era el número de niños que habían muerto mientras corrían las imágenes.
De entonces a hoy y en el transcurso de los últimos 26 agitados años, muchas cosas han cambiado favorablemente para la niñez mundial siendo una de ellas el notable avance en la reducción de la mortalidad de niños que ahora bordea aún inaceptables 5,900,000 muertes por año.
Aunque las condiciones de salud han mejorado significativamente, otros castigos empezaron a emerger siendo el sida uno de los más crueles. Menos riesgo de morir en los primeros momentos, aunque mayores amenazas en los tramos siguientes de la vida producto de la violencia, pobreza, discriminación o masiva búsqueda de refugio. Precisamente por ello la urgencia de convertir la educación en herramienta auténticamente útil propiciadora de equidad y antídoto principal contra el empobrecimiento y la miseria.
Mucho ha contribuido el avance tecnológico y cada vez se impone más la idea de individualizar el seguimiento de cada niño desde la gestación hasta la mayoría de edad, como lo vienen haciendo, por ejemplo, algunos programas dedicados a la primera infancia dotados de registros individuales con los datos principales de atención ofrecidos en los primeros años de vida. Tal adelanto podría extenderse a los siguientes tramos etarios y así daríamos un gran salto para facilitar el conocimiento a familias, comunidades y al Estado sobre el bienestar de hijos menores de edad.
Si los bancos tienen bases de datos capaces de seguir el detalle de los movimientos financieros de sus millones de clientes o las líneas aéreas acompañan el trayecto de cada pasajero, por qué no llevar esas posibilidades tecnológicas al ámbito social y permitir el seguimiento de la realidad de los derechos humanos de la niñez durante sus primeros 18 años de vida. Más aún si la tecnología llega crecientemente hasta los rincones más alejados y no se trata de un privilegio sólo del mundo desarrollado.
Es indispensable que los Objetivos de Desarrollo Sostenible al 2030 encarnen en las políticas públicas de los países y se tornen guía colectiva para la acción. Si así ocurre, tendremos un marco global capaz de orientar nuestros esfuerzos y evitar, entre otras cosas, que 69,000,000 de niños menores de 5 años mueran de aquí al 30.
Cada país tiene sus propios desafíos y el emprendedorismo público, tan en boga en el ámbito privado, obliga a los gobiernos a encontrar las soluciones innovadoras y apropiadas para traducir sus compromisos, convirtiendo los ODS en hechos. Buena parte de esos acuerdos tocan directamente la dura realidad de la niñez y por eso es tanto más urgente que sean asumidos con seriedad y rigor evitando que las contingencias políticas y en particular los cambios de gobierno obstaculicen el ritmo de su impostergable ejecución