La estrategia está funcionando, es evidente. Y lo preocupante es que no parece haber un freno posible.
De acuerdo con el Diccionario de la Lengua Española, la palabra “bulo” se refiere a una “noticia falsa propalada con algún fin”. Aunque esta palabra no sea de uso frecuente en nuestro vocabulario colombiano, creo que es precisa en su significado a la hora de referirnos a una situación cada vez más frecuente en nuestro país: el uso indiscriminado de la palabra “comunismo”, para referirse al riesgo que representa elegir a un candidato que crea en la importancia del acuerdo de paz; o su adjetivo “comunista”, para calificar a todo aquel que defiende la importancia de la dejación de armas de las Farc y su reintegración a la vida civil y política.
El fantasma del comunismo “recorre” nuestro país de cara a las elecciones de este año. Ese fantasma, también llamado “castrochavismo”, “socialismo del siglo XXI” o, en su versión simplificada “nos van a convertir en Venezuela”, está ya metido en la cabeza de cientos de personas que tienen miedo. La estrategia está funcionando, es evidente. Y lo preocupante es que no parece haber un freno posible.
No vale de nada explicar que Juan Manuel Santos ha sido un Presidente que ha defendido el liberalismo económico, la libertad de creación de empresas por parte de privados y la inversión extranjera en diferentes sectores, como el minero-energético, y que todo esto revela que no es un comunista. No. Es un comunista por haber firmado la paz con las Farc y por permitirles participar en política. Punto. Y por herencia o extensión, cualquiera que defienda la firma de la paz es “comunista”. Así de simple. Y ¿qué se entiende por comunismo?, pues Venezuela: aguantar hambre, ser gobernado por corruptos y tener que irse del país para buscar oportunidades en otro. El comunismo en nuestro contexto actual no es una ideología, es simplemente un estado negativo de las cosas. No hace falta entender de teoría política y todos esos temas de mamertos para usar esa palabra.
Además, crece cada vez más el uso del término populismo, cuyo uso aplica, sin ningún problema, como sinónimo de comunismo. Son lo mismo. No importa que el mismísimo Álvaro Uribe Vélez, en nombre de su Centro Democrático, haga la tradicional propuesta populista de bajar los impuestos o de mejorar la salud, cuando su Gobierno y su trayectoria como congresista demuestran que ha hecho exactamente lo contrario, y con el agravante de perjudicar a los menos favorecidos. Pero él, por estos días, no puede ser considerado como populista porque, recordemos, populistas y comunistas, actualmente, son solo aquellos que apoyan el acuerdo de paz. Punto.
Lo único que nos demuestra ese comportamiento y el auge de dichos calificativos, es que nuestra democracia sigue siendo excluyente y que en nuestro país no valoramos el disenso con argumentos, sino que creemos en la descalificación y la anulación del otro. Cualquier debate que contenga un: “usted es un comunista”, o “usted representa el modelo de Venezuela”, o “usted es un castrochavista”, está aludiendo al miedo que las personas tienen frente a lo que entienden de estos calificativos y está creando un imaginario del que es muy difícil soltarse; como una sarna, como un traje que parece imposible zafarse.
Ante esta realidad, resulta inevitable preguntarse: ¿cualquiera que piense diferente debe renunciar a Colombia e irse a Cuba o Venezuela –aunque no crea en esos modelos políticos–, porque su único pecado es, por ejemplo, creer en el proceso de paz? ¿Será que nunca nos vamos a atrever a construir un país donde todos quepamos?
Nota de cierre:
Para el uribismo, cualquier investigación a uno de sus militantes o a su jefe supremo es una evidencia más de la “persecución judicial” a la que están sometidos. ¿Acaso son intocables?