El camaleón político, en cambio, actúa conscientemente de mala fe, se transforma para conseguir su objetivo y una vez alcanzado hace lo que tenía calculado. Es un traidor. Como Santos
Los ciudadanos decidieron que hubiese segunda vuelta. Serán, a partir de hoy, quince días de vértigo y de tensión extrema, al cabo de los cuales, la hora de las indecisiones no será una opción. Entonces, habrá que tomar partido, no ya sólo entre el candidato de mis preferencias y los otros, sino entre dos concepciones sobre el estado.
Una, que defiende la democracia liberal, la autonomía y las libertades individuales, que permiten que las personas decidan sus propios cursos de vida; que se funda en el pluralismo partidista y, en lo económico, y de manera correspondiente, se basa en la economía de mercado, la iniciativa privada y el emprendimiento, que generen riqueza, distribución, trabajo y equidad. Esta es la opción que defiende Iván Duque y Marta Lucia Ramírez.
La otra, socialista, que aboga por la colectivización de los medios de producción y el control del estado sobre la economía, pero también de la vida y las acciones de todas de las personas, especialmente, de su forma de pensar y actuar en todas las esferas de la vida, mediante el expediente de un entramado policiaco represivo que llega hasta el seno del hogar y la utilización de la educación, desde la más tierna edad, como herramienta del adoctrinamiento ideológico. Es lo que se llama totalitarismo. Este modelo produjo pobreza, atraso y opresión, además de una élite corrupta, que se apoderó de la riqueza y sometió a la opresión a sus pueblos, hasta que reventó como consecuencia de sus propias imposibilidades, con la caída de la Unión Soviética y sus satélites, o con la conversión de sus países en economías capitalistas en manos de una dirigencia que se llama así misma comunista pero que, en realidad, no es más que el mismo lobo con distinta piel, empotrado en el poder omnímodo de la dictadura unipartidista, como en China.
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Ahora bien, ese sistema condenado por la historia, subsiste en estos lares, como la última manifestación de una enfermedad ya derrotada, en América Latina, en Cuba y Venezuela, con el salvavidas del narcotráfico que procede de Colombia, luego de que la satrapía venezolana cumplió a fondo su tarea de quebrar y saquear a punta de socialismo y corrupción desembozada a la nación más rica del subcontinente y dejó casi sin petróleo a la isla caribeña, el que recibía a cambio de soporte ideológico y asesoría en control poblacional, espionaje interno y represión. Moribundos, ven como su tabla de salvación a la Colombia Humana de Petro, para obtener recursos que les de una bocanada de aire, pensando que así van a superar la debacle que inexorablemente los espera, porque el mal radica en lo funesto de su modelo socialista corrupto hasta los tuétanos.
El punto es que el candidato Petro nos lo quiere imponer, a pesar de todo, y sabe que su propuesta es rechazada por la mayoría de los colombianos, que tienen el espejo de Venezuela ante sus ojos todos los días. Por eso, utilizando la estrategia que le enseñó Chávez, está mutando de color, como un camaleón político. Ya no es socialista, sino defensor del capitalismo “democrático”, como lo dijo su mentor cuando en diferentes entrevistas le preguntaron sobre el tema; no va a citar una constituyente al día siguiente de posesionado, no obstante haber afirmado en febrero de este año que lo iba a hacer, tal como actuó Chávez, a quien, no se les olvide, asesoró en su proyecto socialista en su momento. Dijo que Maduro era un dictador que había llevado a su país al desastre, pero meses atrás afirmó que lo del desabastecimiento de los supermercados venezolanos era falso, un montaje imperialista. Hace un par de años señaló a Fajardo de haber prohijado los paramilitares en Medellín cuando fue alcalde, pero ahora se lamenta de que no lo respalde, siendo políticamente próximos. Y podría poner muchos ejemplos más.
El camaleón es un animal que se camufla, según las circunstancias, para sobrevivir. El camaleón político, en cambio, actúa conscientemente de mala fe, se transforma para conseguir su objetivo y una vez alcanzado hace lo que tenía calculado. Es un traidor. Como Santos. Este tipo de espécimen viola el principio fundamental de toda interacción humana: la confianza.
La presunción de confianza en el otro es necesaria para poder realizar acciones conjuntas porque se le está entregando al otro un poder decisivo sobre sobre asuntos que, en política pueden ser vitales, como la libertad y hasta la vida. Sin confianza no pude haber delegación de poder en democracia. El principio de sinceridad hace la diferencia entre el político que sirve a una causa noble y el que tiene propósitos inconfesables. ¿Cómo pudo entregarle mi destino a un mentiroso compulsivo? Miremos otra vez a Venezuela: Chávez, antes de las elecciones, dijo que respetaría la propiedad privada. Una vez al mando, caminando por las calles de Caracas preguntó. “De quién es ese edificio?” “De unos burgueses”, le respondieron. “Exprópiese”. Más adelante, señalando una edificación dijo: “allí vivió Bolívar y ahora hay unas oficinas. Exprópiese”.
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Así es Petro. No merece nuestra confianza. Como Chávez y como Santos, dice una cosa, pero hará otra, como muestra la experiencia. Mentir para ganar el poder está en su ADN. ¿Le entregaría usted su futuro? Solo puede esperar la traición.