El bizantino populismo
Las realidades políticas son tozudas. Ocurrió lo del Brexit en Gran Bretaña y afloraron tardíos los lamentos por la irracionalidad democrática de los británicos adultos en contravía del interés de los jóvenes.
Las realidades políticas son tozudas. Ocurrió lo del Brexit en Gran Bretaña y afloraron tardíos los lamentos por la irracionalidad democrática de los británicos adultos en contravía del interés de los jóvenes. Estupor general por la estocada en contra de la Unión Europea. Este pasado domingo se realizaron dos elecciones trascendentales para la coyuntura del viejo continente: en Austria, La victoria de Van der Bellen candidato opositor a la fórmula del Partido de la Libertad, de ultraderecha cercana a la líder francesa Marine Le Pen, supone un respiro para el maltrecho proyecto comunitario, “El populismo no es una fatalidad para Europa”, dijo en Twitter Manuel Valls, primer ministro francés. Sin embargo, para Europa fue un golpe que en la tercera economía, Italia, ganara el Movimiento 5 Estrellas considerado de corte populista, cercano al Brexit y a Trump, el referéndum constitucional de interés para toda la región.
La campaña electoral por la presidencia de EEUU ganó interés inicial por la presencia de un candidato socialista sin chance de ganar pero con audiencia juvenil como Bernie Sanders, con un discurso anti emporio financiero de Wall Street, no a la globalización económica y pro aumento general del salario mínimo. Los apostadores auguraban el triunfo de Hillary Clinton, con la expectativa de convertirse en la primera mujer en gobernar a la gran potencia del norte. Poco chance para Trump, candidato no correcto políticamente, acosado por escándalos desgastadores y muy cercano en lo económico a las iniciativas del socialista, aunque en polos opuestos. Ambos fueron calificados de populistas. Ganó con amplitud el menos pensado.
Como en Colombia, triunfó el NO, contrario a todas las apuestas. El miedo, de arraigo en la población, revivió la crítica al populismo.
Hilar estos resultados, nos conduce a la discusión sobre la vigencia del populismo en el mundo, como un estilo de gobernar que no responde a una ideología o corriente política determinadas. Su definición es etérea. Para la Real Academia Española, populismo significa “tendencia política que pretende atraer a las clases populares”. ¿Pero qué propuesta política no busca atraer a las clases populares? Populistas se denominaron los gobiernos de fuerte arraigo social como el Kirchnerista de origen peronista en Argentina, el Lulista de Brasil y el Chavista en Venezuela. Nuestro gran gobierno populista se truncó con el asesinato de Jorge Eliecer Gaitán; en su momento, el progresista gobierno de Alfonso López Pumarejo, tuvo el populismo como su INRI, por eso lo tumbaron.
Populismo es también cualquier postura: nacionalismo, proteccionismo, patriotismo, xenofobia, anti neoliberalismo. Para Olivier Ihl, especialista de la escuela de Ciencias Políticas de Grenoble, citado por El País de España, la dificultad en definir populismo obedece a que la “palabra no constituye un concepto sino una categoría moralizante”. La edición 2013 del diccionario francés Petit Robert avanza un poco más y explica: “Discurso político dirigido a las clases populares, fundado sobre la crítica del sistema y de sus representantes”. El diario español menciona también que el investigador estadounidense Marc Fleurbaey, de la Universidad de Princeton, define el término como “la búsqueda, por parte de los políticos carismáticos, de un apoyo popular directo en el marco de un discurso que pone en cuestión las instituciones democráticas clásicas”.
Parece que populismo es un concepto viejo, del siglo XIX, al que los analistas recurren para explicar lo inexplicable porque no corresponde a los modelos ideológicos o políticos tradicionales: derecha, izquierda y centro. El reto es grande porque la crisis interpretativa nos remite a cuestionar la vigencia de la intocable, hasta ahora, democracia como forma de gobierno del Estado donde el poder es ejercido por el pueblo.